Estado y nación
A grosso modo un Estado implica un territorio
relativamente bien definido, una población y un gobierno
central que ejerce la soberanía. Una nación es un ente
social y cultural, conformado por unas personas que
comparten una experiencia histórica y el deseo de vivir
juntos. De manera que un Estado-nación es un territorio
donde una población de características comunes comparte un
destino colectivo y para lo cual tiene un poder central.
El Estado-nación encuentra sus orígenes en el siglo XV
europeo. En algunos casos el Estado creo la nación
mediante el ejercicio del poder por una autoridad central
que se propuso construir una identidad nacional. En otros
casos la nación creo al Estado, dado que los lazos comunes
lingüísticos u otras particularidades culturales los
llevaron a buscar la forma jurídica de su permanencia.
El Estado-nación tal como lo conocemos actualmente nace en
el siglo XIX, dado que antes estaba vigente el llamado
derecho divino según el cual la autoridad de los monarcas
descendía directamente de Dios. Es lo que se ha denominado
el absolutismo monárquico, con máxima expresión en los
siglos XVI y XVII. Luego, especialmente en el siglo XVIII,
se hacen esfuerzos por ocuparse de la población en lo que
se ha denominado despotismo ilustrado.
Campesinos, terratenientes, burgueses y aristócratas se
movían bajo un orden establecido por variados sistemas
feudales mientras el soberano mantenía el estatus y el
derecho consuetudinario. Aparece en escena el
racionalismo, nuevas técnicas productivas denominadas
capitalismo y nuevas formas administrativas denominadas
burocracia.
Esto es, ya no se va a la Biblia sino que se va al hombre
y se plantea que se puede desarrollar una ciencia del
hombre. Entran en acción personajes fundamentales como
Hobbes y Locke. Ya no se acepta el origen divino y se
exige sustituirlo por un contrato limitado y racional
entre gobernantes y gobernados.
Aparece el dinero como medio fundamental de intercambio,
pero este tema pertenece a la historia del capitalismo y a
nosotros sólo nos interesa como elemento en el proceso que
va desde la destrucción del viejo orden feudal hacia el
nacimiento del Estado-nación. Lo cierto es que el
retroceso del derecho divino implica el surgimiento de
formas pactadas, las que se llaman constitucionales y una
nueva jerarquía se forma basada en la riqueza.
Se requería una fuente única de autoridad. Es, por
supuesto, en la revolución francesa donde se afianza la
centralización burocrática. En 1870 Alemania es unificada
y nace el Reich. El racionalismo creó la idea de
ciudadano, un derecho uniforme y la igualdad de estos
ciudadanos frente a él. El capitalismo dio paso a un
hombre en libertad de vender su fuerza de trabajo. Ese
Estado comenzó la creación común, normas burocráticas para
administrar, bancos y ejércitos nacionales. El viejo orden
feudal estaba destruido.
La crisis del Estado-nación
Hoy hablamos de la crisis del Estado-nación, una que
comenzó, sin lugar a dudas, en los años setenta, con tres
factores: el bloqueo petrolero a occidente, la
internalización del capital y, finalmente, la caída del
bloque socialista, todos ayudados por el feroz ataque
neoliberal contra el Estado.
El primer factor mostró una cara inédita: la crisis del
modelo de crecimiento y acumulación en occidente, con una
consecuencia política grave: el Estado de bienestar
flaqueaba y la ruptura de las condiciones que permitían el
arbitraje de los conflictos en el plano social.
El segundo conllevaba a una redistribución del poder que
ya no respetaba marcos nacionales: el capital perdía su
rostro, se movía en un plano mundial, sin nacionalidad y
sin escrúpulos de respeto a los viejos marcos.
El tercero mostraba la caída militar, de dominio, de
control por parte de los polos en que el mundo venía
funcionando. La caída del bloque soviético no dio paso a
un mundo unipolar y al fin de la historia, sino a un
proceso de confusión donde el imperio norteamericano
restante daba sus nuevos pasos militares que no
representaban otra cosa que los estertores de una manera
de ejercer el poderío económico y militar, hasta llegar a
lo que ahora tenemos, esto es, unos Estados Unidos
tratando de mantener su influencia en una indefinida
actuación colectiva y multilateral. En otras palabras,
moría el Estado Tutelar.
En lo económico, como suele suceder, se encuentran las
fuentes de variados cambios en la estructura política. La
imprevisibilidad de lo económico conduce al Estado a la
impotencia, todo debe ser provisional y de ajustes
momentáneos, la demanda y la inversión se confundieron con
los abusos de una especulación financiera desatada bajo la
sin razón y la falta de escrúpulos que llevaron a la más
reciente crisis. En este cuadro el Estado-nación ya no
sirve para la expansión del capital –internacionalizado
por cuenta propia- e impotente para los compromisos
sociopolíticos.
Reagan en Estados Unidos y Tacher en Inglaterra deben ser
recordados, pues marcan la penetración del neoliberalismo
en las tecno-estructuras del poder. El poder del Estado se
disminuye y se agudiza el factor clave: la
internacionalización del capital.
La globalización
Los espacios económicos nacionales se ven cada día más
limitados. Dos ejemplos quizás sean suficientes: un
mercado financiero restringido a pocas plazas importantes
y la inmensa acumulación de dólares por parte de China. Si
recordamos el traslado de la producción de bienes a sitios
con mano de obra barata podremos afirmar que se ha
producido una transnacionalización de la producción. Hoy
se produce en redes globales lo que conlleva también a una
reconfiguración del espacio social. Verifiquemos el
retroceso de la hasta ahora llamada clase obrera y la
disolución persistente del sindicalismo, a lo que debemos
sumar la reducción de la clase media.
Eso que comúnmente se ha llamado identidad nacional se
envuelve persistentemente en el limbo. Frente al hecho
globalizador el Estado se muestra impotente para responder
a sus habitantes. El contrato original descrito como base
del Estado-nación viene socavado pues cada día el
ciudadano no encuentra respuesta en su cesión de derechos
a ese ente supra llamado Estado. Ello forma parte de la
evidente crisis de las instituciones políticas y del
desplome de los llamados “dirigentes”. Esta crisis de
identidad se produce porque los valores comunes saltan por
los aires. La nación tiende a disgregarse y su envoltorio
protector llamado Estado también.
Los problemas se han globalizado y ya el Estado-nación no
tiene modo de alcanzarlos. El problema de la
contaminación, con la destrucción de la capa de ozono; la
propagación del terrorismo; del SIDA o de otras virosis;
el sistema financiero internacionalizado; el potencial
nuclear; el narcotráfico; la pobreza extrema. Problemas
todos que han obligado a la creación de organizaciones
transnacionales o supranacionales donde la palabra
soberanía se ha hecho hueca. Ya el Estado-nación ha
perdido el monopolio del control de los sucesos dentro de
su territorio. Esta transferencia del viejo concepto a
entidades supranacionales tampoco parece causar resultados
positivos. A ello hay que agregar los regionalismos y
hasta el tribalismo.
El más avanzado de los procesos de construcción de grandes
espacios supranacionales, el europeo, presenta crisis de
impotencia en avanzar, aunque las instituciones existentes
funcionen de manera medianamente aceptable. La
conformación política de Europa se detiene en las
votaciones nacionales, mientras cada día más habitantes de
los países que la integran se consideran europeos, antes
que italianos, alemanes o españoles.
Esto es, disgregación en los alcances prácticos y pérdida
del original sentido de nacionalidad en aras de una mayor
donde el viejo Estado-nación es considerado apenas un
miembro de una comunidad mucho más amplia.
Quizás podamos decir que estos Estados sólo sirven para
mantener el orden interno en lo social y en lo político.
En lo económico han sido reemplazados por las
transnacionales financieras y los consorcios
multinacionales, como vemos a cada momento. Quizás el
ejemplo más visible sea el de las líneas aéreas, otrora
orgullo interno nacional y que ahora conservan sólo el
nombre de la vieja pertenencia.
Está claro que la organización de continentes sigue
teniendo como integrantes a los Estados-nación, pero a
medida que avanza en su constitución los debilita. Con
escasas excepciones ya no hay un estado con jerarquía
propia en el poder internacional.
El renacimiento de lo local es una fase de alto interés en
el proceso de aletargamiento y desplome del Estado-nación.
En países con variadas lenguas las exigencias de nuevos
poderes y facultades convierten a las regiones en
semiestados dentro del Estado. Más allá, ciudades son
polos de poder que demandan autonomía. Las pequeñas
localidades desarrollan o hacen renacer sus anteriores
condiciones culturales y reclaman presencia activa en la
conformación del nuevo orden.
Las instancias locales de poder están a la orden del día.
Dentro de esta tendencia se inserta el reclamo de
descentralización administrativa, pues cada región quiere
manejar sus asustos, desde los hospitales hasta la
policía. Cabe destacar que esta tendencia universal sólo
es contrarrestada en países como Venezuela, donde un
régimen dictatorial considera necesario acumular todos los
poderes para el mantenimiento del régimen opresor.
La conformación de los bloques regionales altera los
sistemas geopolíticos de seguridad global. Las decisiones
claves no se toman en el marco del Estado-nación, ni
siquiera en continentes como el latinoamericano donde
todos los procesos de integración jamás pasan de la fase
embrionaria.
Agreguemos ahora las nuevas tecnologías de la
comunicación. Los ciudadanos lo son cada vez más de otro
espacio distinto del propio territorio, lo son del
ciberespacio, de un terreno universal donde se forman
nuevas redes de intereses y de intercambio cultural que
excede con creces los viejos límites.
El mundo reconducido
Ahora se determina y se actúa en términos globales. Ya no
hay un espacio territorial propiamente dicho como base de
acción. La tendencia es a la desterritorialización. Hoy
existen ONG que intervienen en campos específicos en
situaciones que ocurren en cualquier lugar del mundo. Ello
marca otro tipo de organización que interviene en los
procesos globales, pues están integradas por personas que
pertenecen a diversas nacionalidades. Ejercen poder en
cuanto inciden en modificar situaciones, desde ambientales
hasta políticas, desde económicas hasta geoestratégicas.
Así, un ciudadano venezolano interviene en la crisis de
Birmania junto a un inglés o a un sudafricano, uniendo
esfuerzos y recurriendo a la moderna tecnología de la
comunicación.
Hay un nuevo modo de ser ciudadano y en él se entremezclan
el refugio en lo local con una participación intensa en el
destino del planeta todo. En medio queda el Estado-nación,
aún superviviente, pero advertido de término de su
existencia. Las formas políticas indican la eventualidad
de creación de grandes bloques regionales con gobiernos
supranacionales en medio de un proceso de integración
planetaria, lo que aún no se vislumbra, dada la crisis
existencial de organizaciones como las Naciones Unidas. Si
la construcción del Estado-nación fue un proceso de siglos
la formulación jurídica de un Estado global tardará, pero
no siglos, gracias a las nuevas tecnologías. Un ejemplo
impensable hasta hace poco: leo una encuesta según la cual
algo así como la mitad de los portugueses no tendrían
ninguna objeción a integrarse con España.
El mundo se fragmenta. Se fragmenta en pedazos que asumen
su propia identidad local en desmedro del Estado-nación,
al tiempo que surge imperiosa la necesidad de acelerar la
construcción de nuevas formas jurídicas planetarias. Lo
que personalmente no veo es que esa forma jurídica sea una
alianza de Estados tal como lo conocemos. En mi opinión lo
será de de los fragmentos localizados a que el mundo
actual se verá reducido. Es así, a mi entender, porque la
impotencia del Estado-nación obliga a buscar un envoltorio
protector sustitutivo del antiguo contrato de cesión, uno
que sólo puede encontrar en la región o localidad. Ello
implica un renacimiento de las aspiraciones comunitarias
como defensa -también por ello- de las interrogantes que
siembra la globalización y la consecuencial pérdida de la
protección que otorgaba el Estado-nación.
Si el hombre nació en África, como ha sido fielmente
constatado, es posible que allí se origine la implosión
definitiva del actual orden, dado que muchos de los
Estados que la conforman son artificiales, en el sentido
de que fueron tejidos sobre los intereses coloniales,
dividiendo etnias o naciones. En efecto, es posible que se
allí donde veamos el efecto devastador sobre el orden
establecido, pero ello alcanzaría, igualmente, a muchas
naciones que se verían fraccionadas por aspiraciones de
sectores de sus miembros a autoadministrarse.
La nueva realidad global que se asoma implica el
fraccionamiento del mundo que conocemos.
teodulolopezm@yahoo.com