El hombre
de inicios del siglo XXI está sembrado en la
incertidumbre. El paso de la primera década ha sembrado,
aún más, la incredulidad, la perplejidad y la ausencia. No
tiene que ver sólo con que hemos vivido la primera gran
crisis económica, si bien admitamos que la fractura
sistémica de lo económico ha contribuido grandemente con
su secuela de aumento de la pobreza, del hambre, del
desempleo y de la insolidaridad.
La
incertidumbre se hunde más adentro en la medida en que la
vida como repetición limita la posibilidad de otras
maneras. Las luchas hacia una nueva realidad –admitámoslo-
parecen convertirse en una rueda trancada por objetos
lanzados a su paso. El hombre parece no encontrar mundo,
esto es, siente el agotamiento de la posibilidad de
decisión, lo que significa la ausencia de la capacidad de
reordenar, de autoconcretarse, de llegar a alguna parte,
más cuando el lugar de arribo al que pudiera aspirarse se
ve como sumergido en nebulosas y cada día se limita más a
la supervivencia cotidiana, o en lo primitivo de las
carencias o en el hedonismo adormecedor.
Si bien la
incertidumbre ontológica o la incertidumbre social o la
incertidumbre económica pueden ser citadas como
permanentes compañeras de viaje, ahora, en el fin de esta
primera década de un nuevo milenio, como hacía muchísimo
tiempo no sucedía, nos encontramos frente a un hombre
herido de ausencia de perspectivas y sin estímulos para
enfrentar su desnudez. La soledad frente al futuro parece
maniatarlo.
Los grandes
proyectos quedaron atrás y son mirados con una sonrisa
picaresca que expresa aturdimiento, desolación y hasta
burla por haberlos concebido. Algunos analistas hablan de
un “miedo a la vida”. La globalización encuentra su
legitimidad en la simple existencia del proceso, mientras
vemos a una Europa vacilante incapaz de darse las formas
más avanzadas de su unión. Mientras tanto el Estado-nación
vive su crisis y los viejos factores de cohesión se
desmoronan. Tanto como los hechos históricos puntuales que
nos tocó vivir a finales del siglo XX, la evaporación de
los supuestamente homogéneos cuerpos de doctrinas
(ideologías) ha lanzado al vacío a importantes grupos
carentes ahora del envoltorio protector, sin que un sano
pragmatismo con ideas o de ideas termine por involucrarse
en la conducción hacia una meta. La verdad se ha hecho,
cada vez más, el viejo concepto nietzscheano.
El
pragmatismo no puede ser leído como negación de lo
utópico, más bien como el desatar de una imaginación sin
carriles, entubamiento o corsés de ortodoxia. El
pragmatismo con ideas que reclamo como motor alterno al
movimiento humano lo concibo como un desafío novedoso al
hombre como sujeto y actor de la cultura, como aquel –como
tantas veces se ha dicho- que se empeña en dejar huella.
La nanotecnología y la robótica en general, el
apoltronamiento frente a la pantalla, la inmovilidad del
trayecto pueden conducirnos a grandes cambios físicos, es
cierto, pero en lo humano sigue sembrándose el único
interés posible.
En la
política conseguimos uno de los factores claves de la
incertidumbre del hombre posmoderno. La política de la
modernidad se agotó y con ella la forma claramente
preferida, esto es, la democracia, dejando el vacío
presente que no logra llenar la globalización ni sus
manifestaciones parciales de integraciones regionales. El
poder, por su parte, se ha hecho vacuo, es decir, inútil
arrastrando consigo a las luchas por obtenerlo, como es
lógico en todo proceso de degradación. Ya el hombre no
mira a las formas políticas de organización social como
paradigma emergente que siembre la posibilidad de un
objetivo a alcanzar. Si bien la globalización presenta un
salto –uno como el tránsito de las sociedades agrícolas a
las urbanas- carece del envoltorio de las ideas
convirtiéndose en praxis realizada. El hombre de esta
primera década del nuevo milenio ha vivido de espasmos o
de convulsiones sin conseguir un nuevo envoltorio
protector, a pesar del resurgimiento de lo local como
nuevo ámbito que suministra un mínimo de preservación. Aún
así, la destrucción de los viejos hábitats cuidadores de
envoltorio contribuye a la incertidumbre, tanto la
ausencia de protector envolvente como la ausencia de
desafíos emocionantes. Ya he dicho de la ruptura del
tiempo-espacio y de la desaparición de la distancia como
elementos inmovilizadores a la par que suministradores de
soledad y aislamiento y el hombre solo vive las
consecuencias atormentadoras de la falta de los enlaces
sociales, ahora reducidos al mínimo, como el pequeño grupo
de amigos o la pequeña red de intereses comunes
compartidos.
Quizás como
nunca hemos dejado atrás el pasado sin que exista un
presente, todo bajo la paradoja de un futuro que nos
alcanzó con sus innovaciones tecnológicas de comunicación
que hoy se han convertido en nuevos símbolos de status. La
ausencia de verdades proclama como necesaria la
reinvención del hombre, de uno que se debate entre una
mirada resignada y un temor hasta ahora intraducible a
acción creadora. La globalización presenta el desafío
también como global, como uno que excede a razas,
geografías, pobreza o riqueza, nacionalidades o
religiones. Una unión paradójica –podemos admitirlo- o una
unión desigual o una unión de grandes contradicciones y de
conflictos a los cuales no debemos temer.
Los
envoltorios protectores se diluyeron cual bolsas de
plástico biodegradable. Las soluciones a las interrogantes
se evaporaron. El hombre perplejo e incierto ahora ha
descubierto que lo creado no era un eternum sino
una contingencia histórica, un momento –tanto como puede
concebirse un momento en la historia humana- y que en
consecuencia se traslada al pasado. El peligro inminente
es un nuevo poder totalitario que se aproveche de la
incertidumbre. El peligro inminente es la pérdida de la
voluntad de un hombre que preferiría dejarse dirigir antes
que desafiar de nuevo al pensamiento.
El
deterioro de lo social-político refuerza pues al hombre
posmoderno en la incertidumbre. El depositario mismo y
real del poder se ha hecho indefinible. El temor por el
futuro colectivo se convierte –otra paradoja- en una
angustia personalizada de autoescondite. Ante la falta de
protección suplicamos por una, encerrados en envoltorios
de fragilidad pasmosa. El hampa desatada –también un
fenómeno global, aunque en algunas partes cohacedora del
necesario temor para el desarrollo de una revolución-
incrementa de manera notable la inseguridad general que
hemos llamado incertidumbre. Asistimos, entonces y como
parte de la ruleta, con factores que siembran
incertidumbre en procura de una legitimación falsa. Las
acciones colectivas se tornan cada día más difíciles y que
sólo vemos ante trastoques políticos puntuales, ante
amenazas puntuales, y que de origen están condenadas a
apagarse, como hemos sido testigos en los meses recientes.
Las
fábricas de incertidumbre son las nuevas grandes
industrias sin chimeneas del mundo posmoderno del siglo
XXI y que, en esta primera década, se nos han mostrado tan
contaminantes como las peores que aún están con vida y
produciendo el calentamiento global. Estas fábricas de
incertidumbre son las responsables del enfriamiento global
del hombre.
teodulolopezm@yahoo.com