La legitimidad surge del acto
electoral, la confianza proviene del convencimiento moral
de que un gobierno busca el bien común. Sin confianza no
hay estabilidad. Una mayoría electoral no es equivalente a
una mayoría social. El voto es una preferencia, la
confianza una sensación convincente de pertenencia. Frente
a las exigencias sociales no puede producirse una reacción
populista reactiva. Hay que partir de una programación de
ejecución gradual, consistente y constante. Quiere decir,
una acción incesante sobre las situaciones. Las mayorías
electorales son una suma de votos. Las mayorías sociales
son una suma que se llama pertenencia. La esencia de las
democracias del siglo XXI no es tanto el derecho al voto y
a elegir sino la opinión que las sociedades tienen de su
gobierno.
La verdadera revolución es la voz moral. El populismo es
una asunción de un modo radical para lograr la
homogeneidad sobre lo imaginario. La posibilidad de un
gobierno omnisciente no cabe en el siglo XXI. Muchos
políticos creen que entienden a la gente cuando ofrecen
soluciones concretas a los problemas concretos. El
verdadero político es el que hace el mundo inteligible
para el pueblo, esto es, el que le suministra las
herramientas para actuar con eficacia sobre lo ya
entendido. El populismo no se combate con populismo. El
populismo debe ser combatido con la siembra de la
comprensión llevada al grado de un estado de alerta.
La legitimidad electoral y la legitimidad social pueden
contrastarse o encontrarse. La manera de encontrar la
segunda excede al simple hecho de buscar el voto en una
campaña electoral plena de promesas, generalmente
demagógicas. Buscando la segunda suele encontrarse la
primera. El planteamiento inteligible que produce efectos
previos mejora notablemente la capacidad de escogencia.
Las campañas electorales son la culminación de un proceso
en donde el individuo manifiesta una preferencia. La
masificada propaganda en nada podría modificar una
asunción previa ganada en una democracia de cercanía
generada por los líderes verdaderos que en ese proceso
electoral buscan la voluntad mayoritaria del pueblo.
No se puede combatir demagogia con demagogia. El proceso
de crear lucidez y pertenencia es ajeno a las palabras
altisonantes y mentirosas. El proceso de repetición
demagógica por parte de dos o más adversarios en una
contienda por el voto conduce a soliviantar un
individualismo feroz que se traduce en apostar a la mayor
oferta engañosa. El vencedor, naturalmente, será el que
ejerce el poder –si el caso es de una reelección- o, si se
ha cumplido con la tarea pedagógica, el que ha hecho una
obra previa de configuración de cuerpo sobre el que limita
su acción a la campaña electoral misma.
En la democracia contemporánea se ha perdido el sentido de
pertenencia, sustituida por el fervor de la antipolítica.
Frente a un poder sobre el cual no se tiene control
social, en cualquier país, –especialmente de América
Latina- uno escucha a la población desguarnecida repetir
“todos son iguales”. Uno de los dramas de nuestro
continente es el abandono de la seriedad pedagógica, de la
proximidad a los ciudadanos quienes son, en primer lugar
seres pensantes, para ser, en segundo plano, sólo en
segundo plano, electores. En el fondo, cuando hablo de la
necesidad de una democracia del siglo XXI, estoy pensando
en varias democracias que pueden convivir o enfrentarse.
Se debe a que han aparecido las instituciones invisibles,
una de las cuales es la confianza y otras que deben
reaparecer, como el concepto de ciudadanía –solo visible a
mediano plazo- y de ejercicio diario de la política,
condenada por los manipuladores de todos los bandos sólo a
época electoral. Casi instintivamente se generan los
contrapoderes no visibles, pero que van creciendo
imperceptiblemente hasta el momento en que hacen erupción
sin previo aviso. Son, estos últimos, una reacción
generada contra el virus de la política prostituida, de la
demagogia y del populismo.
Comencé por decir que mayoría electoral no es mayoría
social por acto automático. Comencé por decir que
legitimidad no es confianza. Hay que aprender que la
segunda debe ganarse cada día. Si seguimos con esta plaga
de activistas de la política, mentirosos y demagogos, se
mantendrá el punto en que la gente va a preferir a quien
menor desconfianza le produce, pues ninguno le produce
confianza. Así la legitimidad del poder y la legitimidad
del ejercicio democrático estarán afincadas sobre un barro
extremadamente frágil y, lo más grave, la democracia se
derrumbará por efecto directo de todos, de los que ejercen
el poder y de quienes pretenden sustituirlo, de los
demagogos multiplicados, obligando al poder al ejercicio
de la fuerza para atender compulsivamente las exigencias
sociales. Terminará así la era de las elecciones y de la
libertad, terminará así la democracia, matada en una
acción conjunta por quienes no entendieron de la
existencia de instituciones invisibles y de la necesidad
de hacerle comprender el mundo al pueblo, de hacérselo
inteligible, de hacerlo producir una acción consecuencial
de posesión de los instrumentos para cambiar el entorno,
de los cuales el principal es la conciencia.
teodulolopezm@yahoo.com