El
“Reimpulso Productivo” anunciado por el Teniente Coronel
está muy lejos de ajustarse a las necesidades del país y a
las inmensas posibilidades que tenemos de convertirnos en
una nación moderna, próspera y equitativa. Eliminar el
Impuesto a las Transacciones Financieras (ITF), crear un
fondo de inversión con $1.000 millones y agilizar la
asignación de divisas para operaciones iguales o inferiores
$50.000, son apenas suaves pinceladas en la cara de ese
monstruo en el que se transformó el aparato productivo,
desde que al comandante se le ocurrió la peregrina idea de
desempolvar a Marx y a Engels para que lo orientaran en el
campo económico. Los anuncios están motivados por la
necesidad de “hacer algo” y no quedar como unos indolentes
ante el agobio que viven los venezolanos.
Al mandatario vernáculo hay que recordarle que la obligación
del Gobierno en un país con el potencial productivo y con
las enormes ventajas comparativas y competitivas que posee
Venezuela, va mucho más allá de las simples disposiciones
coyunturales. Lo que los venezolanos demandamos de quien se
pasea todos los días por los pasillos de Miraflores, es un
programa bien engranado de desarrollo económico y social, en
el cual por cierto- podrían calzar aquellas pequeñas piezas
enseñadas el 11 de junio pasado.
¡Ojo!, por supuesto que no se
trata de un proyecto como el “Plan de Desarrollo Económico y
Social de la Nación 2007-2013” (Plan Simón Bolívar),
aprobado por la obsecuente Asamblea Nacional, donde se
plantean objetivos tan quiméricos como la “nueva ética
socialista”, la “construcción del Hombre Nuevo”, la “suprema
felicidad social”, la “democracia protagónica
revolucionaria” y el “modelo productivo socialista”. Con
este tipo de proyectos voluntaristas -colocados de espalda a
la realidad nacional e internacional, y, por añadidura,
apuntados hacia el pasado más remoto- no se puede hacer nada
para colocar al país en la ruta del crecimiento permanente.
Las naciones donde la gente
disfruta más la vida son esas que han aplicado programas
globales de reformas, y han entendido que sólo una parte del
crecimiento y el bienestar está conectada con políticas
económicas. La estrategia de esos países ha consistido en
crear un ambiente general para fortalecer la confianza de
los agentes económicos y para favorecer los negocios, la
inversión y la expansión del empleo. Entre las providencias
que se han adoptado se encuentran la estabilidad del sistema
político, la existencia de un Poder Judicial independiente,
la fortaleza del Estado de Derecho, la protección a la
propiedad privada, la fijación de límites a la intervención
del Estado, el estímulo a la competencia, incluidas las
empresas públicas, la apertura al comercio internacional, el
impulso a la descentralización, y la reducción del tamaño
del Estado por la vía de la especialización y la
privatización. Son acciones que propician la conciliación
entre las clases sociales. Tocan lateralmente el plano
económico, pero sin ellas el desarrollo no puede alcanzarse.
El “Reimpulso Productivo” del
comandante no se propone corregir los errores y
deformaciones que el socialismo del siglo XXI ha introducido
en toda la sociedad. El esquema sigue siendo idéntico al
esbozado en la reforma constitucional rechazada por el
pueblo el 2-D: autoritarismo, confrontación y lucha de
clases, antagonismo entre el capital y el trabajo,
marginación de la iniciativa privada y de la economía de
mercado, y claro predominio del sector público a través de
las empresas del Estado, de las empresas de economía social
y, en menor proporción, de las empresas mixtas.
Con una orientación como la del
socialismo del siglo XXI son nulas las posibilidades de que
las medidas anunciadas por primer mandatario tengan el éxito
esperado, pues apenas rozan aspectos muy superficiales de
las causas que han disparado la inflación, contraído la
oferta de bienes y servicios, desanimado la inversión, y
elevado el subempleo y la informalidad.
Cuando los chinos y los
vietnamitas, fieles practicantes de las normas del régimen
político comunista, han anunciado sus programas de reforma
económica, los cuales les ha permitido crecer a tasas muy
elevadas durante un largo período, se han cuidado de dejar
en claro que el control político permanece en manos del
Partido, pero que las transformaciones no se refieren a tal
o cual impuesto, restricción o veto parcial, sino que
abarcan el conjunto de la economía y las normas e
instituciones con las cuales esta esfera mantiene estrecha
conexión: Poder Judicial, seguridad jurídica, sistema de
educación superior, sistema de ciencia y tecnología e,
incluso, sistema cultural, para combatir prejuicios y
promover concepciones que propicien el desarrollo.
Este no es caso venezolano. Al
dominio político, inherente a todo régimen autoritario, el
Teniente Coronel le adiciona el control casi pleno de la
economía, dejando esferas minúsculas, casi marginales, para
la sobrevivencia de la iniciativa particular. Ese esquema ha
fracasado donde quiera que se ha instrumentado. Venezuela no
será la excepción.
Se dice que el socialismo constituye la ruta más larga para
llegar al capitalismo. Aquí lo estamos viendo.
tmarquez@cantv.net