Todo
el país celebró el desenlace de la reunión del Grupo de Río
en República Dominicana. Había muchos motivos para dejarse
invadir por la alegría. Los ruidos de la guerra se alejaban.
Las cancillerías hicieron su trabajo de forma silenciosa y,
luego de momentos de alta tensión, la diplomacia logró que
los presidentes de Colombia, Ecuador y Venezuela, este
último de asomado, aceptaran un comunicado que favorecía a
los tres, aunque en realidad el único triunfador de esa
jornada memorable, y de todo el episodio que se abre con la
muerte de Raúl Reyes, fue Álvaro Uribe cuya talla de
estadista quedó refrendada ese día.
Ahora bien, ese final feliz y la
intervención conciliadora de Hugo Chávez en el evento, no
pueden soslayar su inmensa responsabilidad en el manejo
errático y, sobre todo, irresponsable de la crisis que se
desata entre Colombia y Ecuador. El primer mandatario
venezolano no tenía ningún derecho, ni ninguna atribución,
para comprometer la seguridad de la República en un
conflicto que era de la estricta incumbencia de esos dos
países. La movilización de tropas, el retiro de nuestra
delegación en Bogotá, la expulsión del embajador
neogranadino, el cierre de las fronteras y la ruptura de las
relaciones diplomáticas con el vecino país, se hicieron sin
respetar los procedimientos contemplados en la Constitución,
ni los protocolos internacionales, ni los canales regulares
establecidos en la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación.
Chávez, para dictar medidas tan graves como las que le
comunicó a la ciudadanía, ni siquiera convocó previamente a
su Gabinete, ni al Consejo de Seguridad y Defensa. Por
supuesto que mucho menos consultó, como era su obligación, a
los sectores de la vida nacional que se verían afectados por
una eventual conflagración.
¿Dónde se ha visto que un jefe
de Estado, en un programa de televisión y sin que haya
preparado previamente el ambiente, anuncié que la nación se
coloca, de buenas a primeras, en un escenario bélico? ¿En
cuál país serio el Presidente, como cualquier guapo de
barrio, le dice públicamente a su Ministro de la Defensa:
“Señor Ministro me mueve diez batallones para la frontera
con Colombia”? ¿Desde cuándo una orden de esa gravedad se
imparte porque al Presidente se le antoja? ¿Acaso la FAN fue
creada para satisfacer los caprichos del teniente coronel?
Solo en la Venezuela degradada y pervertida de Hugo Chávez,
se violan las normas y se atropella la inteligencia de esa
manera. La insensatez del teniente coronel no tuvo
consecuencias dramáticas gracias a la prudencia y cordura de
Uribe, quien evitó reaccionar a una provocación que habría
generado efectos muy lamentables para las dos naciones.
Ahora que las aguas han
retornado a su nivel ¿quién se responsabiliza por el riego
que corrimos, por los gastos innecesarios en los que
incurrió la Nación debido a la movilización de efectivos,
por el cierre, también injustificable, de las fronteras y
por la llamada atropellada del personal diplomático? No hay
dudas de que la culpa total de todos estos desaguisados la
tiene exclusivamente Hugo Chávez, quien dio esas órdenes
intempestivas y alocadas. Tendría que responder por qué
actuó de forma tan imprudente y por qué condujo a la nación
hacia el abismo, sin que objetivamente hubiese ningún ataque
a nuestra soberanía y sin que nuestra integridad estuviese
en peligro.
El jefe de Estado, como dice
Isaías Baduel, montó un show mediático y quiso fortalecer su
aspiración de convertirse en líder internacional de la
izquierda radical, aprovechando de forma indebida el impasse
entre dos naciones suramericanas. Tamaño despropósito lo
materializó arriesgando la paz del país. Sus afinidades con
las FARC lo condujeron a colocar sus inclinaciones
ideológicas y políticas muy por encima de los intereses
nacionales. Nada le importó la situación de los millones de
venezolanos que viven o se benefician del intercambio
comercial y económico con el territorio hermano.
Los asuntos de Estado y, en
especial, los relacionados con la política exterior, Chávez
los dirige de manera caprichosa. Es un autócrata tan
personalista, que ni siquiera se apoya en las instituciones
que domina a placer. El papel de conciliador desempeñado por
el Presidente dominicano, Leonel Fernández, anfitrión de la
Cumbre, en realidad le correspondía compartirlo al primer
mandatario venezolano, junto a otros gobernantes de la
región. Frente a los excesos melodramáticos del díscolo
Rafael Correa y a la reciedumbre de Uribe, a Venezuela le
pertenecía desempeñarse como mediadora.
El inmenso poder que otorga el
petróleo podría utilizarlo para fortalecer el protagonismo
de la nación en el plano internacional levantando las
banderas de la libertad, la democracia, la fraternidad y la
solidaridad frente a la narcoguerrilla, los irregulares y
todos los enemigos del sistema democrático. Pero, Chávez
prefiere identificarse con la insurgencia, la subversión y
los adversarios de la libertad. Solo cuando se ve aislado
decide rectificar.
En una democracia genuina, el
Presidente tendría que comparecer ante el Poder Legislativo.
Sería interpelado por los parlamentarios. Lo ocurrido en
Venezuela amerita un juicio y una condena política y moral
contundente de parte de los órganos que encarnan la
soberanía popular, con el fin de sentar un precedente que
impida que esos desmanes se repitan. Sin embargo, como la
Asamblea Nacional dejó de cumplir sus funciones desde que se
tiñó de rojo, ninguna de estas medidas se adoptarán. Ni
siquiera interpelarán al Canciller o al Ministro de la
Defensa. De la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo, mejor es
no mencionarlas.
En materia de conflictos Chávez desechó el libro del sabio
Sun Tzu y decidió escribir su propio compendió que lleva por
título Mi arte de la guerra.
tmarquez@cantv.net