Mientras más miro hacia el
2009 más tragedia veo. El mundo parece aproximarse hacia
una provisionalidad que todo lo abarca, trabajos
interinos, ingresos provisionales, seguridad momentánea,
frustración apenas apaciguada por salidas temporales.
Las crisis económicas tocan el
estómago y desatan los incontroles, pero siempre subyacen
debajo de ellas una inconformidad política y un
agotamiento de las formas de gobierno. Las crisis
económicas son crisis políticas. Las crisis políticas son
crisis de hartazgo, de impotencia y de desesperación.
Lo sucedido en Grecia ha sido
despachado con la prontitud de unas protestas por la
muerte de un adolescente a manos de la policía. Es mucho
más que eso. Se trata de un cansancio de la juventud
griega que puede extenderse como pandemia por toda Europa.
Las razones económicas están a la vista: desempleo, bajos
salarios y servicios sociales deficientes, pero más allá
hay un hartazgo de la conducción política. La juventud
griega exige ser escuchada y aunque con marcadas
diferencias con la juventud francesa del famoso mayo,
arrasa a su paso los símbolos visibles del status, desde
el parlamento hasta los bancos comerciales.
Recurren a Internet y a los
teléfonos celulares que son la nueva manera de encender y
dirigir las protestas no sólo en su propio territorio sino
en acciones por toda Europa. Ya lo dijo alguien, la
tecnología está ahora al servicio de la turba y la turba
puede ser buena o mala, espontánea o dirigida, destructiva
o partera. La sociedad europea se fragmenta y es
profundamente simbólico que haya sido en territorio
griego donde la desesperación haya tomado la calle para
dejarle saber a los políticos europeos que en el 2009
pueden enfrentar un estallido de proporciones
incalculables.
Estados Unidos atraviesa unos
días entre la ilusión y el miedo. La ilusión la encarna el
presidente Obama con un mensaje de renovación del espíritu
norteamericano y una promesa de reencuentro. El miedo está
representado en la pavorosa crisis económica y en la
posibilidad de que la violencia latente tronche la
esperanza por momentos adquirida. Los nombramientos de
Obama apuntan a un gobierno inicial de centroderecha –de
otra manera no podía ser- que le ocupará quizás los dos
primeros años de su mandato. Deberá poner orden en lo
económico, en una preocupación agravada con el desempleo
que vendrá y en la caída en la desesperación de quienes
vean perdidos sus puestos de trabajo y sus viviendas y
deberá enfrentar la presencia militar estadounidense en el
mundo, el terrorismo que hará de las suyas y la conversión
de la sociedad en una donde se violan los derechos civiles
y se distorsiona el espíritu jurídico y de libertad, desde
el cáncer que representa la prisión de Guantánamo hasta la
evidente inconstitucionalidad de normas que han hecho de
los Estados Unidos una sociedad más represiva desde el 11
de septiembre.
El calentamiento global
produce huracanes donde no los había, sequías en otras
partes, grandes lluvias que desbordan los ríos e inundan
sembradíos y viviendas, calores insoportables e inviernos
de congelación. He seguido con especial atención la cumbre
sobre el tema celebrada en Polonia y he firmado la carta
de presión que la organización Avaaz
ha dirigido al trío de gobiernos renuentes a ceder, en
especial el italiano de Berlusconi.
Quizás la reunión de Obama con Al
Gore para discutir el tema indique que el nuevo
gobierno de Washington se apresta a tomar medidas y tal
vez el documento final de la cumbre polaca indique un poco
de esperanza.
El proceso de destrucción del
planeta lo sentimos también en Venezuela. Nuestro clima
tradicional ha dejado de serlo. Ahora vivimos lluvias
copiosas que producen grandes desastres. No hemos
percibido con exactitud que el uso indiscriminado de
energía está tocando a su fin. Mientras los grandes
glaciares se fracturan y se reducen crecen los niveles del
mar y algunas de nuestras islas –las que marcan
territorialidad- están amenazadas y algunas de nuestras
ciudades vecinas al mar pueden entrar en peligro. La
inmensa población que vive en los cerros será la victima,
habrá deslaves y tragedias y una vez más comprobaremos la
ineficacia para dar vivienda digna a nuestros pobladores
más pobres.
No soy un pesimista, más bien
tiendo a lo contrario, a confiar en la potencialidad
creadora del hombre en estos tiempos en que el humanismo
ha entrado en desuso. Creo que dividir al mundo entre
optimistas y pesimistas es tan dañino como dividirlo en
extremistas de izquierda y de derecha o tan inútil como
separar en apocalípticos e integrados a los que miran el
fenómeno de los massmedia, tal como en su momento lo hizo
Umberto Eco. Creo, por el
contrario, que debemos mirar al mundo y a nuestro país con
los ojos de la claridad y de la conciencia. Como realidad
global estamos en problemas sin que la humanidad tome
plena cognición de que ha terminado un período de bonanza
y que entramos no sólo en uno de perplejidades económicas
sino también de perplejidad filosófica, todo sin que se
entienda a perfección que marchamos hacia sociedades
multiculturales integradas donde las peculiaridades
sobreviven en medio (y en) de un mundo intercomunicado y
posible de solidificarse en la convivencia.
Este siglo nos está diciendo
que no entramos, como en ocasiones anteriores, en el
esplendor de la razón, de la religiosidad o del estallido
de neovanguardias que vengan a
transformar nuestra concepción de la palabra y del arte.
Este siglo nos está diciendo que entramos en un tiempo de
aprietos, de grandes reacomodos, de terribles dificultades
de lo humano. Hasta tal punto ha llegado nuestro desvarío
que podríamos atrevernos a hablar de un reacomodo cultural
global, de una posibilidad latente de repensar lo humano o
de hundirnos en el caos de la irresolución. Tal vez este
2009 que nos anuncia tragedia nos conceda el asomo del
pensamiento, pues es en él donde el hombre ha encontrado
las maneras de alzarse de sus caídas. Tal vez sea más que
un oráculo la crisis griega que nos ha hecho estos días
arrugar el ceño y reflexionar sobre nuestro destino.
teodulolopezm@yahoo.com