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Política sin ética
por Trino Márquez
jueves, 13 noviembre 2008


Como todo gobernante con pronunciadas inclinaciones totalitarias, el teniente coronel adoptó la estrategia del terror y la iniquidad para levantar los números de sus apagados candidatos a gobernadores y alcaldes. Ya que no pueden exhibir ninguna obra de gobierno ni siquiera medianamente decente, ni pueden seguir prometiendo villas y castillas después de ocho años de gobiernos regionales y locales desastrosos, a pesar de la montaña de dinero de la que ha dispuesto el régimen, el comandante decidió cargar con sus bacalaos él solito. Sus armas han sido la inhabilitación, el chantaje, la extorsión, el hostigamiento, la descalificación, el abuso de poder, la utilización obscena de los recursos públicos para favorecer a sus protegidos, la intimidación a los abanderados opositores con mayor opción de triunfo y la polarización con Manuel Rosales. Es decir, el miedo, el ventajismo y el desequilibrio en todas sus manifestaciones. Ha sido la típica actuación de los cobardes, quienes prevalidos de una fortaleza ocasional y transitoria, se ceban contra un adversario en situación de clara desventaja y minusvalía. La estrategia aparentemente fue confeccionada en las salas situacionales de Miraflores, y los inefables cubanos parecen ser los artífices del despropósito.

De acuerdo con firmas tan serias como Consultores 21, esta estrategia al parecer le ha resultado en algunos estados y municipios. Lo mismo piensan destacados comentaristas del acontecer político nacional. En esta oportunidad no me interesa examinar ese comportamiento desde el punto de vista de sus efectos tangibles, sino desde el ángulo ético y moral del cual la actividad política no puede desconectarse.

Una lectura simplista de El Príncipe o del Discurso sobre la primera década de Tito Livio de Maquiavelo, podría justificar el comportamiento inmoral del Presidente de la República diciendo que, de acuerdo con el padre de la teoría política moderna, el fin justifica los medios, y, en consecuencia, si ese proceder le ha dado beneficios al caudillo, se justifica (y, en cierto modo, se aplaude) que haya procedido de esa manera. Sin embargo, no es en Maquiavelo en quien deben buscarse las justificaciones para que los gobernantes rompan todas las reglas y pisoteen de forma inmisericorde al adversario.

Desde las tribus que fundaron la Grecia Clásica, la política ha sido el arte de resolver los conflictos sin recurrir a la guerra. Los gobernantes, según el célebre pensador florentino, debían combinar un eficiente pragmatismo con un elevado sentido de la ética. De ningún modo su tipo ideal de mandatario era el gamberro inescrupuloso y amoral, a quien no le importa pasar por encima del cadáver del opositor sin parar mientes en ninguna consideración de la norma. Quienes tergiversan los aportes de Maquiavelo son los Lenin, los Stalin, los Hitler, los Mussolini, los Fidel Castro, y toda la larga lista de tiranos de izquierda y de derecha cuyo única propósito es preservar el poder y perpetuarse en él, sin hacer valer ningún otro valor distinto a su propia supervivencia.

La actitud de Hugo Chávez a lo largo de esta campaña es condenable cualquiera sea el resultado que obtenga el próximo 23-N. Si gana más gobernaciones y alcaldías de las que ha previsto, su estrategia habrá funcionado a base de degradar la democracia, envilecer el ambiente político y prostituir una institución tan importante para la Nación como la Presidencia de la República. Si perdiese más de las que apuntan las encuestas el costo será mayor, pues habrá hecho lo mismo hundiendo, de paso, a sus candidatos.

El daño que el teniente coronel le está infringiendo a la democracia es incuantificable. Está imponiendo un estilo basado en la arbitrariedad y el atropello desde la cúspide del Estado y está corrompiendo a las instituciones encargadas de garantizar que la democracia funcione. La mayoría oficialista del CNE no ha desperdiciado oportunidad para mostrar su impudicia. Hugo Chávez, en una elección regional y local cuyo epicentro tendría que ser la descentralización, arremete sin misericordia contra destacados líderes de la oposición, se declara en campaña permanente y convierte Miraflores en comando central, mientras la señora Lucena y el resto de su comparsa ni se dan por enterados. Al Contralor, cuyo nombre no vale la pena mencionar, se lo olvidó lo que dice la Constitución en sus artículos 67 y 145 acerca de la prohibición expresa de financiar partidos políticos con fondos públicos y sobre el carácter apolítico de los funcionarios del Estado.

Todos los excesos presidenciales, toda su desmesura, le están constando demasiado caro al país. Pasará mucho tiempo para que los venezolanos volvamos a entender que la política es también un espacio para ejercitar la decencia, lo cual, de ningún modo es igual a mojigatería o ingenuidad. Todo el planeta pudo presenciar la dura, muy dura, campaña electoral norteamericana. La primera etapa se concentró en la escogencia de los candidatos de los partidos Demócrata y Republicano. La batalla entre Hilary Clinton y Barack Obama fue épica. Ambos se dieron con todo. Pero al final, la Clinton reconoció a Obama como ganador en una convención y con un discurso memorables. Luego fue la campaña por llegar a la Casa Blanca. De nuevo, y con mayor furia, se activaron los mecanismos de la lucha por el poder. Otra vez triunfó Obama frente a un John Mc Cain que admitió su derrota con palabras también notables. Jamás se vio un gesto o una maniobra abusiva de George Bush favoreciendo al candidato de su partido, el Republicano. Bush y Obama, su adversario inclemente, se han reunido para discutir los graves problemas de esa gran nación y acordar la transición.

Vemos el ejercicio de la política, el arte de la conquista y preservación del poder, con sentido ético. ¡Qué envidia!, diría Laureano Márquez.

tmarquez@cantv.net


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