El
comandante Hugo Chávez insiste en que su proyecto del
socialismo del siglo XXI no se parece en nada al oprobioso
régimen que se instala en 1917 en Rusia (luego convertida en
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS), y a
partir de 1945 se extiende, gracias al poder de fuego del
Ejército Rojo, hacia Europa del Este. El afán por despejar
las dudas se le ha transformado en obsesión, luego del
tardío alegato del general Baduel el aciago día que tuvo que
transferirle el bastón de mando del ministerio de la Defensa
al nuevo general en jefe, Gustavo Rangel Briceño.
Dice el jefe de Estado que el
suyo es un socialismo enraizado en las tradiciones
cristianas y en el humanismo más genuino, uno de cuyos
representes más conspicuos es Rousseau. Nada tiene que ver
con la ignominia, convertida en sistema social, que imponen
Lenin y Stalin. Las ideas que inspiran al Presidente
vernáculo se sintetizan en su amor a los pobres y
desamparados, y en el ideal de redimir a los que sufren las
penas y desigualdades que el capitalismo provoca. Tanto
altruismo conmueve y empalaga. Lo que ocurre con este
discurso tan almibarado es que no concuerda con lo que
estamos viviendo en Venezuela y con lo que el propio
mandatario proclama cada vez que sale del país. Su
autoritarismo cada vez más desembozado no se compadece con
tanto “humanismo”.
En su reciente viaje a Rusia,
donde fue relegado por su hermano Putin, por el Parlamento y
por los medios de comunicación, Chávez dijo sentir nostalgia
por la Unión Soviética. ¿Cuándo dejó de ser la URSS un
régimen opresivo con un Estado asfixiante y una sociedad
esclavizada?: sólo cuando Gorbachov, casi 70 años después de
haber triunfado los bolcheviques, inicia la apertura con la
perestroika (reestructuración) y la glassnot
(transparencia), las cuales permitieron mover los cimientos
del anquilosado, corrupto e inepto orden impuesto por los
comunistas. Este proceso, aunque convierte a Gorbachov en
una de las figuras más prominentes del planeta hacia finales
del siglo XX, dictamina su sentencia de muerte. La vieja
nomenclatura se movió para decapitar al atrevido dirigente.
Afortunadamente los viejos comunistas habían perdido poder y
prestigio, y por ello no pudieron recapturar el Kremlin, a
pesar de la debilidad del aguerrido Gorbi. Otro líder
emergente, Boris Yelsin, antiguo aliado de las reformas, es
quien capitaliza el descontento, convirtiéndose en el nuevo
hombre fuerte de Rusia. En la actualidad nadie añora la
demencia tiránica de la URSS, sólo Chávez. ¡Que
incongruencia en un “humanista” tan devoto!
La nueva Constitución que ahora
propone el primer mandatario es una copia al carbón de la
Carta Magna cubana, con reelección indefinida y todo, igual
que la fórmula que garantizó la perpetuidad del doctor
Castro en el poder. ¿Existe en América Latina y en el
hemisferio occidental una réplica del comunismo soviético
más fiel que el modelo cubano? Por supuesto que no. Lo que
más se aproximó fue el esquema de los sandinistas, sin
embargo, las presiones internas y el contexto definido por
la Guerra Fría hicieron naufragar esa reedición del
experimento cubano, no sin antes haber descuartizado la ya
débil economía nicaragüense. Hugo Chávez pretende acabar con
la libertad en todas sus manifestaciones, reducir la
propiedad privada a su mínima expresión, centralizar el
Estado y abolir la descentralización, criminalizar la
disidencia, trocar la educación en una vía para la
ideologización comunista, fusionar el Estado con el Gobierno
y a estos dos con el Partido, acabar con la autonomía
universitaria, instaurar legalmente una autocracia; es
decir, intenta hacer todo lo que hizo Fidel Castro en Cuba,
y llamar a esto “democracia socialista”, “humanismo
socialista”. Apelando a esa lista interminable de simplezas
con las que nos atiborra cada vez que agarra un micrófono o
se encuentra al frente de una cámara de televisión, cree que
puede ocultarles a los venezolanos cuáles son sus verdaderos
y aviesos propósitos.
El afán por controlar todo el
poder del Estado, suprimir la delegación de competencias y
atribuciones, e intervenir en todos los espacios que
caracterizan y definen a una sociedad compleja y diversa, es
otro rasgo del comunismo soviético que el teniente coronel
ha incorporado a su socialismo del siglo XXI. En días
recientes señaló con vehemencia que la educación debe ser
para ideologizar la sociedad, acabar con los valores del
capitalismo e implantar la cultura socialista. Es decir, la
educación no debe estar al servicio del saber y la ciencia,
sino de sus contrarios: el fanatismo, el dogmatismo y la
ignorancia supina a partir de la cual es posible lograr
lealtades incondicionales.
Acabar con la descentralización
es otro objetivo de Chávez que recrea el patrón soviético.
La nomenclatura instalada en el Kremlin decidía hasta los
más pequeños detalles en un territorio de 22 millones de
kilómetros cuadrados. Los famosos e inútiles planes
quinquenales eran elaborados por la burocracia moscovita
totalmente divorciada del acontecer ruso. La planificación
central que ahora reedita el Presidente venezolano es de
estirpe soviética. Ningún país capitalista serio, los más
prósperos y equitativos del mundo, le conceden la menor
importancia a la planificación central. El fracaso comunista
demostró cuán inoperantes son. Sólo Chávez, Castro y Kim Jon
IL, el déspota de Korea del Norte, son de los pocos
gobernantes en el mundo que aún reivindican el significado
de una fórmula, que únicamente sirve para que unos
funcionarios pedantes e ineptos hablen de cifras ficticias y
de obras que jamás se materializan.
Hay otros aspectos del
sovietismo que incorporó el socialismo del siglo XXI
chavista. Entre ellos el ataque a la prensa independiente,
el hostigamiento a la oposición, la subordinación del Poder
Ejecutivo. Aquí el alumno ha corregido y mejorado a sus
maestros comunistas. Así es que por más que insista: el
socialismo vernáculo reúne todos los símbolos oprobiosos del
leninismo-estalinismo.
tmarquez@cantv.net