A
pesar de que la inflación fue de 17%, la más alta de América
Latina y una de las más elevadas del planeta, la economía
venezolana tuvo un desempeño bastante favorable en 2006. El
crecimiento fue levemente superior a 10%, cifra muy
significativa. A esto hay que agregar que por decimosegundo
trimestre consecutivo el Producto Interno Bruto se expandió.
Este auge, que sin duda cabalgó
sobre los hombros del aumento internacional de los precios
del petróleo y del enorme gasto público que le ha sido
concomitante, permitió que se redujera el desempleo abierto
y mejorara el ingreso de la familia venezolana. El dinamismo
de la actividad económica propició el apogeo de la Bolsa de
Valores (BV), que alcanzó cifras récord a finales del año
pasado. Muchos pequeños ahorristas, en vista de la tasa de
inflación y de los bajos intereses pagados por los depósitos
a plazo fijo o en cuentas de ahorro, optaron por refugiarse
en la BV para preservar el valor real de su dinero. La
decisión resultó correcta. Diciembre cerró con una elevación
de las acciones muy por encima del índice de inflación. La
gente mantuvo el valor de los bolívares y, por añadidura,
obtuvo una ganancia sustancial. A esto hay que agregar que
el financiamiento al consumo disparó la demanda de una
enorme cantidad de productos, entre ellos los automóviles,
que se vendieron más que nunca. Alrededor de 300.000 nuevas
unidades entraron en circulación. La brecha entre el dólar
oficial y el paralelo, a pesar de ser importante, se sostuvo
dentro de un margen manejable. En resumidas cuentas, 2006
fue un buen año en el campo económico y abrió las puertas
para que 2007 amaneciera con signos esperanzadores. Sobre la
base de esos éxitos relativos se levantó el cómodo triunfo
de Hugo Chávez en las elecciones del 3 de diciembre.
Si todo pintaba tan bien, y el
liderazgo del teniente coronel se había reafirmado luego de
la cita electoral, entonces ¿para qué era necesario
emprender el giro violento hacia el comunismo y, con ello,
lanzar la economía por el barranco de la incertidumbre y la
desconfianza? El descalabro que las medidas de estatización
(que no de nacionalización) anunciadas por Chávez han
causado en la economía y, particularmente, en la BV, no ha
quebrado el espinazo de la oligarquía, ni de los Amos del
Valle, ni de la godarria caraqueña, que siguen disfrutando
de sus privilegios, pues, entre otras cosas, se han ido
mimetizando ante la nueva clase política dominante. Quienes
sí se han visto seriamente afectados por la decisión de
reestatizar la CANTV y estatizar la Electricidad de Caracas
(a lo que se añade el anuncio de expropiar hasta Ávila
Mágica) son los trabajadores que intentaron reguardar sus
escasos caudales comprando acciones de esas importantes
empresas, a las que Chávez les quiere poner el guante
invocando el peregrino argumento de su supuesto carácter
estratégico. Con esas amenazas queda claro que lo único que
le interesa al autócrata es acumular y concentrar poder,
para luego usarlo como instrumento de chantaje y coacción
contra sus adversarios.
Sería ingenuo pensar que Chávez
no calculó el cataclismo que las medidas delineadas por él
iban a provocar en una economía tan sensible a las políticas
oficiales. En la sala estratégica donde esas decisiones se
adoptaron seguramente se hicieron los cómputos
correspondientes. Sin embargo, se optó por provocar el
tsunami. Las razones para atropellar a esas empresas e
inducir la crisis de los títulos que se negocian en la BV,
hay que buscarlas en el esquema ideológico político dentro
del cual se mueve el teniente coronel. Los comunistas
tienden a subordinar su comportamiento a las coordenadas
ideológicas dentro de las cuales se mueven. En ellos se
produce el fenómeno de la hiperideologización. Todo lo ven a
través de ese prisma. De allí que no les importe destruir
una empresa que funciona de manera eficiente, descalabrar
una economía que se ha expandido y pulverizar unos títulos
que se han ido revalorizando. Por encima de estos hechos
empíricos, que reflejan un éxito constatable, se encuentran
los mandatos que se desprenden de una visión utópica y
milenarista, profundamente autoritaria y sectaria.
Chávez se ha ido despojando, a
un ritmo lento pero sostenido, de la careta de demócrata
nacionalista que mantuvo durante años. Ahora, sin ocuparse
de las formas cortesas engañosas, avanza hacia el comunismo.
Por supuesto que es un comunismo particular, ese que se
permite en un mundo interconectado y globalizado como el
actual, y el que es posible luego de la desaparición de la
Unión Soviética, superpotencia militar que alcahueteaba
todas las arbitrariedades de déspotas y autócratas que, en
nombre del marxismo leninismo, cometían innumerables abusos
contra los derechos humanos. Chávez sabe que si no respeta
algunas normas de convivencia que la globalización exige, el
costo puede resultarle demasiado alto. De allí que recurra a
barnices legales o a fórmulas plebiscitarias, que preservan
la apariencia de legitimidad de sus políticas y medidas. Un
ejemplo claro se aprecia en la arremetida contra RCTV. Un
revolucionario como se supone que es él, echa mano de
argumentos seudo legales para justificar un atropello como
el que pretende cometer.
Para los comunistas lo más
importante resulta la implantación del modelo ideológico que
proclaman: colectivismo, ataque a la propiedad privada,
anulación del individuo, supremacía del Estado, el partido,
la clase y la patria, igualitarismo basado en el reparto
equitativo de la escasez (claro, siempre la alta jerarquía
de los regímenes comunistas disfruta de elevados niveles de
confort). El odio y la envidia constituyen uno de los
motores, probablemente el primero y más potente, que impulsa
la acción de los dirigentes rojos rojitos. No toleran que la
gente tenga éxito, que se enriquezca, que progrese y que
alcance altos niveles de bienestar a partir de su propio
esfuerzo y de los riegos que asume de forma individual y
colectiva, sin la presencia asfixiante del Estado. La
respuesta a la pregunta del título es fácil: ¿Por qué tanto
odio? Porque son comunistas.
tmarquez@cantv.net