La
República de Guarimure no está en el cuerno de África. No
es alguna nación retardada en su independencia de los
poderes coloniales europeos. No se requiere pasaporte ni
la obtención de una visa. No es necesario marchar hacia
Maiquetía para tomar un largo vuelo. No se trata de una
nación árabe o persa que ha patrocinado una fractura
nacional, no son kurdos que han decidido proclamarse
independientes o alguna parcialidad musulmana que ha
decidido modificar el mapa.
Es Juan Páez Ávila quien me llama por teléfono para
proponerme que viajemos a la República de Guarimure.
Cuando me explica de que se trata no pasan dos segundos
sin que esté haciendo una maleta. La República de
Guarimure (voz indígena, achagua, que significa “el lugar
de todos los lugares”) está situada en Carora, estado
Lara, República de Venezuela (precisión geográfica para
mis lectores del exterior).
La República de Guarimure no es un desafío a Platón,
aunque casi. Guarimure es un proyecto de la palabra, es
una república de niños poetas. Consiste en un proyecto de
creación de Centros Literarios en las escuelas de Carora.
Todo comienza con un desfile desde la Plaza de Cecilio
Zubillaga Perera hasta la casa donde este habitó
ejerciendo uno de los magisterios más trascendentes de la
historia de Venezuela. Allí llegan y comienza la fiesta.
Concierto del núcleo local del “sistema” (como se ha dado
en nominar a esa maravillosa realidad que son las
orquestas infantiles y juveniles). Al día siguiente
recital de los niños poetas. Son 86, pero no todos pueden
decirnos sus palabras, de manera que han hecho una
selección previa. Después nos toca leer a los poetas que
asistimos. No escogemos poemas para infantes, no hacemos
una selección de lectura para imberbes. No, quienes leemos
ante ellos tratamos de dar lo mejor de nuestros textos. En
la mañana del viernes lo hacemos Jesús Enrique Barrios,
este servidor, Orlando Pichardo y José Pulido. El poeta
Barrios ya es ministro de esta República, pues toda debe
tener un gobierno. Su título es Ministro de la Nada y
demás Cosas Inútiles. Seguro que mis colegas ya también
son Ministros. Los niños quieren autógrafos y nos miramos
las caras después de 86 firmas sobre el afiche del
encuentro. Nos duelen las manos de tanto firmar, pero cómo
negárselos.
Llega un imberbe y se sienta en el presidium desierto.
Apenas se le ven los ojos al filo de la mesa. Pienso
inicialmente que es un niño que anda suelto en la casa de
Chío, pero constato que es el encargado de cerrar el
recital. Con una impresionante seguridad y una mejor
dicción lee dos poemas extraordinarios. Es el hijo del
poeta Jesús Enrique León y de su esposa Úrsula, los dos
locos apasionados que dirigen el proyecto. Jesús Enrique
comienza a reorganizar el despelote. Es que están tres
señoras del Banco Central de Venezuela que deben dictarle
a los niños una clase de economía (origen de la moneda,
funcionamiento del BCV, principios básicos de economía).
Se le debe a Armando León, economista caroreño vinculado
hace años a nuestra principal institución financiera.
Aprovecho para hojear al azar los poemas que la mano de
Blanca Andueza, directora de la Casa de Chío patrocinada
por la UCLA, ha ayudado a colgar de las paredes junto a
los líderes de la República de Guarimure. Aquí descubro a
Vallejo, más allá a Neruda, y a los poetas venezolanos.
Son naturales influencias, comprensibles cuando uno
descubre que los premios anuales de poesía tienen como
premio 150 libros al ganador.
La República de Guarimure tiene su sede en una vieja
casona colonial que está frente a la casa de Cecilio
Zubillaga Perera. En la pared está pintado el letrero:
“Esquina del poeta”. Uno cruza la angosta calle Ramón
Pompilio Oropeza de un lado a otro. En la casa del insigne
maestro caroreño está la biblioteca que fuera del poeta
Alí Lameda (ningún lugar mejor para ella). No obstante hay
que alimentar la otra, la de la casa de enfrente, pues no
sólo libros en los estantes se requieren, también para
darles sus premios a los ganadores de los concursos. Los
escritores que me leen manden sus libros así: Jesús
Enrique León, República de Guarimure, Calle Bolívar con
calle Ramón Pompilio Oropeza, Carora, Estado Lara,
Venezuela. Es imposible que se pierdan, todo el mundo sabe
donde está. No sólo de poesía, cualquier texto. Páez Ávila
y yo llevamos el auto lleno de nuestras donaciones. Él se
ríe con la travesura: entre sus donaciones va “El Capital”
de Carlos Marx.
La República de Guarimure excede a una simple aventura
literaria. Es un proceso de integración social. Diría que
poco importa la calidad de los poemas, aunque los hay muy
buenos y ya con premios. Quien asume la palabra ha
encontrado una nueva visión del mundo, una recompensa a
los anhelos. No se trata de desafiar a Platón, pero de
allí saldrán escritores –a nadie le quepa la menor duda- y
aquellos que abandonen llevarán una marca indeleble, la
del poder de la palabra y así cualquier cosa que hagan en
la vida estará marcada por un respeto hacia el poder
creativo. Si el sistema de “orquestas” produjo a un
Gustavo Dudamel y a este chico de una barriada de Caracas
que ha sido asumido por la Sinfónica de Berlín, uno puede
imaginarse a uno de estos niños recibiendo un Nóbel o
siendo editado por las principales editoriales del mundo.
Extenuante, el proceso. Llega una avioneta con el escritor
Oscar Marcano y una delegación de Econoinvest. Los mecenas
quieren ver de cerca el fenómeno de una nación de niños
poetas (y uso con conciencia la palabra nación). Pasan
horas escuchando a los más grandes (debería decir a las
más grandes, porque las niñas son diez por cada varón) y
su entusiasmo es inocultable. La idea es convertir a la
República de Guarimure en un proyecto que abarque a todo
el país. Hay que crear una Dirección Nacional de Talleres
de Creación literaria que tenga su sede en Carora. Páez
Ávila y yo abandonamos el territorio de lo posible, pero
al día siguiente llegarán nuevos poetas desde Caracas y
otras partes a leerles a esta especie de atenienses
imberbes que salen de la ciudad visible a escuchar a
quienes predican en el ágora.
La República de Guarimure hace honor a su nombre indígena,
es realmente el lugar de todos los lugares. Es el lugar de
la palabra y uno puede sentir a Cecilio Zubillaga Perera
–maestro de una generación invalorable- escuchando a los
dos de la madrugada Radio Moscú, la BBC de Londres, la Voz
de América para producir un boletín de noticias
internacionales (como lo relata Páez Ávila en una
conferencia sobre el tema) para los escasos diarios
locales de su época. Ahora Don Chío se sienta plácidamente
a escuchar a los niños poetas de Carora, tranquilo y con
una gran sonrisa en los labios. Allí en su cuarto cuelgan
Marx, Lenin y Jesús, tal como el quería. Julio Bolívar
presenta revistas y anuncia proyectos editoriales. El
poeta Pichardo entrega “Principia”, la revista de la UCLA
y relata como lo acaba de llamar al celular desde Bogotá
el poeta Arbeláez para saludar a los poetas. Suena la
República de Guarimure. Allí puede estar ocurriendo un
milagro. Habría que peregrinar hasta allí como se
peregrina a un santuario, uno sin imágenes religiosas, uno
donde la palabra manda. Uno donde se va a escuchar o a
decir, uno donde hay un templo a la imaginación creadora.
José Pulido me observa que uno de los niños lloró mientras
yo leía. Me preocupo, ¿será que lo asusté con mi vozarrón?
pregunto un tanto angustiado. No poeta, contesta José,
simplemente se emocionó. Basta y sobra, es la primera vez
que leo para niños y uno siente como se le meten a uno en
el alma.
tlopezmelendez@cantv.net