Desde
el anuncio de su creación por parte de Hugo Chávez, el
Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) lleva el signo
imborrable del autoritarismo, el abuso oficial y el
caudillismo. Sin que hubiese habido ningún debate previo
dentro del Movimiento Quinta República (MVR) para examinar
de forma crítica su actuación desde mediados de los años 90
cuando fue creado, primero como plataforma electoral y luego
como instrumento de acción permanente en todos los espacios
públicos, el Presidente de la República resolvió, de forma
intempestiva y unilateral, disolver la agrupación y decretar
la constitución de una nueva tolda que reuniera a todos los
sectores que lo apoyan. La orden fue dictada en uno de los
programas Alo, Presidente. La dócil dirección del MVR por
supuesto que aceptó el mandato sin chistar. Los otros
partidos que integraban la alianza oficialista – los más
importantes: PPT, Podemos y el Partido Comunista- se vieron
forzados a acatar el ucase presidencial o ser expulsados del
Paraíso. Varios dirigentes de estas tres modestas
agrupaciones entendieron que plegarse al PSUV, en un cuadro
donde ellos no habían sido consultados ni por cortesía, era
decretar su muerte política. Dentro del nuevo conglomerado
ellos serían la comparsa de los líderes del antiguo MVR. Los
asomos de disidencia dentro del oficialismo fueron
respondidos inmediatamente con furia por el primer
mandatario. Las figuras respondonas fueron maltratadas. El
partido “más democrático” de la nación daba sus pininos
colocando en el paredón, y sin fórmula de juicio, a Didalco
Bolívar y a Ramón Martínez, voces cantantes de la protesta.
Cuando se instala el Comité
Organizador del PSUV, dos de sus integrantes más conspicuos
son Jorge Rodríguez, Vicepresidente de la República, y el
general Alberto Muller Rojas, jefe del Estado Mayor Conjunto
de la FAN. En otros términos, el Gobierno y la Fuerza Armada
Nacional pasan a formar parte activa en la gestación del
partido en ciernes. Con estas decisiones el primer
mandatario nacional viola algunos de los principales
preceptos de una república democrática: la clara separación
de funciones y responsabilidades entre el Gobierno y el
Partido, por un lado, y entre la Fuerza Armada y la política
activa, por la otra.
Después de 1958 se establece
como norma que los más altos funcionarios del Gobierno
Nacional, el Presidente y los ministros a la vanguardia,
renunciaban a sus cargos partidistas mientras estuviesen en
funciones públicas. Con esta sana disposición se dejaba
sentado que la maquinaria gubernamental está al servicio de
todos los ciudadanos, sin distinciones de ninguna clase. La
revolución bolivariana también da un salto atrás en esta
materia. Sin embargo conviene aclarar que este tipo de
fusiones son típicas de los países comunistas. Al anularse
la autonomía de los poderes del Estado, desaparecen todas
las fronteras y diferencias entre instituciones encargadas
de cumplir diversas funciones en la sociedad. El PSUV surge
como una prolongación de Miraflores y una rama más de las
Fuerzas Armadas, símbolo del militarismo más rampante.
¿Dónde estará el Fiscal que no se ocupa de estos abusos,
asunto de su más estricta incumbencia?
El proceso de inscripción en el
PSUV, muy escuálido por cierto, se está llevando a cabo bajo
la conducción del CNE, en los planteles escolares públicos,
utilizando las captahuellas, con la lista de Tascón como
parámetro y con recursos financieros que pertenecen a todos
los venezolanos. Ahora hay preguntarle al Contralor si él se
ha enterado del peculado de uso que se comete en toda esta
operación.
Quien aparezca en el malhadado
inventario del parlamentario tachirense, desde luego que no
puede inscribirse en la organización. Así es la democracia
chavista: no conoce el perdón y mucho menos la redención. No
sería extraño que en el futuro, tal como ocurre en Cuba con
el Partido Comunista, para conseguir un empleo público, un
cupo en las universidades del Estado o un contrato con algún
organismo del Gobierno, se exija como condición estar
inscrito en el partido de Hugo Chávez y los militares. El
diputado Tascón creó un precedente de exclusión. Ahora
podrán refinarlo y extenderlo.
La vocación por los partidos
únicos forma parte de la liturgia comunista. En Cuba, Korea
del Norte y China sólo existe el partido oficial. Nada de
oposición y ni siquiera de disidencia interna dentro de
organización gobernante. Cualquier signo de rebeldía es
sofocado. La voz del jefe es indiscutible e incuestionable.
A partir del PSUV, Hugo Chávez tratará de imprimirle un
ritmo más acelerado a su revolución. La agrupación cívico
militar, con la consigna patria, socialismo o muerte también
como divisa, se convertirá en el instrumento para formar a
los niños y los jóvenes en la doctrina marxista, canalizar
la “participación ciudadana” en los Consejos Comunales,
promover los Consejos Obreros con los cuales pretenden
acabar con los sindicatos independientes y, si la sociedad
democrática los deja, reducir a polvo cósmico los partidos
de oposición.
Con el PSUV el régimen busca
crear un eficaz instrumento de eternización de Chávez en el
poder y de destrucción de esa democracia liberal que, en
medio de numerosas limitaciones y fallas, se desarrolla en
el país a partir de 1958. Ese partido formará yunta con los
Consejos Comunales y los Consejos Obreros para propiciar un
tipo de intervención y participación política totalmente
subordinada a los intereses de Miraflores. El régimen trata
de cerrar el círculo.
tmarquez@cantv.net