La primera
ironía es que la influencia de Estados Unidos en América
Latina ha disminuido tanto que ya los militares no
requieren autorización, permiso, aval o un guiño para
actuar. La historia de los hechos en Honduras indica que
el Congreso iba a proceder a destituir a Zelaya por
flagrante violación de la Constitución de su país y el
embajador americano paró la decisión. La segunda ironía es
que los civiles arrugan frente a la presión del Tío Sam y
los militares no. La tercera ironía es que, el
Departamento de Estado al parar la decisión
constitucional, impulsó la acción militar. La cuarta
ironía es que Chávez, en su conferencia televisiva con
Zelaya, cuajó definitivamente lo sucedido, al insultar al
general jefe del ejército y demostrar de manera inequívoca
que el destituido no era más que un peón y que los temores
de todas las instituciones hondureñas tenían base cierta.
La quinta ironía es que a los conversos les va mal, puesto
que Zelaya, derechista confeso, empresario acaudalado y
latifundista próspero, tuvo un ataque de izquierdismo
repentino bajo la ilusión de que podía permanecer en el
poder por siempre, a la novedosa manera del “fantasma que
recorre América Latina”. En este mismo terreno, los
golpistas son ahora demócratas, invocan la Carta
Interamericana de Derechos Humanos cuando antes hablaban
de intervencionismo, piden intervención cuando hacía horas
amenazaban con retirarse de la OEA, anuncian envíos a
Honduras de comisiones vigilantes de los derechos humanos
cuando niegan la autorización para que venga por estar
tierras la Interamericana que ha procesado numerosas
denuncias y, por si fuera poco, se quejan de la represión
en Honduras cuando por estas tierras ordenan “gas del
bueno”.
La cuestión
hondureña lo ha revuelto todo. En el llamado sistema
interamericano ya no hay nada claro: no se sabe que es
constitución ni poderes, ni que predomina (si un
presidente por encima de todo o una división de poderes
funcionando), ni que conceptos jurídicos son válidos, ni
como se agarra ese instrumento caliente llamado Carta
Interamericana donde, supuestamente, están establecidos
los conceptos de cómo manejar crisis y como determinar el
comportamiento del gobierno de un país miembro. Esto es un
despelote. La legitimidad de ejercicio parece haber sido
enterrada frente a la legitimidad de origen. La hipocresía
se agita como una lluvia de papelillo.
En Honduras
encontramos un desorden en los factores. Si los amables
gringos no hubiesen frenado los procedimientos
constitucionales el orden de los factores se hubiese
mantenido. Si el converso de Zelaya no violenta a todos
los demás poderes no lo hubiesen ido a buscar de
madrugada. Pero esos son hechos, realidades
inmodificables. Lo que ahora tenemos es otro elemento: el
pánico a que cunda el ejemplo hondureño y se desate una
epidemia de intervenciones militares. La buena de la
señora Bachelet le dijo al ex mandatario hondureño, según
declaró el propio Zelaya, que ahora “todos estaban
expuestos”; no tengo idea de si está declaración fue
divulgada en Chile, pero a los militares en Santiago no
les debe haber gustado para nada semejantes expresiones.
“De manera que la señora presidenta se siente amenazada”,
habrán reflexionado; la señora Bachelet deberá aprender,
si le queda tiempo, que no se puede estar diciendo todo
tipo de cosas a gente que después lo divulga con olvido de
la privacidad de las conversaciones.
No
obstante, el problema, a mi modo de ver, es que el
escándalo ha sido tan grande por el converso de Zelaya que
ha perdido importancia si el hombre del sombrero regresa
o no a Tegucigalpa, en cuanto a frenar la posibilidad de
la epidemia militar posible me refiero. La situación
hondureña parece irreversible y si ello es así habrá
quedado demostrado que ni ONU, ni ALBA, ni SICA, ni OEA,
ni UE son capaces de modificar un cuadro interno. En el
supuesto de que Zelaya regresase ello no sería
inhibitorio, puesto que si se produce un auténtico golpe
de Estado –donde los golpistas pasen por encima de todos
los poderes, ejecutivo, legislativo y judicial- el
escándalo no podría ser mayor.
Sobre
Zelaya está jugando el temor de que se desate una epidemia
militar y los escandalosos no descubrieron la vacuna. No
la descubrieron porque son obtusos y, sobre todo,
hipócritas. Sacan la cuenta de que a Zelaya le quedaban
seis meses y que no podría, en ningún caso, seguir
adelante con sus planes de consultas, constituyentes,
reelecciones y demás hierbas. No la descubrieron porque
son lineales, juzgan siempre por el jefe del poder
ejecutivo obviando a los demás poderes, porque actúan
sobre casilleros de los años 60, desconociendo toda la
complejidad jurídica que envuelve ahora a las realidades,
porque los cálculos sobre los que se mueven no tienen nada
que ver con los principios sino con los intereses.
Las
honduras de todas estas ironías no son para alegrarse.
América Latina es un despelote.
teodulolopezm@yahoo.com