Acabar
con la descentralización política y administrativa del
Estado se ha convertido en uno de los nuevos objetivos de
Hugo Chávez. Le incomoda que, a pesar de contar con la
inmensa mayoría de los gobernadores y alcaldes, ellos no
sean designados, como en el pasado, por el todopoderoso
Presidente de la República. Le indigna que pueda haber
mandatarios como Didalco Bolívar que, aún siendo
simpatizante del primer mandatario, piensen con cabeza
propia y cuenten con una sólida base de apoyo popular.
¡Cuánto se parece a Jaime Lusinchi y a la “cúpula corrupta”
de Acción Democrática, dos factores que se opusieron
tenazmente a la elección directa de gobernadores y alcaldes!
Resulta que la “revolución
bonita” está impulsando uno de los movimientos más
retrógrados, conservadores y reaccionarios que puedan
plantearse en una sociedad, que hace casi 20 años decidió
desmantelar la pesada e ineficaz maquinaria centralista. La
elección directa de los gobernadores, la creación de la
figura del Alcalde y su escogencia por la vía del sufragio
universal y secreto no fueron un regalo del Poder Nacional,
sino una conquista de la provincia, catalizada en aquel
momento por la Comisión Presidencial para la Reforma del
Estado (COPRE), creada en 1984. Los estudios y la amplia
consulta nacional realizada por esa comisión establecieron
que el cambio y modernización del Estado pasaban por atenuar
el presidencialismo, promover la redistribución vertical del
poder y, por esta vía, fortalecer los gobiernos regionales y
locales mediante la elección directa de sus autoridades. En
el interior del país habían surgido grupos empresariales,
ramas sindicales, una clase media profesional y diferentes
actores de la sociedad civil organizada, que reclamaban una
participación activa en los asuntos estatales y municipales,
y en las decisiones más importantes que competían a sus
respectivas entidades. El centralismo aniquilaba todas esas
esperanzas.
Para que la descentralización
política se lograra, se requirió el apoyo decidido de los
medios de comunicación y de muchos dirigentes políticos,
entre ellos diputados representantes de la provincia y
senadores, algunos de los cuales hoy forman parte del
proceso bolivariano y se les ve muy entusiasmados apoyando
la aberración planteada por el primer mandatario.
La descentralización política ha
tenido muchas virtudes. La elección de las autoridades
regionales modificó la línea de lealtades de los gobernantes
de provincia. A partir de su aplicación a quien había que
responder, en primer lugar, era a los electores de cada
entidad federal, no al Presidente de la República, cuyo dedo
había sido hasta ese momento el instrumento que señalaba
quién había sido escogido como gobernante regional. Se
introdujo el principio de la competencia y de los más aptos,
lo cual permitió renovar en un lapso muy breve el liderazgo
político nacional. Las primeras elecciones regionales fueron
en diciembre de 1989. Cuatro años después las figuras más
descollantes del escenario político estaban vinculadas con
la descentralización. En los comicios de 1993, tres de los
cuatro principales candidatos a la presidencia tenían
experiencia como gobernadores o alcaldes exitosos. Ellos
eran Oswaldo Álvarez Paz, Zulia; Andrés Velásquez, Bolívar,
y Claudio Fermín, Caracas. En 1998 el contendor de Hugo
Chávez fue Enrique Salas Romer, con amplia experiencia como
gobernador del estado Carabobo.
En buena medida el gobierno del
comandante Chávez ha representado una tragedia para el país
porque él llegó a Miraflores sin ningún tipo de experiencia
en el campo administrativo. Si hubiese sido previamente
Gobernador o Alcalde, habría tenido la oportunidad de saber,
por ejemplo, qué es un presupuesto, a partir de cuáles
criterios técnicos se elabora, cómo se establecen las
prioridades, cómo se obtienen los recursos, cómo se evalúan
el impacto y los resultados, qué debe hacerse para optimizar
los recursos disponibles, y cómo y cuándo introducir los
correctivos adecuados. Su inexperiencia, junto a su
ideología comunista, ha traído más desolación y miseria al
país. Si hubiese sido Gobernador o Alcalde probablemente hoy
no estaría planteando la vuelta al ominoso pasado de la
centralización y el presidencialismo más rancio y
caudillesco.
La descentralización
administrativa representa la otra cara del proceso. A los
gobernantes electos mediante el sufragio popular había que
transferirles competencias y recursos financieros, pues el
dispositivo legal imperante colocaba en manos del Estado
central la mayoría de las atribuciones. Este proceso se
llevó a cabo a a través de un conjunto de reglamentos –nueve
en total- que pautaban el procedimiento de la transferencia.
El propósito consistía en impedir que la descentralización
condujera al desmantelamiento y la anarquía del Estado. Se
contemplaban, además, algunas instancias de negociación y
acuerdos entre el nivel nacional y los gobiernos
subnacionales. La experiencia, compleja y difícil al
comienzo pues se carecía de conocimiento previo, arrojó de
inmediato resultados altamente positivos. La salud pública
mejoró de manera notable en estados como Carabobo, y la
educación en entidades como Mérida. Los problemas, desde
luego abundantes, se encararon de manera conjunta. Por
primera vez la relación vertical entre los distintos
gobiernos se estableció sobre la base del respeto y la
colaboración.
El ataque a la descentralización
por parte de Chávez comenzó hace mucho tiempo. El Consejo
Federal de Gobierno contemplado en la Constitución de 1999,
se ha reunido apenas un par de veces. La Ley de la Hacienda
Pública Estatal, instrumento básico para fortalecer las
competencias tributarias de los estados, nunca se ha
aprobado. ¿Cómo puede avanzar la descentralización en esas
condiciones?
La recentralización propuesta
por Hugo Chávez constituye un salto a la Venezuela gomera y,
además, una bofetada a una provincia que durante más de tres
lustros ha elegido sus autoridades inmediatas y, no obstante
las limitaciones, ha tratado de que los servicios mejoren.
¡Viva la descentralización!
tmarquez@cantv.net