La
Presidenta de la Comisión de Educación de la Asamblea
Nacional, María de Queipo, sin que se le moviera un músculo
de la cara, declaró en días recientes que habría que
introducir el “pensamiento” del Presidente de la República
en el sistema educativo. Estoy convencido de que sería mucho
más provechoso para el país que ocurriera exactamente lo
contrario, pero en vista de la sugerencia -que seguramente
se convertirá en mandato inapelable en el curso de los
próximos meses, dado el desvergonzado culto a la
personalidad que campea entre los oficialistas- vale la pena
preguntarse de cuál “pensamiento” está hablando la referida
diputada. Más allá de su insaciable afán por eternizarse en
el poder, como todo autócrata que se respete, definir las
ideas y principios del comandante resulta más difícil que
descifrar un códice maya, pues un día dice una cosa y acto
seguido afirma otra que, incluso, suele ser la contraria. Me
referiré sólo a algunos ejemplos que muestran su
incoherencia.
Una de sus afirmaciones más
socorridas es que el capitalismo (la economía de mercado) es
cruel e inhumano, mientras el socialismo, solidario y
profundamente humanista. De allí su proyecto del socialismo
del siglo XXI. Esta convicción debería llevarlo a combatir
el capitalismo allí donde se encuentre. Sin embargo, ¿qué
ocurre en la práctica? El socialismo o, mejor dicho, el
comunismo chavista, se funda en una presencia abusiva del
Estado en todas las esferas de la vida social. Por ahora el
rasgo más sobresaliente y que afecta más a la población es
la intervención estatal en la actividad económica. La
incapacidad del aparato productivo interno para elevar la
oferta de bienes manufacturados, de modo que se satisfaga la
demanda doméstica, así como la sobrevaloración del dólar
oficial, han disparado las importaciones hasta niveles nunca
vistos. Esas importaciones, por cierto, han paliado la
escasez. Para aumentar la producción nativa habría que
estimular la inversión privada, para lo cual se requiere
crear las condiciones apropiadas: desmontar progresivamente
los controles de cambio y de precio, respetar la propiedad
privada, eliminar los instrumentos jurídicos punitivos,
favorecer los beneficios con base en el aumento de la
inversión y la productividad. Sin embargo, el comandante
emprendió el camino inverso: los controles se han exacerbado
al igual que el acoso a la libre iniciativa. El Gobierno, a
través de una campaña igual de costosa que de ineficaz,
señala como responsables del desabastecimiento y la
inflación a unos supuestos acaparadores y especuladores, que
lo más que pueden haber cometido es un delito menor.
Mientras dentro del país se
hostiga a los productores nacionales, se descalifica la
economía de mercado y se demoniza al capitalismo, el
Presidente de la República importa bienes, como la carne
traída de Colombia, que son fabricados dentro de los cánones
de las economías libres altamente competitivas. El jefe de
Estado ataca y destruye al capitalismo dentro de la nación,
pero fomenta la inversión privada, el empleo asalariado y la
ganancia de los empresarios foráneos. En Venezuela,
comunismo del siglo XXI; en el exterior, capitalismo
clásico.
Otra incongruencia es su visión
de la ganancia y el “precio justo”. Según sus palabras la
ganancia capitalista es inmoral. Las fábricas deben producir
para satisfacer las necesidades básicas de la sociedad y,
por lo tanto, el precio de los bienes tiene que ser aquel
que permita recuperar los costos de inversión. Veamos qué
pasa con el petróleo, principal fuente de donde brota el
poder del primer mandatario. En Venezuela el barril de crudo
cuesta producirlo entre $12 y $15, sin embargo, actualmente
se cotiza en los mercados internacionales entre $50 y $55.
Estos precios, que a Hugo Chávez le parecen muy bajos,
representan una ganancia cercana a 400%, algo escandaloso
aplíquesele el rasero que se le aplique. Lo que explica que
un producto se venda cuatro veces por encima de su costo de
producción es la ley de la oferta y la demanda. El
crecimiento de la economía mundial y la falta de fuentes
alternas de energía en gran escala, dispararon la cotización
internacional de los hidrocarburos. Si el Presidente fuese
consistente con los principios que dice sostener para los
empresarios privados del país, tendría que convocar con
urgencia una reunión de la OPEP para que la organización
fije el “precio justo”, lo cual significaría bajarlo, y,
además, para que eleve la producción, pues sus miembros
estarían cometiendo una injusticia al controlar la oferta
para mantener el precio del barril en un nivel muy elevado.
No obstante, hasta donde se sabe, lo que hace es frotarse
las manos con cada jalón hacia arriba del oro negro.
El comandante ataca al
imperialismo norteamericano y a quien pretende convertir en
su archirival, George Bush. Uno de los rasgos del
imperialismo consiste en no respetar la autodeterminación de
los pueblos, violar el principio de la no intervención y,
basado en su poder, entrometerse en la vida de los pueblos
que “imperializa”. El teniente coronel, en la escala en la
que se mueve, se comporta como un imperialista de los más
ortodoxos.
Utilizando el poder de los
petrodólares, le impuso al complaciente Néstor Kirchner un
acto humillante en el que el Gobierno argentino quedó muy
mal parado, por la debilidad que mostró y por lo bochornoso
del espectáculo. Habría que imaginarse por un momento de qué
modo actuaría el señor Chávez si en vez de ser el Presidente
de una nación modesta como Venezuela, lo fuese de los Estado
Unidos. Stalin, con sus tanques y su Ejército Rojo, sería
una inocente criatura frente a la vocación expansionista del
comandante tropical. La reciente gira por varios países de
la región intentando vanamente competir con Bush, mostró un
Chávez megalómano, fatuo, pero sobre todo extraviado. Se
nota que carece de las coordenadas para comportarse como un
verdadero jefe de Estado, capaz de anteponer sus intereses
personales a los fines estratégicos de la nación. En esta
materia Lula y Tabaré Vásquez le dieron una lección.
Frente a estas y muchas otras
incongruencias, ¿su “pensamiento” sirve de ejemplo? ¿Es
conveniente introducirlo en las escuelas?
tmarquez@cantv.net