El
teniente coronel escogió el camino más rápido para
desestimular la producción interna y generar el
desabastecimiento y escasez de una inmensa cantidad de
bienes, incluidos los que integran la dieta básica: control
de precios, control de cambio, violación de la ley de la
oferta y la demanda, ataque a la propiedad privada, uso del
SENIAT como garrote vil, demonización de la ganancia y la
riqueza, colectivización de la producción agrícola,
estatización de las empresas que prestan servicios públicos
y aprobación de instrumentos jurídicos punitivos como la Ley
contra el Acaparamiento. En la lista de medidas que
fracasaron en los países socialistas o con economías
fuertemente intervenidas, no existe ninguna que el
comandante no haya adoptado.
Los resultados de esa larga
cadena de desbarros en materia económica no podían ser
distintos a los que estamos observando. A pesar de que el
Banco Central registró un crecimiento económico de 10.3% el
año pasado, y que las reservas internacionales están
situadas por encima de 60 mil millones de dólares, según
algunos directivos del BCV y de PDVSA, en el país han
comenzado a faltar la carne, los alimentos de consumo
masivo, las medicinas, los repuestos automotores, el pan y
hasta la crema dental y el papel higiénico. De este cuadro
de privaciones se acusa como responsables a los acaparadores
y especuladores. Sin que se les mueva un músculo de la cara,
algunos funcionarios y dirigentes del MVR se recrean
hablando de acaparamiento, cuando descubren que un mayorista
mantiene almacenados 700 kilos de azúcar. ¡Por favor!, en el
país se consumen cientos de miles de kilogramos al día.
Estamos marchando hacia el mar
de la felicidad, donde conseguir una pasta de jabón
constituye un lujo faraónico. La diferencia con Cuba es que
esta isla desde hace 50 años ha tenido una economía
empobrecida por el comunismo, mientras que Venezuela ha
recibido del maná petrolero tal cantidad de divisas, que
debería estar situada entre las naciones más ricas del
planeta; pero, los regímenes comunistas acaban con toda
fuente de riqueza, no importa cuán abundante sea.
Tenemos, entonces, que el
“modelo de desarrollo endógeno” propuesto por el socialismo
del siglo XXI, en realidad es un modelo de empobrecimiento
nacional y pulverización de los recursos petroleros. El
caudillo, para impedir que la receta comunista que aplica
provoque efectos explosivos, tal como ocurrió con “El
Caracazo”, utiliza los abundantes dólares que proporcionan
los hidrocarburos para retornar con furia a la economía de
puertos. Importa carne, azúcar, maíz, entre otros bienes. De
seguir este ritmo pronto lo hará con los otros productos que
escasean. El petróleo, por lo tanto, no se aprovecha como
palanca para fortalecer la economía doméstica, sino como
fuente de energía para potenciar la producción capitalista
de otras naciones. Son otros empresarios y otros
trabajadores quienes recogen los frutos de nuestra bonanza.
En medio de esta paradoja tan
singular, se aprecia otro contrasentido: el Gobierno importa
productos de países con economías de mercado donde el precio
de esos bienes no está regulado por el Estado, sino que se
fijan de acuerdo con la oferta y la demanda, y se garantiza
la propiedad privada. De Cuba no se trae ni azúcar. Promueve
en el exterior lo que les niega a los empresarios y
trabajadores nacionales. Como dice Hiram Gaviria, el
teniente coronel colocó la despensa de los venezolanos en el
extranjero. La seguridad alimentaria de la que habla -que
depende de una alta inversión en el campo y elevados niveles
de producción y productividad agrícola, fundados en el
principio de las ventajas comparativas- está siendo atacada
con misiles atómicos por quien, se supone, es su guardián.
Sería bueno que el Gobierno, es
decir Hugo Chávez, se preguntara por qué en Argentina y
Uruguay, desde donde se importa la carne que vende MERCAL,
no hay desabastecimiento de ese rubro. ¿Es que acaso la
vocación ganadera de esas naciones es mayor que la de
Venezuela? Lo que explica que la carne abunde en esas
latitudes y que, sin desatender la demanda interna, se
genere un excedente que se exporta, es que la industria
pecuaria es privada y no está sometida a la férula del
Estado. Los ganaderos y dueños de grandes hatos, los
propietarios de frigoríficos y los vendedores al detal, no
son hostigados ni criminalizados por el Gobierno. Las
autoridades no los amenazan con expropiarlos ni estatizar
sus actividades. En otras palabras: son capitalistas. En
contrapartida, en el régimen chavista el acoso y la
intimidación constituyen prácticas sistemáticas.
Chávez debería averiguar en
cuáles países se genera escasez y desabastecimiento.
Encontraría la siguiente respuesta: sólo en aquellos donde
el intervencionismo del Estado se exacerba, se acorrala la
libre iniciativa y la libre empresa, se espanta la propiedad
privada y se pretende desconocer el axioma que rige la
oferta y la demanda. En los países capitalistas
desarrollados o que están en vía de serlo, no se habla de
especulación o acaparamiento. Estas prácticas se han dado en
medio de guerras, pero no en situaciones normales. ¿Se habrá
enterado el comandante o sus obedientes diputados de la
Asamblea Nacional que en España, Chile y Suecia, cuyo
“socialismo” es permanentemente elogiado por ellos, no
existen los controles y las restricciones que se aplican en
Venezuela y, en consecuencia, no hay especulación ni
acaparamiento?
La receta comunista, que tiene
como remedio clave el estatismo, está provocando una crisis
sin precedentes en medio del mayor y más prolongado auge
petrolero vivido por el país. El desarrollo endógeno con sus
huertos hidropónicos, sus fundos zamoranos, sus cooperativas
y su autogestión, no ha servido para paliar la crisis
desatada por las políticas intervencionistas del comandante.
La expansión continental del socialismo bolivariano en
realidad se ha traducido en la extensión y fortalecimiento
del capitalismo, sólo que fuera de nuestras fronteras. El
hombre es candil en la calle y oscuridad en la casa.
tmarquez@cantv.net