Los
actos del 5 de julio los utilizó Hugo Chávez para repontenciar
el proyecto socialista del siglo XXI que alimenta en su cabeza.
Hay que admitirlo: al hombre cuando se le mete una idea entre
ceja y ceja, no hay quien lo haga desistir. Mueve todas sus
piezas con miras a obtener la meta que se ha trazado. El ariete
del que se valió en esta oportunidad fue un militar retirado, el
general Alberto Müller Rojas, quien exhortó a la Asamblea
Nacional a suscribir un manifiesto socialista. A simple vista
parece extraño que hubiese recurrido a un militar en condición
de retiro, y no a alguno de los intelectuales que apoyan el
proceso, para sostener una defensa tan ardorosa del socialismo.
Es cierto que no abundan los académicos que lo acompañan en la
aventura de destruir el país emprendida con tanto esmero hace
casi siete años, pero la razón de haber acudido en esta
oportunidad a una persona como Müller Rojas hay que buscarla en
el sello militarista y cuartelario que el teniente coronel
trata de imponerle a su modelo socialista.
A pesar de las vagas nociones teóricas
y del escaso conocimiento histórico que Chávez posee del
socialismo, sabe que entre este modelo y el autoritarismo
existen estrechas e indisolubles relaciones. Son categorías que
se complementan, tanto en el plano conceptual como en el
práctico. El “socialismo científico”, formulado por Carlos Marx
y Federico Engels para responder al “socialismo utópico” -esto
es, ese socialismo romántico y bucólico que añora una suerte de
vuelta al pasado remoto en el que predomina el comunismo
primitivo- defiende como si se tratase de un bastión, la
planificación centralizada de la actividad económica por parte
del Estado, así como la reducción al mínimo de la iniciativa
privada, pues lo predominante debe ser la propiedad colectiva de
los medios de producción. En el socialismo se extingue la
propiedad privada, pero, ¡ojo!, no desaparecen los propietarios.
Lo que ocurre es que éstos se reducen a uno solo: el Estado; o,
mejor dicho, la burocracia o nomenclatura que lo controla. La
propiedad, que en el capitalismo puede estar más o menos
repartida, mejor o peor distribuida, en el socialismo está
absolutamente concentrada. Los jerarcas del Estado lo dominan
todo. Desde Marx y Engels hasta Oskar Lange, Paul Sweezy o
Charles Bettelheim, este principio constituye un aspecto clave
del socialismo. Si no hay planificación central y propiedad
estatal de los medios de producción, no existe socialismo, a
pesar de lo que digan quienes pretendan beneficiarse con fines
proselitistas de ese modelo. De allí que el socialismo posea una
naturaleza regresiva y concentradora que lo hace incompatible
con la “tradición humanista” y con “los valores de la
solidaridad, la cooperación y la tolerancia” de la que habló AMR
en la sede del Palacio Federal.
Consecuente con los principios teóricos
del “socialismo científico” -que, según
sus propias palabras, es el que le gusta a AMR- es que todos los
socialismos existentes en el mundo, desde la Rusia de Lenin
hasta la Corea del Norte actual, se han enemistado con “el
contenido . . . libertario . . . que coloque al hombre como
centro de un modelo de desarrollo sustentable, respetuoso del
entorno y creador de nuevas posibilidades”. Si algún sistema
pulveriza al Hombre (me refiero al genero humano, que es al que
alude AMR en su frondosa prosa) y a su entorno ambiental, es el
socialismo. Seguramente el general retirado conoce el caso del
lago de Akal, en Rusia, donde la flora y la fauna fueron
salvajemente destruidas para llevar adelante un caprichoso y
demencial proyecto de desarrollo que terminó en un ecocidio de
proporciones planetarias. Además, ¿cuáles fueron las “nuevas
posibilidades” que el socialismo les ofreció a los hombres y
mujeres de la URSS, Europa Oriental, Cuba o Corea del Norte?
Ningunas. Este sistema lo que hizo fue sojuzgar a esos pueblos y
condenarlos a la miseria, la dominación y la explotación por
parte de una burocracia corrompida e inhumana. Ahí están los
ciudadanos alemanes cargando sobre sus espaldas los 40 años de
atraso que dejó el socialismo en Alemania Oriental y en Berlín
Oriental. Corea del Norte, por esa cruel ironía típica de los
regímenes totalitarios, se llama República Democrática Popular
de Corea, definición para la que no califica en ninguno de los
tres sentidos, pues no es ni república, ni democrática, ni
popular. Su presidente actual, Kim Jong Il, fue designado como
heredero del trono por su padre, Kim Il Sung, en 1980, catorce
años antes de morir. Que se sepa, las repúblicas verdaderas
tienen gobiernos alternativos y eligen a sus presidentes, o a
quienes ejercen la jefatura del Gobierno, en elecciones libres y
transparentes. El joven Jong Il, además de haber recibido el
poder como herencia, por razones de seguridad se mantiene
alejado de sus compatriotas, que lo ven sólo por televisión y
una vez por cuaresma, mientras en su agenda no aparece la
palabra elecciones en ningún lugar. Algo parecido ocurre en la
República de Cuba, donde el doctor Castro manda desde hace 46
años, y, de paso, designó como sucesor a su hermano menor Raúl,
quien desde muy joven dio muestras de su convicción socialista
inquebrantable y de su vocación antidemocrática.
Ni Corea del Norte, ni Cuba constituyen
desviaciones o abortos del socialismo (tampoco la URSS, los
países de Europa del Este o la China de Mao). Al contrario,
representan su emblema más típico. El socialismo no se lleva
bien ni con la libertad individual, ni con la iniciativa
privada, ni con la solidaridad, ni con nada que signifique
bienestar y prosperidad colectiva en un ambiente de equilibrio
institucional. La historia del pensamiento socialista y el
anecdotario de los países donde el sistema se implantó o está
vigente, arrojan suficientes pruebas sobre las perniciosas
consecuencias que ese modelo provoca. A las taras del socialismo
en el mundo, aquí en Venezuela es preciso agregarle el flagelo
del militarismo, puerta de entrada a la dictadura totalitaria,
verdadero sistema que Chávez añora.
El discurso florido del general AMR
sólo sirve para engatusar unas cuantas mentes piadosas que
platónicamente piensan que el socialismo del siglo XXI está por
construir, nunca para mostrar el camino que Venezuela debe
seguir para alcanzar el bienestar en una clima de libertad.
tmarquez@cantv.net
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