El
giro comunista que el comandante le ha dado a la revolución
bolivariana, como era de esperarse, ahora contempla atacar
con furia la expresión más soberana del individuo, el
individualismo. Para realizar esta operación quirúrgica el
hombre de Sabaneta ha echado mano de uno de los lugares
comunes más socorridos y tramposos de la historia: el
llamado “individualismo burgués”. Resulta que tener una casa
amplia, lujosa y confortable, un apartamento en la playa, un
carro cómodo, vestirse elegante, ahorrar dinero en el banco,
disfrutar del béisbol profesional, deleitarse con una buena
publicidad y jugar lotería y caballos, representan vicios
pequeño burgueses, que deben ser combatidos como si se
tratase de tumores cancerosos. A Chávez ya no le basta con
poseer el control de todas las instituciones del Estado y de
una amplia red de organizaciones de la sociedad; ahora
también desea meterse en el mapa genético de la gente para
moldear sus gustos e influir sobre sus preferencias.
No habría que extrañarse si un
día de estos, como sucedió con el anunciado aumento de la
gasolina, de pronto se le ocurre traerse un grupo de
científicos, digamos iraníes, para que comiencen a
experimentar con cruces genéticos, de modo que la mujer
venezolana sea la primera en engendrar el verdadero “hombre
nuevo” que tanto proclamó el “Che” Guevara, y que ahora
Chávez retoma con renovados bríos. En la China de la
Revolución Cultural maoísta ensayos similares se hicieron.
En vista de que el Presidente venezolano se ha declarado
entusiasta admirador del líder comunista chino, podría
ocurrir que además de la reeducación de la cual habla,
comience a buscar el “hombre socialista” a través de los
cromosomas. En el experimento de ingeniería social que ha
iniciado, cualquier delirio cabe. Los totalitarismos son
obsesivos e invasores.
Cualquier indagación, por
superficial que sea, puede establecer que el
“individualismo” es muy anterior a la burguesía y al
capitalismo. Los griegos, con Aristóteles a la cabeza,
fueron firmes defensores del individuo frente al Estado. En
Roma ocurre otro tanto. El Renacimiento es un movimiento
que, después de varios siglos de sumisión del individuo ante
fuerzas extrañas que lo doblegaban, reivindica el
significado y trascendencia del hombre, en cuanto individuo,
frente a la religión, que colocaba el centro del Universo en
deidades ajenas y extrañas al género humano. Con el
Renacimiento y, posteriormente, con el Iluminismo, la
humanidad rescata el enorme significado de esa unidad que es
el individuo, a la cual hay que respetar como producto
específico de la Creación. El Estado no puede convertirse en
su verdugo, ni en aniquilador de las libertades
individuales.
El comodín “individualismo
pequeño burgués” en realidad representa una coartada para
justificar la vocación hegemónica, antidemocrática y
antiliberal de regímenes con vocación totalitaria como el
que pretende imponer Chávez. La religión bolivariana, con la
cual el Libertador no tiene nada que ver, ha tomado el lugar
que el marxismo-leninismo ocupaba en la Unión Soviética, o
que el marxismo-maoísmo tenía en la China anterior a las
reformas de mercado impulsadas por Deng Xia Ping. Todos los
despotismos comunistas, nazistas y fascistas, elaboran sus
propias religiones, en las que combinan aspectos universales
con ingredientes domésticos y locales. Este fenómeno se pudo
apreciar en la Alemania hitleriana y en la Italia de
Mussolini. En Cuba, la iconografía incluye desde la
manipulación de la figura de José Martí, poeta de exquisita
pluma y político de tendencia claramente democrática, hasta
un santón genocida como Ernesto Guevara y un tirano como
Fidel Castro.
Al igual que en todos los
discursos totalitarios, en el chavista el individuo aparece
reducido a su mínima expresión, devorado por entidades
supremas como la patria, el socialismo, el partido, la
revolución. Frente a estas fuerzas cósmicas el individuo
concreto, particular, es una especie de microbio
insignificante, que no puede reclamar su propia
especificidad. Es más, cualquier exigencia que apunte en esa
dirección es una expresión del “individualismo pequeño
burgués” y está reñido con la disciplina revolucionaria. Por
eso el militante común y corriente o el dirigente tienen que
soportar estoicamente que el líder hablé durante seis horas,
sin derecho a chistar, ni a pararse de la silla hasta que el
jefe le haga el favor de callarse. En la revolución
comunista no hay vacaciones, ni siquiera en diciembre. El
sano esparcimiento, el ocio creativo para disfrutar de la
familia o de la novia, de una buena novela o, simplemente,
de un paseo para entrar en contacto con la naturaleza,
constituyen pecados de lesa revolución. Crímenes que deben
ser castigados con todo el rigor que pautan los códigos
revolucionarios. No es por casualidad que mientras el país
en diciembre se distendía, luego de una campaña electoral
tan intensa, y se preparaba para entrarle con renovadas
fuerzas a 2007, el revolucionario mayor planificaba junto
con sus asesores más inmediatos, y con la frialdad de un
cirujano, la operación de convertir a Venezuela en el
segundo país comunista de América Latina. Los comunistas no
saben de tregua.
El ataque sostenido y despiadado
por parte del régimen al individuo y al individualismo,
obligan a la oposición y a todos los sectores que creen en
la democracia y en la libertad individual, a colocar la
defensa y protección del individuo en un lugar privilegiado
de la batalla por rescatar el sistema democrático. Luchar
contra las injusticias sociales, contra los desequilibrios
obscenos y por la conquista de una sociedad más justa, de
ningún modo supone anular al individuo para privilegiar al
Estado, pisotear sus gustos, irrespetar sus preferencias, y
tratar de modelar su conciencia de acuerdo con los criterios
de unos burócratas que se consideran superiores moralmente,
pero que en realidad portan lo peor de las utopías
totalitarias.
tmarquez@cantv.net