Los ciudadanos son sometidos a tantos sondeos de opinión
que se quedan sin opinión.
Jean Baudrillard
El elefante blanco aparece por
todas partes, desde el budismo hasta la alegoría hindú,
desde la alquimia hasta la cábala, pero en Venezuela –y lo
recordamos quienes tenemos edad para ello- se llamaba
“elefante blanco”, durante el período democrático, a
aquellas obras o instituciones del Estado que eran
inoperantes, inservibles, pesadas e inútiles. Desconozco
como la imagen del paquidermo descolorido dejó de ser, en
la Venezuela de la política de coto cerrado,
representación de la pureza para pasar a ser símbolo de la
inoperancia. La única explicación especulativa que se me
ocurre es que la expresión es propiedad intelectual de
Gonzalo Barrios, jefe no designado del “Grupo París”,
hombre de amplia cultura a quien se le deben frases
memorables como aquella de que “en este país se roba
porque no hay ninguna razón para no hacerlo” y que en sus
años finales mantenía un encuentro semanal con la prensa
que era esperado con auténtico interés.
“Elefante blanco”, en su
totalidad, es este gobierno, por inservible, pero
“elefantitos blancos” son las frases que suelta su jefe,
máxima expresión de la incompetencia. “Es mi obligación
defender los dólares del pueblo”, es de antología, digna
de figurar en los primeros lugares en un diccionario del
populismo abyecto y de la
demagogia latinoamericana más rampante y maloliente.
“Elefantito blanco” es su propuesta de enmienda para
reelegirse, pero el aditivo de extenderla a todos equivale
a pasos en cristalería, como si un elefante fuese apto de
audaces maniobras capaces de superar la torpeza de su peso
y volumen.
Nuestro elefante no sabe de
Derecho, aunque de enseñarle se encargan nuestros prolijos
constitucionalistas. La “enmienda” ha dejado de ser lo que
nunca fue –es decir, enmienda- para brutalmente
convertirse en reforma constitucional que afecta a
numerosos artículos y que proviene de la última semilla de
la última uva de una noche perentoria. Con la maniobra
pretende “enganchar” a los gobernadores y alcaldes
oficialistas que no movieron un dedo en el 2007 para
aprobarle su proyecto o que ordenaron votar en contra,
pretende tranquilizar momentáneamente a la “disidencia”
pepetista que le arrancó unos
cuantos votos en las elecciones regionales (¿qué irán a
hacer los Manuit en Guárico?)
y, sobre todo y, quiere dejar claro que él no es un
ambicioso que pretende el poder eterno sino que todos
podrán reelegirse por igual, que él busca engrandecer la
voluntad popular que puede tener a sus gobernantes hasta
cuando le parezca. Atrás quedan sus frases de 2007, como
aquellas condenando la reelección indefinida para todos y
su brutal rechazo a la idea de extensión reclamándola sólo
para él, el caudillo indispensable, la luz necesaria.
Veamos primero, en su
globalidad, la idea de reelección para todos, sin límites
a no ser la voluntad del dedo mágico. Ello equivale a la
creación de una gerentocracia
pública, al bloqueo del ascenso de nuevas generaciones, a
la supresión de toda posibilidad de renovación en ideas y
estilos y al nacimiento de una corrupción galopante de
populismo dilapidador y de degeneración intolerable. A eso
equivale la elefantiásica propuesta, pero eso no le
interesa, lo único importante es la maniobra en sí, una
que calcula le permitirá una recolección de votos adecuada
y conveniente al objetivo de conseguir su poder eterno. Es
muy capaz que, después de haberlo logrado, diga que fue un
error extenderlo a todos y que se hace necesaria otra
modificación a la Constitución (enmienda, reforma, lo que
sea, para ello los lacayos aprueban y aprobarán sin
chistar) para corregir un error que se suscitó debido a su
generosidad y a su amplio espíritu democrático e
igualitario.
II
El peligro más grave, no
obstante, -y siempre habrá peligros más graves- es que la
realización continua de elecciones está convirtiendo a las
elecciones en elefantes blancos. De tanto preguntar por su
poder eterno puede llegar el momento en que la gente deje
de tener una opinión sobre su poder eterno. Basta para
ello – y de allí el epígrafe de este artículo- leer a
Baudrillard y darse cuenta
como se puede prostituir el acto de votar y convertirlo en
una repetición indeseada, una donde, de tanto preguntar,
lo único que se consiga es una falta de respuesta.
Las elecciones, una de las
claves de la democracia, -obviamente cuando son libres y
sin el poder abusivo del Estado totalitario- pueden llegar
a convertirse en un arma predilecta de las dictaduras.
Está claro, como lo he repetido en infinidad de ocasiones,
que las dictaduras convocan a elecciones para ganarlas, no
para producir una libre voluntad que bien puede ser la
materialización de la alternabilidad, y que cuando las
pierden reaccionan con patadas, como esa de tener a los
gobernadores y alcaldes de la oposición “bailando en un
tusero”, para utilizar una
expresión criolla y cristalina.
Las elecciones dan y trasmiten
la imagen de libre albedrío, de régimen democrático, de
negativa rotunda a quienes hablan de gobierno dictatorial
o que aún mantienen esguinces lingüísticos como
“democracia fuerte” o “régimen con inclinaciones
totalitarias” o demás sabandijas idiomáticas parecidas.
¿Cómo puede ser una dictadura un gobierno que ha convocado
más de 30 elecciones? Cuando el caudillo dice que bien
puede preguntar al pueblo cien veces por su poder eterno
no anda hablando de más. En algún momento se le responderá
que sí, que puede reelegirse, y entonces no preguntaría
más, ni por esa cuestión específica ni por ninguna otra,
ungido ya del poder absoluto.
Los peligros que se ciernen
sobre este nuevo referéndum escapan al simple
planteamiento de ir a votar en contra, lo que deberemos
hacer pues si no votamos habremos llegado al punto
culminante en que el régimen abandonará la idea perversa
de preguntar y preguntar hasta que no haya respuesta.
Veremos hasta donde le ha causado un efecto benefactor su
“humildad” de manso cordero pidiéndole al pueblo le
acompañe en su idea “amplia y generosa” de extender la
reelección indefinida para todos. Frente a sus maniobras
–faltan unas cuantas- hay que diseñar estrategias
coherentes, como la de evitar la conversión de las
votaciones en un elefante blanco, uno reactivo
simplemente. Hace falta inteligencia y no propuestas
absurdas como esa de “constituir un frente por el `NO”,
algo que los ciudadanos de a pie damos como tan obvio que
cuando sale un dirigente “enratonado” a proponérnosla hace
que volvamos a repetir si los dirigentes de los llamados
partidos de oposición tienen las cabezas sobre los hombros
o si las tienen todavía infectadas por la resaca de año
nuevo.
No se puede repetir aquella
omisión criminal de dejar de lado toda protesta contra el
“paquetazo”, como se dejó,
alegando “trapo rojo” y poniendo por encima de todo las
elecciones regionales, más que en un afán electoral en uno
electoralista, lo que conllevó –hagan memoria los
lectores- a que en un gesto simbólico, o
combólico, este escritor se viese en la
obligación moral y ética de convocar a un paro nacional de
diez minutos, llamado que fue desatendido, especialmente
por la totalidad de los partidos. Esa omisión cometida por
la llamada oposición es la causa de que tengamos ahora
delante lo único que no fue aprobado por vía de
“decreto-ley”, esto es, el acto que se nos viene encima de
quitarle de las manos la corona al Papa para ponérsela él
mismo.
No basta hacer campaña por el
“NO”. Es necesario poner en práctica formas imaginativas
de protesta y las “marchas” ya de imaginativo no tienen
nada, especialmente cuando terminan sin líneas políticas,
o simplemente con un cantante, a falta de oradores capaces
de embraguetarse con un contenido ilustrativo de una
estrategia clara. Las formas de resistencia no es
necesario inventarlas, ya en el mundo se han puesto en
práctica muchas, como hacer paros escalonados en horario
no laboral o como pedirle a la población que en
determinadas horas se quede en los hogares dejando las
calles en absoluta soledad. ¿Qué se espera? ¿Qué de tanto
pedir opinión la gente se quede sin opinión?
teodulolopezm@yahoo.com