El teniente coronel no parece conmoverse, y mucho menos
deslumbrarse, por el alarde de modernidad, orden y progreso
demostrado por China en la Olimpíada de Beijing, no obstante
la inocultable represión ejercida por los jerarcas del
régimen sobre cualquier forma de disidencia o protesta.
Los chinos en
1976, año en que muere Mao Ze Dong, constituían un pueblo
miserable, arruinado por el voluntarismo demencial del líder
del Gran Salto hacia Adelante y la Revolución Cultural. El
Gran Salto fue un experimento cruel e insensato, de finales
de la década de los años 50, en el que Mao, siguiendo el
esquema trazado por Stalin 25 años antes, intentó en vano la
industrialización del país a partir del desarrollo de la
industria siderúrgica. En ese ensayo, compulsivo y violento
en extremo, murieron millones de campesinos que se
resistieron a ser convertidos en obreros, sin estar
preparados para enfrentar con éxito el desplazamiento desde
la actividad agrícola hacia la actividad manufacturera.
Además, la escasez de alimentos en toda la nación, debido a
la disminución de la producción y la productividad del
campo, arrastró a la muerte a varias decenas de millones de
hombres, mujeres y niños.
La
Revolución Cultural, diseñada por Mao para acabar con sus
adversarios dentro del Partido Comunista, generó tal nivel
de violencia, incertidumbre y temor en el pueblo, que la
producción también se desplomó. Las consecuencias fueron,
nuevamente, millones de cadáveres dejados por la represión
política y el hambre. Los efectos devastadores de esa
revolución fueron descritos por Gao Xingjian en El libro
de un hombre solo, estremecedora novela que lanzó al
escritor hacia el Nobel en 2000.
Luego de algunas escaramuzas con la llamada Banda de los
Cuatro, grupo de radicales que se creían herederos y
genuinos intérpretes de la palabra de Mao, Deng Xiao Ping
impone dentro del Partido Comunista su tesis modernizadora.
Comienza así el período de cambios que destierran las
concepciones obsoletas, comunitaristas y atrasadas de Mao y
la vieja ortodoxia comunista, y lanzan a China hacia el
estrellato mundial. En la actualidad el gigante asiático
tiene planteado convertirse en la primera potencia
planetaria. Los resultados de la Olimpíada muestran que
están hablando en serio.
La
nueva China, nacida de los escombros dejados por el
colectivismo ramplón y el estatismo desmedido de Mao, se ha
convertido en una potencia de primer orden, a partir del
impulso de la economía de mercado, el estímulo a la
iniciativa privada y la protección de los derechos de
propiedad. Si bien es cierto que el Estado y el PCCh son los
grandes rectores del proceso de cambios, y que el régimen
político no da signos de apertura, pues continúa la
represión y la violación de los derechos humanos, la
sociedad civil se ha expandido en el plano económico y la
calidad de vida ha mejorado sustancialmente. El Estado ha
privatizado centena de miles de empresas que le pertenecían.
La competencia se da entre millones de industrias que
rivalizan en producción y productividad.
Lamentablemente, lo que estamos viendo en China no se parece
en nada a lo que ocurre en Venezuela. Aquí, el comandante
Chávez Frías y el grupo de ideólogos que lo acompañan
-agrupados en el Centro Internacional Miranda (CIM), y con
intelectuales tan atrasados como Michael Lebowitz y Marta
Harnecker como voceros clave de los disparates- han revivido
al Mao que los chinos tratan de olvidar desde hace tres
décadas. El teniente coronel persigue poner en práctica las
enseñanzas del viejo comunista en materia de poder comunal,
poder popular, milicia revolucionaria, militarismo,
estatismo, planificación central, y toda esa larga lista de
despropósitos que mantuvieron a China hundida en la miseria
durante decenios. El hombre de Barinas, al frente de esa
especie de Banda de los Cuatro tropical que es el CIM,
intenta reeditar el experimento que llevó a China del
socialismo a la barbarie.
El
“Paquetazo” representa la “maoización” de la economía
venezolana. La Ley de Seguridad y Soberanía Agroalimentaria
(sancionada antes del “Paquetazo”), la Ley para la Defensa
de las Personas en el Acceso a los Bienes y Servicios y la
Ley para el Fomento y Desarrollo de la Economía Popular,
reflejan una visión primitiva de la economía, atacan la
propiedad privada y crean tal nivel de incertidumbre, que
anulan la iniciativa particular. Estos instrumentos
legales, en muy poco tiempo, se traducirán en caída de la
inversión, desempleo, desabastecimiento, escasez y, desde
luego, inflación. ¿Quién en su sano juicio se arriesgará a
hacer grandes inversiones en maquinarias y equipos para
elevar la producción, si son los Consejos Comunales quienes
deciden qué y cuánto se come, o si una empresa productora de
alimentos puede ser expropiada sin que medie ningún proceso
legal imparcial? La sevicia con la que actúa el comandante
contra los empresarios y contra todo lo que se asemeje a la
iniciativa particular recuerda la maldad de los Guardias
Rojos durante la Revolución Cultural. Estos jóvenes
fanatizados, blandiendo el libro rojo de Mao, compendio de
todas las sandeces que puede engendrar una mente perturbada,
atacaban con furia desbocada cualquier vestigio de
inteligencia, desde la música de Beethoven hasta la
literatura de Flaubert. Los campesinos fueron obligados a
vender sus cosechas al Estado y la propiedad era sólo
colectiva, pues la propiedad privada era un vicio del
capitalismo inaceptable dentro del modelo comunista.
De
la mano de Deng Xiao Ping los chinos salieron de ese
infierno. Con él aprendieron que ser rico es grandioso, y
que únicamente una sociedad que genera bienes y servicios en
grandes cantidades puede ser próspera y equitativa.
Es cierto que
el PCCh mantiene el dominio férreo del sistema político,
pero, al menos, fomenta el crecimiento. El teniente coronel,
en cambio, es un autócrata con apetito insaciable de poder
y con una visión prehistórica de la sociedad y la economía.
tmarquez@cantv.net