La
visión militarista y guerrerista que inspira los movimientos
tácticos y estratégicos del teniente coronel Chávez Frías,
se manifiesta cada vez que se encuentra frente a un dilema o
a un reto democrático de cierta importancia. Con motivo de
las próximas elecciones de gobernadores y alcaldes ese
espíritu guerrero ha aflorado como el sarampión: con
virulencia. La excusa perfecta para amenazar a la oposición
con sus aviones Sukhov y sus fusiles Kalashnikov, en el caso
de que pierdan sus candidatos en los estados y municipios
más importantes, se la dio el referendo de Santa Cruz en
Bolivia. De la boca del señor Presidente han salido sapos y
culebras para denostar a la oposición boliviana, y de paso
para zaherir y amenazar a los demócratas venezolanos.
El primer mandatario venezolano
insiste en que el referendo boliviano es secesionista, y que
en la misma onda se mueven algunos políticos vernáculos, que
buscan fragmentar el territorio nacional separando al Zulia
y Táchira. “No permitiremos bajo ninguna circunstancia que
tal división se produzca”, truena. Desde luego que todo este
alboroto con lo ocurrido en Bolivia y con las quiméricas
pretensiones separatistas de grupos domésticos, solo
persigue ocultar, en primer lugar, el inmenso fracaso de sus
gobernadores y alcaldes, muchos de los cuales no han servido
ni para recoger la basura de las calles, ni para hacer nada
de lo que les corresponde; en segundo lugar, trata tapar el
fiasco que ha sido su gobierno: en medio de la más
prolongada bonanza petrolera de la que tenga memoria la
nación hay inflación, desabastecimiento de productos
básicos, inseguridad personal y un alto desempleo,
disfrazado con el manto de unas misiones que ya nos
satisfacen las exigencias de su clientela, que cada vez
demanda mayores favores y privilegios.
Frente a tales desaciertos y
descalabros, y ante el auge tomado por la campaña electoral,
tanto dentro como fuera de su partido -lo cual reduce la
posibilidad de que el Presidente pueda maniobrar para
suspender o postergar las elecciones fijadas tentativamente
para Noviembre- Chávez parece haber optado por la
alternativa de aterrorizar a los votantes con una división
territorial y con un conflicto bélico que nadie quiere, ni
siquiera los militares, a pesar de las obsecuentes
declaraciones del Ministro de la Defensa.
La animosidad de Hugo Chávez
también persigue mantener acorralada y amenazada la
descentralización. Desde que asciende al poder en 1999
comienza un proceso lento pero sostenido de
re-centralización del conjunto de competencias, atribuciones
y funciones que habían sido transferidas desde el Gobierno
Nacional a los gobiernos regionales y locales. En las áreas
de salud, educación, seguridad pública, servicios públicos,
programas sociales, seguridad social, el Gobierno central,
por órdenes expresas de Chávez, vuelve por sus fueros. Nada
de fortalecer las atribuciones en estos campos. Mucho menos
enviar recursos financieros para que las gobernaciones y
alcaldías mejoren su desempeño institucional en esas
esferas. Lo que ocurre marcha en dirección contraria: los
ministerios, organismos desconcentrados de la administración
central, empresas públicas y otros entes dependientes del
alto gobierno reasumen las responsabilidades que habían
cedido a los gobiernos subnacionales. El presidencialismo,
llevado a los límites de la autocracia, no puede permitir
que los mandatarios regionales y locales, incluidos los
partidarios de Chávez, tengan ningún nivel de autonomía
relativa. Para que funcione con eficiencia la
descentralización implica, en primer lugar, diálogo,
negociación y concertación, pero estas prácticas no
concuerdan con el estilo de mando de los caudillos.
Tan baja estima siente Chávez
por la descentralización y por los gobernadores y alcaldes,
que en el proyecto de reforma constitucional derrotado el
2-D, la descentralización desaparecía consumida en las
fauces de la Nueva Geometría del Poder, en tanto los
gobernadores y alcaldes, electos a través del voto popular,
pasaban a convertirse en figuras decorativas, pues por
encima de ellos se colocaban unos vicepresidentes designados
por el todopoderoso dedo del Presidente de la República,
quien además podía removerlos sin tener que consultar ni
siquiera a la Asamblea Nacional.
En Venezuela, después del siglo
XIX, nunca ha estado en peligro la integridad de la
República. Este fantasma lo levantaron algunos notables a
mediados de la década de los 80 del siglo pasado, cuando la
descentralización apareció con enorme fuerza como una
reivindicación de la provincia. Sin embargo, ni siquiera
luego de realizadas las primeras elecciones populares de
gobernadores y alcaldes ese riesgo existió. Al contrario,
funcionamiento del Estado venezolano se hizo más democrático
y moderno, pues obligo al Presidente y a los ministros a
dialogar y concertar con las nuevas autoridades regionales.
La verdadera guerra de Chávez es
contra la democracia, la descentralización y la
participación popular. Ni el modesto Evo Morales, ni la
exitosa campaña de los demócratas bolivianos por conquistar
el nivel de autonomía que aquí se logró hace 20 años, le
servirán de mampara para salvarse de la nueva derrota que
sufrirá en Noviembre. Como ya se ha dicho, en esa nueva cita
electoral la media luna puede transformarse en luna llena
para la democracia.
tmarquez@cantv.net