De inconclusión hablé antes de
las elecciones regionales y de inconclusión se trata. En
términos de proceso histórico no ha sucedido nada, pero sí
en término de coyunturas. La oposición ha mejorado sus
bases de batalla. La victoria en la gran Caracas y en
Miranda, incluido el emblemático Municipio Sucre (una de
las más grandes barriadas pobres de América Latina) son un
golpe fuerte para el gobierno de Hugo Chávez. A ello,
claro está, hay que sumarle el mantenimiento del control
en dos estados o provincias, entre las cuales el petrolero
Zulia, y el anexo del estado de Carabobo –centro
industrial de Venezuela- y del estado Táchira, fronterizo
con Colombia. Tal como estaba previsto la oposición se
asienta en nuevas conquistas y gobernará al 45 por ciento
de la población de Venezuela. Un resultado nada
despreciable, pero un resultado que marca el inicio de una
nueva etapa de graves confrontaciones.
La población urbana rechaza al
gobierno de Chávez. La llamada “revolución” se convierte
en una “revolución rural”. Las principales ciudades del
país, en su gran mayoría, pasan a control de la oposición.
Esto es, los sectores más comunicados –y uso la expresión
para diferenciarla de la expresión sectores más
informados- no están con el autodenominado “proceso”. Este
cambio es sustantivo y merecerá análisis en profundidad.
La oposición ha pagado caro su
ceguera frente a la llamada disidencia del gobierno. El
caso emblemático es el del estado Barinas, feudo familiar
Chávez, que perdió el disidente Julio César Reyes porque
la oposición formal no entendió el valor simbólico que
allí se acumulaba. Hay un sector extremista en la
oposición que no quiere saber nada de los disidentes del
oficialismo, estigmatizándolos con epítetos grotescos, sin
entender que sin la disidencia no se puede constituir una
nueva mayoría.
La mayor ceguera la mostró la
oposición en el caso del estado de Bolívar, donde el
obrero metalúrgico Andrés Velásquez perdió porque la
oposición no entendió que era él el candidato. Velásquez,
quien en el pasado estuvo a punto de ganar la presidencia
de la República, ha podido alzarse con la victoria si
algunos partidos de la oposición no se hubiesen auto
engañado con encuestas evidentemente falsificadas.
Una victoria que merece un
párrafo es la de Antonio Ledezma para la Alcaldía Mayor de
Caracas. Fue, sin lugar a dudas, el mejor candidato de
entre ambos sectores, por su seriedad, constancia y
anuncios programáticos. Seguramente sea Ledezma el mejor
ejemplo de una elección consciente. Un luchador no
populista ni demagogo que gana por su mensaje debe ser
mencionado como un ejemplo de madurez ciudadana. Ledezma
la verá fea: previendo una victoria de la oposición esa
insigne posición de gobierno de la capital de la República
fue despojada de la Policía Metropolitana y de los
hospitales. Allí campea la ruina, con pasivos laborales,
desorden y corrupción. Los problemas que el flamante
Alcalde Mayor deberá enfrentar son de tal magnitud que en
este momento sólo vemos como signo de auspicio, amén de la
capacidad de liderazgo del electo, el hecho de que de los
cinco alcaldes de la gran Caracas cuatro le acompañarán en
el intento por hacer una gran gestión.
Hay que reconocer a Carlos
Ocariz como un insigne
luchador. Ganó Petare (Municipio Sucre) una zona de
extremada violencia donde los partidarios del gobierno
disparaban al aire en la madrugada en que se anunció la
victoria oposicionista. Es un joven ingeniero con una
increíble vocación de servicio. Será un excelente alcalde.
Y la victoria de Henrique
Capriles en el populoso estado
de Miranda, que es como decir el vecindario de Caracas.
Así mismo un reconocimiento para César Pérez Vivas, quien
después de ser echado de la Secretaría General de su
partido socialcristiano obtiene una celebrada victoria en
los Andes (Táchira) dejando con un pulmón al hoy
denominado “Partido Popular”.
La reacción del gobierno ante
los resultados ha sido de mesura, pero sabemos bien que la
mesura le dura horas y vuelve a la agresión, al insulto y
a la ignominia. Veremos cual es la actitud oficialista
frente a los espacios conquistados por la oposición.
Recursos y colaboración están en entredicho. No podemos
olvidar el abuso de los medios de comunicación
oficialistas, las amenazas de Chávez de sacar tanques y
soldados y de meter preso a dirigentes oposicionistas, así
como de negarles el agua y el pan a las regiones donde
perdiese. Se hizo uso indiscriminando del dinero del
erario público y de un lenguaje que, dije en mi anterior
artículo, no se había visto ni en las peores dictaduras
africanas. Todo el peso del Estado estuvo volcado a hacer
ganar a los candidatos del PSUV. La tarea es muy difícil,
no sólo desde este punto de vista, sino desde el de
concretar una acción de gobierno eficaz que ataque los
problemas emblemáticos que sufren los venezolanos. Hay que
demostrar que existe una manera eficiente de gobernar.
Diría que debe demostrarse tal compenetración con la gente
que uno pudiera considerar que se ha iniciado la
posibilidad de decir que comienza a construirse un
proyecto de país que enfrentar al de Chávez. Esto último
es un desafío ingente que impide que los vencedores se
vayan a celebrar con güisqui y con el plato tradicional
navideño venezolano, las hallacas.
Tres líderes fundamentales del
oficialismo fueron derrotados.
Diosdado Cabello, Jesse
Chacón y Aristóbulo Istúriz.
Veremos que hace Chávez con ellos, si los vuelve a llevar
al gabinete o los deja de lado. Son caras gastadas y ya
dieron al “supremo comandante” la oportunidad de
olvidarlos. El oficialista PSUV recuperó – según los
primeros números que pueden variar- al menos un tercio de
los tres millones de electores que se le esfumaron el
pasado 2 de diciembre de 2007 en el referéndum
constitucional. Sigue siendo el primer partido nacional.
Sin embargo, la cifra oficialista está muy lejos de las
palabras pronunciadas previamente a las elecciones por el
general Müller Rojas (aquí
abundan los generales, los coroneles y todo tipo de
militares), vicepresidente del partido de gobierno, quien
aseguró que para ellos una victoria con menos de algo más
de siete millones de votos sería una derrota. Pues bien,
de esa cifra estuvieron muy, pero muy lejos. Por lo demás,
habrá que ver cual es ahora el principal partido de la
oposición.
El PSUV y su voz única Chávez
afinarán ahora la estrategia para tratar de conseguir el
único anhelo que los mueve: convertir al teniente coronel
en presidente ad eternum. Esa
es la gran batalla que los demócratas tenemos delante.
Todo está inconcluso en este proceso histórico, la
coyuntura simplemente ha sido urbanamente bienaventurada.
teodulolopezm@yahoo.com