El
teniente coronel, quien desde hace rato se olvidó de la
socialdemocracia de Tony Blair y la Tercera Vía, ahora anima
sus chácharas con los términos del marxismo manualesco, que
hace su aparición en el campo del comunismo por allá en los
años 30 del siglo pasado, en pleno auge del stalinismo,
cuando F. V. Konstantinov, miembro de la Academia de las
Ciencias de la URSS, en su libro El materialismo histórico,
intenta sistematizar las ideas y categorías que Marx y
Engels habían dejado desperdigadas, el primero en El
Capital, el Manifiesto Comunista, Crítica a la Economía
Política y otras obras; mientras el segundo en el
AntiDüiring, Dialéctica de la Naturaleza, Del socialismo
utópico al socialismo científico y algunos textos
adicionales. Por su parte Stalin, en Fundamentos del
leninismo, ensaya ordenar las tesis políticas y filosóficas
de Lenin. La nueva religión de Estado, el
marxismo-leninismo, instaurado en Rusia luego del triunfo de
los bolcheviques, necesitaba evangelistas que ordenaran la
palabra de los Profetas. Como parte del retorno a las
cavernas, esa herencia la pone en boga de nuevo el
autócrata.
Con el paso de los años y, sobre
todo con las críticas inclementes desde el propio seno del
marxismo a la barbarie stalinista, el trabajo de
Konstantinov va perdiendo vigencia. Su visión del
pensamiento marxista resultaba demasiado acartonada. En los
años 60 surgen figuras como Louis Althusser y Etienne
Balibar, quienes se proponen superar el mecanicismo de ese y
otros manuales de la Academia de Ciencias, y presentar una
visión más dinámica, dialéctica, de la obra de los padres
del comunismo científico. Escriben Para leer El Capital,
denso texto en el que someten a una revisión crítica el
tratado fundamental del autor alemán. Esa onda renovadora
del marxismo, probablemente por haber nacido en Francia,
produce textos muy complejos, difíciles de comprender para
quienes no posean un amplio dominio de los planteamientos
comunistas.
Es entonces cuando aparece en
escena Martha Karnecker, quien en sus años juveniles había
sido alumna predilecta de Althusser, a la sazón gran gurú
del marxismo renovador. La profesora Karnecker se propone la
tarea de deconstruir el hermético pensamiento de Marx,
complejizado aún más por su intérprete galo, de modo que las
proposiciones y tesis básicas del autor del Manifiesto
Comunista pudiesen ser asimiladas por los proletarios y
revolucionarios del mundo. Se plantea, por lo tanto,
redactar un manual que supere el reduccionismo stalinista de
Konstantinov. El resultado cristaliza en un libro que
aparece a comienzos de los 70, cuyo título es Conceptos
fundamentales del materialismo histórico, que en cuanto a
clichés y esquematismo apenas mejora en décimas el de
Konstantinov.
El texto de la Karnecker le
sirve ahora de cabecera al caudillo y constituye la fuente
que le provee las expresiones marxistas-leninistas con los
que ametralla al país a través de sus impertinentes y
abusivas cadenas de radio y televisión. Ahora el jerarca
habla de Estado burgués, lucha de clases, explotación del
capital, plusvalía, contradicción entre fuerzas productivas
y relaciones de producción, superestructura jurídica,
democracia formal, y todos los demás términos que integran
la monserga marxista, que para lo único que sirve es para
dividir y propiciar el resentimiento y odio entre grupos
sociales que deberían cooperar entre sí.
A partir del ordenamiento del
marxismo que realiza, la señora Harnecker, entre otros, en
ese y otros materiales más recientes, los obreros,
estudiantes y soldados venezolanos discutirán sobre
socialismo en las fábricas, cuarteles y centros educativos.
El hombre de Sabaneta, para construir la nomenclatura del
socialismo del siglo XXI, apela a los mismos conceptos
momificados y sin brillo de hace 80 años.
Sin embargo el alumno de la
profesora Harnecker, díscolo como es, no se conforma con
aprenderse al caletre expresiones que el mundo político y
académico serio ha colocado al margen. Trata de innovar.
Revoluciona el marxismo con utopías arcaicas que recuerdan
el “marxismo indigenista” de José Carlos Mariátegui. El
comandante en una de sus numerosas intervenciones públicas
habló del “socialismo” de los cuivas, minúscula etnia
venezolana de la cual apenas sobreviven unos cuantos
centenares de pobladores. Señaló que estos aborígenes son
ejemplo del nuevo modelo de desarrollo endógeno que él
propone para Venezuela, ejemplifican el potencial que el
socialismo tiene en el país y demuestran cómo este modelo
hunde sus raíces en la tradición de nuestros antepasados más
remotos. Ya no son solo Bolívar, Zamora y Simón Rodríguez
quienes simbolizan la especificidad del socialismo del siglo
XXI. ¡También son los cuivas!
El Nacional se tomó la molestia
de hacer una investigación periodística sobre las costumbres
y formas de vida de esa etnia. Veamos lo que descubrió: a
esos indígenas no les gusta el trueque, prefieren el dinero
contante y sonante cuando hacen cualquier negocio; cultivan
la tierra para producir alimentos para la venta en mercados
exógenos (valor de cambio); solo cuando alguna familia o
miembro de la tribu lo requiere con urgencia, se le entrega
parte del excedente alimenticio para que cubran sus
necesidades básicas; los hombres beben como unos cosacos y,
por esa razón, la jefatura actual la ejerce, con carácter
vitalicio, una mujer (esto debe de ser lo que le gusto a
Chávez). Resulta que a los cuivas, en la microscópica escala
en la que se mueven, están incorporados y disfrutan de las
relaciones de producción capitalitas, del libre mercado y la
libre iniciativa. Los nativos son quienes menos se complacen
con las utopías agraristas, pues son ellos los que más
padecen el atraso y la miseria secular del precapitalismo.
Los injertos de Marx, Cristo,
Bolívar y Mariátegui siempre resultan una estafa, sobre todo
para los pobres. El fraude no podrá evitarlo el alumno de la
señora Harnecker, ni por aventajado que se crea, ni por
poderoso que parezca.
tmarquez@cantv.net