La
forma como el teniente coronel tomó la decisión de aprobar y
anunciar las 26 leyes sancionadas en el marco de la
Habilitante -dentro de las cuales, para mayor abuso, se
incluyen leyes orgánicas- revela el olímpico desprecio que
el personaje siente por el país, la democracia, la voluntad
popular y, en general, las normas e instituciones. Al filo
de la media noche, con alevosía y nocturnidad, aprobó un
paquete de instrumentos jurídicos que ignoran y atropellan
la decisión del pueblo el 2 de diciembre del año pasado.
Tanto que tuvo que luchar la nación contra los gamonales
durante todo el siglo XIX y parte del XX, para que ya en
pleno siglo XXI reaparezca, cargado de petrodólares y
rodeado de cagatintas, un nuevo cacique que trata a la
nación como si aquí no existiesen leyes, ni Constitución, ni
nada que se parezca a una nación civilizada. Como si la
“pequeña Venecia” fuese un campamento minero.
Al
señor que habita en Miraflores hay que recordarle todos los
días que el 2-D, el pueblo venezolano votó por un proyecto
de reforma constitucional que él, de su puño y letra, había
redactado. En esa propuesta se incluía el ataque a la
propiedad privada, artículo 115, la creación de las milicias
bolivarianas, artículo 229, y la nueva geometría del poder,
artículo 16, que contemplaba la designación por parte del
Presidente de la República de autoridades regionales
colocadas por encima de los gobernadores y alcaldes electos.
Esa oferta fue repudiada por los venezolanos, quienes
percibieron que Hugo Chávez buscaba imponer el comunismo de
corte cubano, arrinconar la propiedad privada, acabar con
la descentralización, y establecer un régimen militarista
con una guardia pretoriana más dispuesta a proteger al
caudillo, que a defender los intereses de la nación. Ese día
los venezolanos, entre ellos numerosos chavistas, le dijeron
al comandante que no estaban dispuestos a acompañarlo en sus
delirios colectivistas, ni en sus afanes de perpetuarse en
el poder. En esa ocasión le dijeron ¡NO! al comunismo, y
¡SÍ! a la propiedad privada, al civilismo, a la
descentralización y a la democracia.
Sin
embargo, ese mensaje tan claro y categórico no lo entiende
el caballero. Insiste en meter por las ventanas lo que el
pueblo sacó por la puerta delantera. Dado que la
Constitución establece, artículo 345, que una materia que ha
sido rechazada en referendo no puede presentarse de nuevo a
la Asamblea Nacional en un mismo período constitucional,
optó por valerse de la Ley Habilitante para tratar de
introducir de contrabando las mismas propuestas ya negadas.
Así, tenemos que
el autócrata, en un desplante insólito de
arrogancia, aprueba unilateralmente reformas que alteran
radicalmente el espíritu y letra de la Carta del 99.
De esas
modificaciones hay que destacar la Ley para la Defensa de
las Personas en el Acceso a los Bienes y Servicios, que en
su artículo 5 autoriza al Gobierno Nacional a expropiar
bienes sin declaración previa de utilidad pública por parte
de la Asamblea Nacional. También hay que mencionar la Ley
Orgánica de la Fuerza Armada Bolivariana, que incorpora la
Milicia Nacional Bolivariana. Igualmente, hay que apuntar la
Ley Orgánica de la Administración Pública, que faculta al
Presidente de la República a designar y remover autoridades
regionales por encima de los gobernadores y alcaldes electas
mediante el voto.
Estas
disposiciones, que ahora adquieren un carácter
pretendidamente legal, fueron repudiadas por la mayoría de
los venezolanos, a quienes se les ignora e irrespeta.
Lo
que sorprende de la insolencia de Chávez es el momento en el
cual se produce. Por supuesto que no es la moderación un
rasgo que lo caracterice, pero en muchos casos sus
decisiones están determinadas por criterios políticos en los
que prevalece el sentido común y la oportunidad. En este
caso, da la impresión de que dejó llevarse por sus aliados
más díscolos y radicales. Esos que se aproximan a la
política cargados de dogmas decimonónicos y sin ningún tipo
de cable que los conecte a tierra. Parece que Chávez no se
ha dado cuenta de que faltan menos de cuatro meses para los
comicios regionales del 23 de noviembre, y que está
obligando a sus candidatos, pues aspira a convertir esas
elecciones en un plebiscito en torno a su figura, a defender
unas leyes que forman parte de un proyecto hegemónica ya
derrotado por el pueblo. Tendrán que cargar con el peso de
ese fracaso.
Los
aspirantes que se identifiquen con Chávez se verán en el
difícil trance de justificar, por ejemplo, el significado
que posee para los estados y municipios la designación, por
parte del primer mandatario, de autoridades regionales que
tendrán por función la planificación, ejecución,
seguimiento, y control de las políticas, planes y proyectos
de ordenamiento del territorio. Es decir, deberán legitimar
con su respaldo una ley que minimiza la labor de
gobernadores y alcaldes. En una rueda de prensa, digamos,
cualquier periodista avispado podría preguntarle a un
candidato oficialista: bueno si es tan importante el papel
de esa autoridad nombrada, ¿por qué usted, en vez de estar
haciendo campaña electoral y buscando votos, mejor no trata
de que el Presidente lo designe para ese cargo? Respaldar la
propuesta presidencial descalifica a los candidatos en unas
elecciones en las que se busca fortalecer la legitimidad de
los mandatarios regionales y profundizar la
descentralización.
Triste el
papel de los abanderados del chavismo: van a quedar para
explicar y justificar por qué su jefe máximo no entiende lo
que significa ¡NO!
tmarquez@cantv.net