Prefiero
tomar prestado un concepto de la física y no de la
psiquiatría. Al fin y al cabo siempre me he interesado por
la organización del universo y no por las enfermedades
mentales del hombre. Sobre el hombre he reflexionado con
pretensiones de filósofo aficionado, mientras que he
utilizado la quántica en varios de mis textos literarios.
La teoría
de las cuerdas asegura que el espacio que vivimos tiene
muchas dimensiones, ya no las cuatro aceptadas (tres
espaciales y el tiempo), sino muchas (tal vez 26), pero
que estas dimensiones adicionales tienen tamaño
subatómico. Esto es, estamos ante una
teoría
microscópica de la gravedad. De los “ladrillos” que
conforman al mundo seis son quarks y
tienen nombres curiosos: arriba, abajo, encanto, extraño,
fondo y cima. Un militar enloquecido
agregaría “flanco izquierdo”.
Los más
elementales conceptos de geopolítica indican que Estados
Unidos no tiene previsto, ni tendrá, invadir a Venezuela.
En segundo lugar que para hacerlo no necesitaría las bases
colombianas, dado su poderío militar, puesto que podría
cumplir tal objetivo desde portaviones y portahelicópteros
y con una fuerza aerotransportada. En tercer lugar, esta
no sería una guerra larga donde necesitase bases de
aprovisionamiento o espacios aéreos extranjeros para la
circulación de suministros, caso Afganistán. En cuarto
lugar, los tanques son innecesarios, dado que Estados
Unidos jamás atacaría por tierra desde Colombia.
Nos movemos,
entonces, en otra dimensión. El líder pertenece a una de
las dimensiones microscópicas y cada día se parece más a
un fotón en el quarks llamado “fondo”. El líder vive,
pues, en otra dimensión, en una no captable para los ojos
humanos, excepción hecha de ese brillante general retirado
que le aconseja someter a examen toda la política de
defensa ante el inicio de los planes de invasión
norteamericana. Lo he dicho, no quiero hablar de locura,
de paranoia, de complejos de persecución. Prefiero hablar
de una ruptura dimensional y me niego a usar expresiones
como “Napoleoncito enloquecido”.
Este caballero
Zelaya ya no es –si alguna vez lo fue- un presidente
constitucional que busca regresar al poder para estar
cinco meses más en él y cumplir así su período. Este
Zelaya ya no es la defensa de un supuesto principio y un
intento por demostrar que no se puede sacar a un Jefe de
Estado antes de tiempo. No. Este Zelaya es ahora un
agitador que pretende escudarse en el manto democrático y
en la protección internacional para intentar la retoma del
poder y eternizarse en él. Este Zelaya es otro fotón
enloquecido en esta dimensión equivocada en que vive su
mentor revolucionario. Este Zelaya es ya un peón
subversivo, parte integrante de una dimensión fuera de la
realidad objetiva. Y lo es ante los ojos de cancillerías
estáticas que no comprenden que el ridículo hombre del
sombrero ha dejado de pertenecer a la realidad visible
para hundirse en la microrealidad ficcional de un jugador
que pertenece a lo micro, a lo que no se puede ver, a una
teoría de la cuerdas que cada vez aprieta más contra su
cuerpo engordado de ficción.
Es cierto que
el movimiento de las partículas afecta. Nadie puede negar
el microcosmos. Nadie puede obviar las posibles nefastas
consecuencias. Sólo que esto ha dejado de ser –lo que
algunos aferraron como la única verdad- una defensa de
vacunas preservatorias para pasar a ser un peligroso juego
de subversión. En la política exterior norteamericana de
Obama y Clinton uno encuentra cosas raras, como unas
declaraciones de la última admitiendo como un hecho el
poderío nuclear iraní y anunciando las vacunas
posteriores: armar a la región hasta los dientes.
El emperador
Adriano decidió en su momento que lo conveniente era que
el imperio romano no se expandiese más sino que se
dedicara a preservar las fronteras de lo establecido. A
cambio sometió a sus legiones –para mantenerlas quietas- a
entrenamientos agotadores. A Adriano le funcionó. Los
Estados Unidos de Obama se empeñan en demostrar que el
imperio terminó su época de injerencias y su propósito es
sacar a su país de la trampa iraquí y tal vez una victoria
–dudosa y larga- sobre los talibanes afganos, con la ayuda
de los vendedores rusos de tanques. Dije –y sostengo- que
todo el lío de Honduras se originó en las presiones
norteamericanas para evitar que el congreso hondureño
destituyese a Zelaya. ¿Quién es realmente este hombre,
cuya familia corre a guarecerse bajo las faldas del
embajador gringo en Tegucigalpa? A ratos provoca ensayar
una teoría como la que desarrolló el excanciller mexicano
Castañeda sobre la caída de Lage y Pérez Roque, sólo que
este humilde escribidor no tiene fuentes privilegiadas. El
comentario viene al caso por la defensa gringa de Zelaya.
Qué una cancillería estricta no se de cuenta del cambio de
presidente víctima a subversivo y peón es algo que no
podemos plantearnos en serio, a menos que se trate de
Europa donde los desatinos se originan en la fuente
española, la que tiene una especie de patente de concesión
cuando se trata de la América Hispana.
Es que los
sucesos ocurren en otra dimensión, en una dimensión
equivocada. Quizás haya un intercambio de fotones, como
cuando un clavo y un imán se atraen. Quizás debamos
abandonar la física para mostrarnos más amables y parodiar
que “las cuerdas huelen mal en Dinamarca”. En Venezuela
estamos inmersos en tal trastoque –con contagio
subcontinental- que el olor de las cuerdas que se deslíen
es ya de podrido.
teodulolopezm@yahoo.com