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¿Quién entiende su pensamiento?
por Trino Márquez
jueves, 15 marzo 2007


La Presidenta de la Comisión de Educación de la Asamblea Nacional, María de Queipo, sin que se le moviera un músculo de la cara, declaró en días recientes que habría que introducir el “pensamiento” del Presidente de la República en el sistema educativo. Estoy convencido de que sería mucho más provechoso para el país que ocurriera exactamente lo contrario, pero en vista de la sugerencia -que seguramente se convertirá en mandato inapelable en el curso de los próximos meses, dado el desvergonzado culto a la personalidad que campea entre los oficialistas- vale la pena preguntarse de cuál “pensamiento” está hablando la referida diputada. Más allá de su insaciable afán por eternizarse en el poder, como todo autócrata que se respete, definir las ideas y principios del comandante resulta más difícil que descifrar un códice maya, pues un día dice una cosa y acto seguido afirma otra que, incluso, suele ser la contraria. Me referiré sólo a algunos ejemplos que muestran su incoherencia.

Una de sus afirmaciones más socorridas es que el capitalismo (la economía de mercado) es cruel e inhumano, mientras el socialismo, solidario y profundamente humanista. De allí su proyecto del socialismo del siglo XXI. Esta convicción debería llevarlo a combatir el capitalismo allí donde se encuentre. Sin embargo, ¿qué ocurre en la práctica? El socialismo o, mejor dicho, el comunismo chavista, se funda en una presencia abusiva del Estado en todas las esferas de la vida social. Por ahora el rasgo más sobresaliente y que afecta más a la población es la intervención estatal en la actividad económica. La incapacidad del aparato productivo interno para elevar la oferta de bienes manufacturados, de modo que se satisfaga la demanda doméstica, así como la sobrevaloración del dólar oficial, han disparado las importaciones hasta niveles nunca vistos. Esas importaciones, por cierto, han paliado la escasez. Para aumentar la producción nativa habría que estimular la inversión privada, para lo cual se requiere crear las condiciones apropiadas: desmontar progresivamente los controles de cambio y de precio, respetar la propiedad privada, eliminar los instrumentos jurídicos punitivos, favorecer los beneficios con base en el aumento de la inversión y la productividad. Sin embargo, el comandante emprendió el camino inverso: los controles se han exacerbado al igual que el acoso a la libre iniciativa. El Gobierno, a través de una campaña igual de costosa que de ineficaz, señala como responsables del desabastecimiento y la inflación a unos supuestos acaparadores y especuladores, que lo más que pueden haber cometido es un delito menor.

Mientras dentro del país se hostiga a los productores nacionales, se descalifica la economía de mercado y se demoniza al capitalismo, el Presidente de la República importa bienes, como la carne traída de Colombia, que son fabricados dentro de los cánones de las economías libres altamente competitivas. El jefe de Estado ataca y destruye al capitalismo dentro de la nación, pero fomenta la inversión privada, el empleo asalariado y la ganancia de los empresarios foráneos. En Venezuela, comunismo del siglo XXI; en el exterior, capitalismo clásico.

Otra incongruencia es su visión de la ganancia y el “precio justo”. Según sus palabras la ganancia capitalista es inmoral. Las fábricas deben producir para satisfacer las necesidades básicas de la sociedad y, por lo tanto, el precio de los bienes tiene que ser aquel que permita recuperar los costos de inversión. Veamos qué pasa con el petróleo, principal fuente de donde brota el poder del primer mandatario. En Venezuela el barril de crudo cuesta producirlo entre $12 y $15, sin embargo, actualmente se cotiza en los mercados internacionales entre $50 y $55. Estos precios, que a Hugo Chávez le parecen muy bajos, representan una ganancia cercana a 400%, algo escandaloso aplíquesele el rasero que se le aplique. Lo que explica que un producto se venda cuatro veces por encima de su costo de producción es la ley de la oferta y la demanda. El crecimiento de la economía mundial y la falta de fuentes alternas de energía en gran escala, dispararon la cotización internacional de los hidrocarburos. Si el Presidente fuese consistente con los principios que dice sostener para los empresarios privados del país, tendría que convocar con urgencia una reunión de la OPEP para que la organización fije el “precio justo”, lo cual significaría bajarlo, y, además, para que eleve la producción, pues sus miembros estarían cometiendo una injusticia al controlar la oferta para mantener el precio del barril en un nivel muy elevado. No obstante, hasta donde se sabe, lo que hace es frotarse las manos con cada jalón hacia arriba del oro negro.

El comandante ataca al imperialismo norteamericano y a quien pretende convertir en su archirival, George Bush. Uno de los rasgos del imperialismo consiste en no respetar la autodeterminación de los pueblos, violar el principio de la no intervención y, basado en su poder, entrometerse en la vida de los pueblos que “imperializa”. El teniente coronel, en la escala en la que se mueve, se comporta como un imperialista de los más ortodoxos.

Utilizando el poder de los petrodólares, le impuso al complaciente Néstor Kirchner un acto humillante en el que el Gobierno argentino quedó muy mal parado, por la debilidad que mostró y por lo bochornoso del espectáculo. Habría que imaginarse por un momento de qué modo actuaría el señor Chávez si en vez de ser el Presidente de una nación modesta como Venezuela, lo fuese de los Estado Unidos. Stalin, con sus tanques y su Ejército Rojo, sería una inocente criatura frente a la vocación expansionista del comandante tropical. La reciente gira por varios países de la región intentando vanamente competir con Bush, mostró un Chávez megalómano, fatuo, pero sobre todo extraviado. Se nota que carece de las coordenadas para comportarse como un verdadero jefe de Estado, capaz de anteponer sus intereses personales a los fines estratégicos de la nación. En esta materia Lula y Tabaré Vásquez le dieron una lección.

Frente a estas y muchas otras incongruencias, ¿su “pensamiento” sirve de ejemplo? ¿Es conveniente introducirlo en las escuelas?

tmarquez@cantv.net


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