En
los balcones del viejo Palacio Legislativo dos personajes:
Toni Negri y Eugene Ionesco. El primero se sabe que está,
el segundo no es nombrado por el presidente reeleccionista.
Negri observa como su teoría del poder constituyente
originario es utilizada a mansalva para producir un golpe
constitucional o, mejor, un golpe de estado. Ventajas del
Tercer Mundo donde puede utilizarse el pensamiento de un
viejo europeo para fusilarse una Constitución y hacer lo
que al manipulador le parezca. Ionesco está impávido e
invisible. Observa al actor que hace de Bolívar y se
interroga sobre su teatro del absurdo. Se imagina la
sesión de la Asamblea Nacional de Francia para conmemorar
el día patrio y a un actor que se aparece diciendo:
C´est moi, l´Emperateur”. O se concibe en el senado
norteamericano un 4 de julio y al actor de peluca blanca
que entra rozagante a proclamar: It´s me, Washington”.
O de golpe y porrazo el gran Eugene se siente en la sede
del parlamento italiano y ve al actor que alega: Sono
io, Garibaldi”. Y ante la sorpresa generalizada
exclama: Ma, non mi riconosceti? Sono io, Giuseppe”.
Pero no, el
gran Ionesco se dice a sí mismo que sólo en el Tercer
Mundo los héroes reaparecen en forma de actores en los
grandes momentos de presentar proyectos de reforma
constitucional. Pero al viejo rumano llamado Eugene le
falta lo mejor e impávido se pregunta para que escribió
Jacques o la sumisión, Amadeo o como salir del paso,
El rey se muere, El juego de la peste o
El hombre de las maletas. Trata de cobijarse en su
pueblo de Slatina o en el París de su refugio, pero la
descarga se produce entre empanadas, cachitos y mamadera
de gallo en un desborde de fastidio, de retórica, de
insulso parlar, de desvarío continuo: lecciones vagas y
extravagantes sobre espacio marítimo; regiones especiales
militares; críticas a la pluralidad de la Asamblea
Constituyente de 1999 por esa razón, por ser plural, por
no haber sido como es la Asamblea Nacional ante la cual
habla, una sumisa y monocolor; distritos acuáticos,
municipios federales y distritos funcionales, en un
desborde para tapar que no se atrevió a tirarse de lleno
estados, municipios, gobernaciones, alcaldes, concejos
municipales y que prefirió recurrir a la “geografía
radical” para auto-regalarse la potestad de dividir al
país a su voluntad y cuando le venga en gana; ciudadanos,
ciudades, comunidades, todo con una frase que se le salió
y que trató de ocultar de inmediato: “Cuando a mi se me
ocurra…”; ciudadano es el habitante de la ciudad,
aseguró, de manera que todo será un ciudad, desde el
barrio más paupérrimo hasta el caserío más abandonado,
porque el gentil asesor le dijo que había que hablar de
ciudad y de ciudadanos, sólo que recurriendo a un concepto
perdido en el tiempo, quizás griego, quizás romano,
olvidando que el ciudadano es el detentador de derechos y
deberes, y en la mejor ciencia política actual un actuante
de la vida pública donde interviene constantemente; manejo
de las finanzas y del erario público a capricho; la
afirmación de que el poder constituyente originario no
tiene expresión en el acto electoral; la liquidación de
las alcaldías de Caracas bajo un Gobernador que
seguramente la ley dirá que la nombra el presidente;
vicepresidentes a granel para no incurrir en olvidos y en
omisiones sobre algún caudillo emergente, tal como Gómez
utilizaba las para entonces llamadas presidencias de
estado; hablar de propiedad social indirecta para
justificar un aberrante capitalismo de Estado, bajo el
argumento de que si es del Estado pues es de todos;
argumentar que mantiene la propiedad privada pero envuelta
en una serie de figuras que la hacen algo menos que un
pedo en un chinchorro; que en capitalismo no es posible la
democracia, sólo en socialismo y que Estados Unidos no es
una democracia, será porque la democracia existe es en
Bielorrusia; conversión de la reserva en milicia popular a
la mejor manera del Irak de Saddam o tal vez de la guardia
pretoriana de algún emperador romano. Y la perla final:
reelección, reelección, reelección. Y la sombra de Guzmán
Blanco que desdeñosa mira desde París: ¿”Quieres,
además, siete? Eso me recuerda algo”. Pero aún no
basta, la palabra “socialismo” aquí y allá, en unos
articulitos “humildemente”, porque “yo soy tan modesto”,
sin atreverse todavía a proclamar la República Socialista
de manera abierta, pero sí de hecho. Es que la
Constitución del 99 eran otros tiempos. Esta que se
propone también será sustituida por otra dentro de algunos
años, “cuando a él le parezca”, cuando decida argumentar
que en esta Asamblea Nacional todavía estaba la presencia
de francotiradores contrarrevolucionarios.
Eugene Ionesco
se sintió mareado. Nada raro, pues yo también estaba
mareado. Ionesco salió a tomar aire fresco sin esperar el
final y decidió caminar por la Plaza Miranda y la avenida
Baralt puesto que el jefe absoluto había proclamado el
buen estado del centro de la ciudad (si es ciudad está
llena de ciudadanos) y se encontró con prostitutas, droga,
mendigos y suciedad. El viejo rumano decidió hospedarse en
una pensión del centro para tratar de reponerse y, en
efecto, las pulgas lo dejaron dormir un par de horas.
Salió a la calle para palpar las reacciones, como
acostumbraba de niño en su vieja Slatina y luego en París
con la caminata por la orilla del Sena, y se encontró con
que un partido llamado “Primero Justicia” proponía una
Asamblea Constituyente y una demanda ante el Tribunal
Supremo de Justicia y decidió comerse una arepa dulce de
esas nuevas que se hacen en Urachiche para romper el
monopolio, y sintió ganas de vomitar. Luego leyó que toda
la oposición dice “No” pero nadie se atreve a decir como.
Eugene Ionesco se evaporó y se dijo, como un realista
mágico cualquiera, que en el Tercer Mundo la realidad
supera cualquier fantasía y se sintió agraviado porque su
teatro del absurdo había sido usurpado sin pago de regalía
alguna. Pensó que lo triturarían en la gran Imprenta de la
Cultura.
Ya yo dije
como hay que enfrentar la reforma, saliendo a explicar, a
razonar, a fundamentar, por todos lados y luego, con un
pañuelo en la nariz y bajo protesta, concurrir a votar
“No”, previa presencia en la calle, previo repudio
generalizado en cada pueblo, barrio y ciudad, previa
organización popular para enfrentar el fraude si se
produce y se hiede fue porque se produjo. Pero Ionesco me
dijo antes de evaporarse: “Bueno, no entiendo nada ¿por
qué reaccionan así frente a la propuesta de la
reforma-encarnación de mi obra teatral? ¿Es que acaso no
sabían que la reforma venía? O como dicen ustedes los
venezolanos, ¿es que son bolsas?”. No le contesté. Yo sí
entiendo lo que pasa. Lo entiendo tan bien que sólo en
Eugene Ionesco y en su teatro del absurdo me puedo apoyar
para escribir este artículo.
tlopezmelendez@cantv.net