Me atrevo a decir que lo que
hemos visto con la crisis mundial es un ataque frontal de
las defensas orgánicas frente a la enfermedad del
economicismo. Nuestras vidas, nuestra organización social,
todos nuestros intereses, han estado centrados en la
economía. Más allá de las causas puntuales de la crisis y
de los análisis profundos o desvariantes que hemos
escuchado, lo que hemos visto es el quiebre de una
preponderancia inadecuada, de un privilegio antihumano,
esto es, de la primacía de la economía como guía y señora
de la organización del hombre sobre este planeta. Una,
además, inepta para corregir las desigualdades y para
afrontar la creciente pobreza de una parte inmensa de la
población mundial.
No me atrevo a asegurar que la insensibilidad de las
cifras económicas sea sustituida ahora por una especie de
renacer del interés en el hombre, pero más allá de
análisis catastrófico sobre el sistema financiero de este
mundo globalizado, más allá del papel del Estado como
corrector de las anarquías de los mercados, más allá de
los señalamientos burlones sobre la necesidad de
intervención sobre este sustrato que supuestamente tiene
sus propias medicinas con la condición de que nadie lo
toque, a lo que hemos estado asistiendo en estas semanas
es a la pérdida de la primacía de lo económico, a la caída
de la economía nuevamente bajo la égida de la política.
Uno de mis temas predilectos, en el desarrollo de la tesis
sobre una democracia del siglo XXI, ha sido plantear que
la democracia dejó de ser el gobierno del pueblo para
convertirse en un sistema que permite que los mercados
funcionen con libertad. No soy un intervencionista a
ultranza, ni creo que el estado debe poner corsés a la
actividad económica. En la economía, como en todas las
actividades humanas, debe haber libertad, pero lo que es
inaceptable es que el mercado se convierta en un mecanismo
superior de regulación social y convierta a la democracia
en una mera condición para su funcionamiento. Es en el
campo de la política donde se perfecciona el orden
económico.
Quizás la oportunidad más interesante de la crisis es
atacar la dicotomía entre una economía que sólo busca
ganancias y una política que debe procurar la defensa de
los intereses colectivos. Esta nueva convivencia posible
requiere de un análisis agudo de cómo los intereses
comunes se expresan en el Estado y en las formas y
contenidos en que se expresa la democracia del siglo XXI
que debe sustituir a la democracia de la era industrial.
Es de estas causas, de estas condiciones objetivas, de
esta verdad democrática, de las cuales dependerán los
elementos de una economía sana.
Es perfectamente posible el desarrollo de una economía
solidaria sin romper el mercado, porque la única verdad es
que hay que reinventar, inclusive al mercado
teodulolopezm@yahoo.com