Casi
simultáneamente con su discurso sobre el Proyecto de Reforma
Constitucional, Hugo Chávez introdujo en la Asamblea
Nacional las Líneas Generales del
Plan de Desarrollo Económico y Social de
la Nación 2007-2013.
El propósito de esta consignación no queda claro. El propio
Chávez se había encargado de eliminar en la Constitución de
1999 la obligación que antes tenía el Poder Ejecutivo de
presentar los lineamientos del Plan de la Nación ante el
cuerpo legislativo. Sin embargo, como la norma en este
régimen es dar un pasito hacia delante y dos hacia atrás,
el Presidente tuvo la cortesía con los señores diputados de
hacerles conocer sus lineamientos estratégicos, los cuales
apuntan claramente, al igual que el proyecto de reforma,
hacia el comunismo tipo cubano.
La
finalidad explícita de las Líneas Generales consiste en
conducir a Venezuela hacia el socialismo del siglo XXI, para
lo cual se señalan siete grandes estrategias: 1. Nueva Ética
Socialista; 2. Suprema Felicidad Social; 3. Democracia
Protagónica y Revolucionaria; 4. Modelo Productivo
Socialista; 5. Nueva Geopolítica Nacional; 6. Venezuela:
Potencia Energética Mundial; 7. Nueva Geopolítica
Internacional. Hoy comentaré el primero de los puntos.
A los
comunistas, que se consideran superiores al resto de los
mortales, sobre todo en el plano moral, les encanta hablar
de los supremos valores éticos de la revolución y de los
revolucionarios. Nada los seduce más que el “Hombre Nuevo”,
suerte de encarnación de los ángeles pintados por Rubens.
“Socialismo y hombre nuevo deben ser sinónimos”, dicen
(p.3). Estos son seres movidos por el amor al prójimo y la
solidaridad con los desamparados. Por supuesto que para
alcanzar tan elevados principios hay que trascender el
capitalismo. Este sistema está basado “en el individualismo
egoísta, en la codicia personal, y en el afán de lucro
desmedido”. (p.1) Se trata de “la construcción de un Estado
ético. . . Un Estado de funcionarios honestos” (p.2). El
“proyecto ético bolivariano” convertirá a los hombres “en
personas y ciudadanos justos, solidarios y felices” (p.2).
El objetivo del Plan es nada más ni nada menos que “Refundar
ética y moralmente la nación (p. 3) Cualquier cosa. (¡Cuanto
placer les provoca la grandilocuencia!)
Tanta virtud conmueve. Sin embargo, ocurre que en el
Proyecto de Reforma Constitucional, Art. 141, el comandante
Chávez elimina la responsabilidad de los funcionarios en el
ejercicio de la función pública y su obligación de rendir
cuentas, normas taxativamente apuntadas en la Carta del 99.
Al suprimirse del proyecto de modificaciones estas
obligaciones, la corrupción, que ya campea por todo el
aparato administrativo, marchará a la velocidad de las
Hummer. Los “Estados éticos”, si es que tal cosa existe,
sólo pueden alcanzarse en medio de climas donde se elimina
la impunidad y se acaba con los incentivos que estimulan la
corrupción. Con llamados piadosos a la honestidad, a la
“conciencia revolucionaria”, como hacen los comunistas, no
se obtiene nada beneficioso, menos aún si la Contraloría ha
desaparecido o solo se ocupa de saber cuánto gastan los
alcaldes de Chacao y Baruta. Los chinos maoístas combinaban
las exhortaciones con la amenaza del paredón para los
funcionarios que incurrieran en delitos de corrupción. En
Venezuela no se debe pedir la aplicación de métodos
primitivos y bárbaros como la pena de muerte, pero sí que al
menos la Contraloría cumpla con su deber. Lo de ser “justos,
solidarios y felices”, tal como propone el “proyecto ético
bolivariano”, no es misión del Estado ni del Gobierno, sino
de la educación, la familia y la religión, espacios que
conviene mantener fuera de las garras del Estado. Lo que sí
es obligación de este último es lograr que los ciudadanos
sean iguales ante la Ley y la respeten sin ningún tipo de
privilegios, cosa que nunca se logra en los regímenes
comunistas, donde la norma consiste en que “unos son más
iguales que otros”, según el célebre principio establecido
por Orwell.
Quienes
redactaron el Plan desempolvaron el Marx de Crítica al
Programa de Gotha y lo citaron de una manera libre: “De
cada quien según su trabajo, a cada quien según sus
necesidades” (p.3). Así se resume una de las viejas
aspiraciones de la sociedad comunista. Los ciudadanos deben
recibir independientemente de cuál sea su aporte al
bienestar y la riqueza social. Quien debe decidir cuánto
recibe cada cual es el Estado, ser omnisciente, justo y
equilibrado. De acuerdo con este axioma lo que han hecho los
comunistas es distribuir con gran habilidad la miseria. Nada
más parejo en las sociedades rojas rojitas que la pobreza de
las grandes mayorías. Eso sí, en la cúspide de la pirámide
social se encuentra la claque gobernante, que siempre
disfruta de privilegios exagerados e inmerecidos.
Otra de
las estrategias para alcanzar la ética socialista consiste
en “desarrollar la conciencia revolucionaria” (p.3) y
“superar la ética del capital” (p.4). Ya resulta extraño que
esta sea una función del Estado, pues a quien corresponde
esa tarea es al partido revolucionario y a las
organizaciones de la sociedad civil que están con el
proceso. El Estado debería ser una organización laica, al
margen de la ideologización y fanatización de los
ciudadanos. No obstante, ocurre que en los países comunistas
desaparecen las sanas fronteras que deben separar el
Estado, el Gobierno y el Partido, y todo pasa a estar
dominado por la ideología y las tesis políticas del Parido o
grupo gobernante.
En
razón de esta mezcla tan dañina es que no se puede confiar
en los supuestos buenos deseos de los redactores de los
lineamientos cuando dicen que el proyecto ético busca
edificar una sociedad “plural, diversa y tolerante” (pp.
2-3). ¿Cuál tolerancia, pluralidad y diversidad puede haber
en un sistema político que se propone imponerle a la nación
una antigualla tan cruel y empobrecedora como el comunismo?
La
“nueva ética socialista” en realidad está constituida por
los viejos prejuicios y dogmas del comunismo más rancio.
tmarquez@cantv.net