Mi
buena amiga, la profesora y reconocida antropóloga Michelle
Ascencio, me recordaba en días pasados que los griegos de la
antigüedad clásica colocaban en el frontispicio de sus
hogares una frase cargada de profunda sabiduría: “Nada en
exceso”. Igualmente según los mismos griegos, decía
Michelle, cuando los dioses querían hacer perder a un
hombre, primero lo llenaban de ira. Al parecer el teniente
coronel Hugo Chávez Frías no conoce o no le presta la debida
atención a las enseñanzas de los griegos. La desmesura y
ofuscación son dos de los pecados que lo envenenan, y que
terminarán de desconectarlo de ese sector del pueblo que
hasta hace poco tiempo lo idolatraba.
Según algunas informaciones
confiables, el Comandante les ordenó a sus partidarios
comenzar a recoger las firmas que establece el artículo 342
de la Carta del 99, para volver a introducir -esta vez por
iniciativa popular- el proyecto rechazado el 2-D. Al
parecer, el Presidente no afloja en su deseo de imponer por
vía constitucional el comunismo del siglo XXI y la
reelección indefinida, sus dos grandes obsesiones. Craso
error. El pueblo entenderá esa nueva iniciativa
presidencial, maquillada con la firma de sus simpatizantes,
como un gesto de soberbia inaceptable y como un reto que les
lanza, no a la oposición, sino a esa inmensa franja de
ciudadanos que votó por el NO o que se inhibieron de
sufragar porque no quería hacerlo contra el primer
mandatario, a pesar de que el proyecto de reforma no les
parecía conveniente para el país. Ese desafío podría
movilizar a los sectores que optaron por la abstención en
los dos bandos, tanto en el de los que respaldan a Chávez
como en el que lo adversan. Las condiciones electorales, en
el peor de los casos, tendrán que ser idénticas a las que
prevalecieron en la pasada consulta. Si en ese escenario se
le pudo derrotar, a pesar del ventajismo grosero del
Gobierno, en la nueva consulta habrá aún mayores alicientes
para volver a ganarle.
Chávez cree que ese domingo
glorioso lo derrotó la oposición. Esta lectura parece la de
un disléxico. Está completamente equivocada. Desde luego que
toda la oposición (partidos políticos, movimiento
estudiantil, sociedad civil, medios de comunicación,
gremios, sindicatos) se anotó un apoteósico triunfo. Sin
embargo, la victoria trascendió de sobra las fronteras de la
oposición convencional. También hay que atribuírsela a esos
millones de seres que han acompañado el proceso bolivariano,
pero que no están de acuerdo con que Chávez se eternice en
Miraflores y termine de convertirse en un autócrata que
concentra en sí todo el poder, se acabe con la
descentralización, se reduzca la propiedad privada y la
libre iniciativa a su mínima expresión, se acabe con la
Fuerza Armada y con la autonomía del Banco Central. Es
decir, que no desean tener en estas tierras a otro Fidel
Castro, ni ver a Venezuela convertida en un clon de Cuba.
Los votantes y no votantes negaron un proyecto de Estado y
de sociedad divorciado de las aspiraciones de la inmensa
mayoría nacional. Las cuentas para Chávez deberían estar muy
claras: sumados quienes se abstuvieron y quienes se
identificaron con el NO, a 75% del total de venezolanos
inscritos en el REP no les entusiasmó el proyecto de país
planteado por el jefe de Estado. Su propuesta solo satisface
al 25% restante. Una nación no puede regirse por un marco
constitucional compartido únicamente por un pequeño
fragmento de ella. Tal pretensión únicamente puede conducir
al sectarismo, la exclusión y el autoritarismo.
Las explicaciones ramplonas
dadas por algunos subalternos de Chávez acerca de la derrota
en el referendo (que nada tienen que ver con el rico debate
que se da en Aporrea), buscan ocultar el enorme rechazo que
el grueso de los venezolanos siente por el comunismo o
socialismo autoritario. Ministros y diputados han tenido la
cachaza de decir que el traspié se debió al pánico que
crearon los medios de comunicación en torno a la eventual
desaparición de la propiedad privada. A la cuña de la bodega
le atribuyen propiedades mágicas. ¿A quién pretenden
engañar? La cita del 2D estuvo antecedida de una campaña
publicitaria escandalosa a través de todos los medios de
comunicación impresos, radiales y televisivos en manos del
Gobierno; además, el oficialismo desplegó pancartas,
pendones y vallas por todo el país. Este uso abusivo de la
propaganda no logró diluir el temor de la gente, ni
entusiasmar a los votantes. La causa de la desazón y la
indiferencia reside en que el proyecto de Hugo Chávez
resulta inconveniente e, incluso, criminal por donde se le
mire. El único que sale favorecido con su instrumentación es
él y nadie más. El resto de la nación –ciudadanos,
gobernadores, alcaldes, partidos políticos, estudiantes,
sindicatos, gremios, empresarios, militares, desempleados y
hasta informales- sale maltratada.
De esa característica tomó
debida nota una sólida mayoría, con el agravante de que
mientras más se conocía la propuesta, más se cuestionaba, de
nuevos argumentos se dotaba la gente para impugnarla. Por
ese motivo fue que Chávez optó por la vía rápida para
aprobarla. El tiro le salió por la culata. Es verdad que los
venezolanos no son consumados lectores, pero esto no
significa que sean idiotas. No se les puede meter gato por
liebre. No se puede pretender engañarlos, diciéndoles que se
trata de implantar el socialismo democrático del siglo XXI
con el fin de favorecer a los pobres, cuando en realidad lo
que se busca es implantar una autocracia de estirpe
comunista.
Si Chávez, prevalido del control
que ejerce sobre las instituciones y PDVSA, pretende imponer
el socialismo autoritario, encontrará de frente otra vez ese
sentimiento democrático y libertario que fue formándose en
Venezuela desde la muerte de Gómez en 1935. El episodio del
2D debería conducirlo a ser mesurado, humilde y tolerante
con la voluntad popular. Pero no son precisamente estos los
rasgos que lo caracterizan. Al igual que todos los
autócratas, se deja dominar por la arrogancia.
tmarquez@cantv.net