Como todo gobernante con
pronunciadas inclinaciones totalitarias, el teniente coronel
adoptó la estrategia del terror y la iniquidad para levantar
los números de sus apagados candidatos a gobernadores y
alcaldes. Ya que no pueden exhibir ninguna obra de gobierno
ni siquiera medianamente decente, ni pueden seguir
prometiendo villas y castillas después de ocho años de
gobiernos regionales y locales desastrosos, a pesar de la
montaña de dinero de la que ha dispuesto el régimen, el
comandante decidió cargar con sus bacalaos él solito. Sus
armas han sido la inhabilitación, el chantaje, la extorsión,
el hostigamiento, la descalificación, el abuso de poder, la
utilización obscena de los recursos públicos para favorecer
a sus protegidos, la intimidación a los abanderados
opositores con mayor opción de triunfo y la polarización con
Manuel Rosales. Es decir, el miedo, el ventajismo y el
desequilibrio en todas sus manifestaciones. Ha sido la
típica actuación de los cobardes, quienes prevalidos de una
fortaleza ocasional y transitoria, se ceban contra un
adversario en situación de clara desventaja y minusvalía. La
estrategia aparentemente fue confeccionada en las salas
situacionales de Miraflores, y los inefables cubanos parecen
ser los artífices del despropósito.
De acuerdo con firmas tan serias
como Consultores 21, esta estrategia al parecer le ha
resultado en algunos estados y municipios. Lo mismo piensan
destacados comentaristas del acontecer político nacional. En
esta oportunidad no me interesa examinar ese comportamiento
desde el punto de vista de sus efectos tangibles, sino desde
el ángulo ético y moral del cual la actividad política no
puede desconectarse.
Una lectura simplista de El
Príncipe o del Discurso sobre la primera década de Tito
Livio de Maquiavelo, podría justificar el comportamiento
inmoral del Presidente de la República diciendo que, de
acuerdo con el padre de la teoría política moderna, el fin
justifica los medios, y, en consecuencia, si ese proceder le
ha dado beneficios al caudillo, se justifica (y, en cierto
modo, se aplaude) que haya procedido de esa manera. Sin
embargo, no es en Maquiavelo en quien deben buscarse las
justificaciones para que los gobernantes rompan todas las
reglas y pisoteen de forma inmisericorde al adversario.
Desde las tribus que fundaron la
Grecia Clásica, la política ha sido el arte de resolver los
conflictos sin recurrir a la guerra. Los gobernantes, según
el célebre pensador florentino, debían combinar un eficiente
pragmatismo con un elevado sentido de la ética. De ningún
modo su tipo ideal de mandatario era el gamberro
inescrupuloso y amoral, a quien no le importa pasar por
encima del cadáver del opositor sin parar mientes en ninguna
consideración de la norma. Quienes tergiversan los aportes
de Maquiavelo son los Lenin, los Stalin, los Hitler, los
Mussolini, los Fidel Castro, y toda la larga lista de
tiranos de izquierda y de derecha cuyo única propósito es
preservar el poder y perpetuarse en él, sin hacer valer
ningún otro valor distinto a su propia supervivencia.
La actitud de Hugo Chávez a lo
largo de esta campaña es condenable cualquiera sea el
resultado que obtenga el próximo 23-N. Si gana más
gobernaciones y alcaldías de las que ha previsto, su
estrategia habrá funcionado a base de degradar la
democracia, envilecer el ambiente político y prostituir una
institución tan importante para la Nación como la
Presidencia de la República. Si perdiese más de las que
apuntan las encuestas el costo será mayor, pues habrá hecho
lo mismo hundiendo, de paso, a sus candidatos.
El daño que el teniente coronel
le está infringiendo a la democracia es incuantificable.
Está imponiendo un estilo basado en la arbitrariedad y el
atropello desde la cúspide del Estado y está corrompiendo a
las instituciones encargadas de garantizar que la democracia
funcione. La mayoría oficialista del CNE no ha desperdiciado
oportunidad para mostrar su impudicia. Hugo Chávez, en una
elección regional y local cuyo epicentro tendría que ser la
descentralización, arremete sin misericordia contra
destacados líderes de la oposición, se declara en campaña
permanente y convierte Miraflores en comando central,
mientras la señora Lucena y el resto de su comparsa ni se
dan por enterados. Al Contralor, cuyo nombre no vale la pena
mencionar, se lo olvidó lo que dice la Constitución en sus
artículos 67 y 145 acerca de la prohibición expresa de
financiar partidos políticos con fondos públicos y sobre el
carácter apolítico de los funcionarios del Estado.
Todos los excesos
presidenciales, toda su desmesura, le están constando
demasiado caro al país. Pasará mucho tiempo para que los
venezolanos volvamos a entender que la política es también
un espacio para ejercitar la decencia, lo cual, de ningún
modo es igual a mojigatería o ingenuidad. Todo el planeta
pudo presenciar la dura, muy dura, campaña electoral
norteamericana. La primera etapa se concentró en la
escogencia de los candidatos de los partidos Demócrata y
Republicano. La batalla entre Hilary Clinton y Barack Obama
fue épica. Ambos se dieron con todo. Pero al final, la
Clinton reconoció a Obama como ganador en una convención y
con un discurso memorables. Luego fue la campaña por llegar
a la Casa Blanca. De nuevo, y con mayor furia, se activaron
los mecanismos de la lucha por el poder. Otra vez triunfó
Obama frente a un John Mc Cain que admitió su derrota con
palabras también notables. Jamás se vio un gesto o una
maniobra abusiva de George Bush favoreciendo al candidato de
su partido, el Republicano. Bush y Obama, su adversario
inclemente, se han reunido para discutir los graves
problemas de esa gran nación y acordar la transición.
Vemos el ejercicio de la
política, el arte de la conquista y preservación del poder,
con sentido ético. ¡Qué envidia!, diría Laureano Márquez.
tmarquez@cantv.net