Tiempos
extraños estos que estamos viviendo. Parecieran salidos de
algunos de los salmos del Viejo Testamento. La ineficacia
del Gobierno está alcanzando cuotas tan elevadas, que todos
los gobiernos anteriores parecen ejemplos cósmicos de
eficiencia y probidad. Resulta difícil entender por qué
mientras la inmensa mayoría de los países del planeta han
resuelto el problema de la inflación, Venezuela, junto a
Zimbawue, continúa teniendo una de las tasas más altas del
mundo. También es complicado comprender cómo con el barril
de petróleo por encima de 50 dólares, y con más de 33 mil
millones de dólares en reservas internacionales, escasean
productos alimenticios de la canasta básica, además de
artículos de limpieza y de tocador, ¡con lo presumido que
este pueblo!
Desde luego que las
explicaciones racionales existen. El embotellamiento se
encuentra en la oferta de bienes. El aparato productivo no
puede satisfacer la demanda interna, por el desequilibrio
que se ha creado entre la masa de dinero en manos de la
gente y la oferta de bienes existente. El Gobierno ha
tratado de reducir ese desajuste por la vía de las
importaciones. Pero ocurre que CADIVI, a pesar de que
después de varios años de estar funcionando debería hacerlo
con gran eficiencia, restringe con cada vez mayor rigor la
entrega de divisas. La discrecionalidad pasa factura.
Cualquiera podría pensar que
estos desaguisados son obra de la improvisación o novatería
de un equipo que, a pesar de tener ocho años dirigiendo al
país, no aprende a hacerlo. Sin embargo, los datos señalan
que estas fallas responden a la concepción general que
predomina en el Gobierno y, especialmente, en el Presidente
de la República. La línea de controles adoptada por el
régimen, junto a la aprobación de un conjunto de
instrumentos legislativos que desestimulan la inversión,
afectan severamente la capacidad generadora de bienes. Los
empresarios nacionales se sienten, con razón, amenazados por
la cantidad de leyes y reglamentos draconianos que han
entrado en vigencia, mientras los inversionistas
extranjeros, por las mismas razones, no se arriesgan a
colocar sus capitales en el país. En estas condiciones,
lucen lejanas las posibilidades de fortalecer el aparato
productivo con el fin de incrementar la oferta. Todo esto
ocurre en medio de la mayor y más prolongada bonanza
petrolera de la historia nacional.
Ahora bien, el desconcierto no
reside solamente en el comportamiento errático del jefe del
Estado y del Gabinete que lo acompaña. Las enormes
marfiladas en el área de las políticas públicas podrían
atribuirse al hecho de que esas medidas se insertan dentro
del modelo del socialismo del siglo XXI, receta
intervencionista y dirigista condenada por la historia a
fracasar en todas las sociedades donde trata de aplicarse.
La debilidad más grave de la nueva “clase” gobernante reside
en su postración, alienación diría el joven Marx de los
Manuscritos económicos y filosóficos, ante el Presidente de
la República. Es la obsecuencia desvergonzada de algunos
dirigentes que militan en el proceso, inaceptable en una
democracia, la que le confiere tintes dramáticos al período
que vivimos.
Los ejemplos de sumisión y
mansedumbre frente al jefe abundan. No puedo referirme a
todos. Ni siquiera a los más importantes. Pero señalar
algunos de los casos más grotescos permite identificar hasta
dónde puede llegar la degradación de unos militantes y
dirigentes, cuando el liderazgo de un Presidente se concibe
desde una perspectiva personalista, y no dentro del marco
del sistema institucional y legal que debe regir una nación.
Luego del atronador regaño que
Hugo Chávez les propinó a los partidos Podemos y Patria Para
Todos el domingo 18 de marzo, el gobernador de Yaracuy, ¿exmilitante
de Podemos?, declaró su ya célebre frase: “Me declaro un
soldado más para fortalecer la patria soñada, ahora que
contamos con el líder soñado”. Aparte de todo el servilismo
contenido en la expresión, ¿sabrá Carlos Jiménez que la
elección directa, popular y secreta de los gobernadores de
Estado, uno de los máximos símbolos de la descentralización,
se logró luego de una dura batalla contra el poder central
y, particularmente, contra el presidencialismo predominante
en Venezuela desde Cipriano Castro en adelante? ¿Tendrá
conciencia de que a los mandatarios estadales les
corresponde, tanto por decoro como por razones políticas,
mantener posturas firmes frente al Presidente de la
República? Es evidente que la sindéresis no representa el
punto más fuerte del gobernante yaracuyano.
También después del aquella
iracunda reprimenda por parte del primer mandatario, el
secretario general del PPT bajó la cerviz hasta las
rodillas. Su actitud reverencial obliga a preguntarnos cuál
idea tienen de las alianzas los partidos y grupos que apoyan
a Chávez. Por lo visto, a partir de las palabras del
Secretario General del PPT, la única manera de integrar una
plataforma común con el jefe del Estado es obedeciendo
incondicionalmente sus órdenes y satisfaciendo sin chistar
sus caprichos. Queda proscrito todo lo que signifique
disidencia, autonomía relativa, independencia para pensar
con cabeza propia o tímido asomo de crítica, que fue lo que
hizo Ismael García en nombre de la democracia y la
pluralidad.
Por encima de las edulcoradas
palabras que Hugo Chávez pronunció ante la complaciente
Barbara Walters acerca del socialismo del siglo XXI y sus
planes para Venezuela, su comportamiento frente a sus
aliados revela el talante irremediablemente autoritario de
su proyecto político. Más deplorable aún es la vileza de
personajes públicos que son incapaces de guardar la dignidad
que sus cargos y responsabilidades exigen.
tmarquez@cantv.net