La
república –o lo que queda de ella- realiza un viaje a ras
del suelo. Uno que consiste en el permanente sobresalto de
los obstáculos de ruta, reales o inventados, que hacen de
la pobre nave nacional una aventura propensa a estrellarse
y de sus pasajeros unos borrachos de vaivén al que sólo le
asaltan las arcadas propias del mareo permanente.
Esta nave que todavía llamamos república es incapaz de
alzar vuelo ante un sobredimensionado cargamento de
necedades, de ineptitud y de herencia. Los pasajeros de
esta nave propensa al desastre tienen sus vidas en poder
de quienes insisten en hacer parapente sin corriente de
vientos y de quienes les desmantelan cada día las aletas
direccionales o se empeñan en dañarle los instrumentos de
navegación.
Podemos reproducir la imagen propicia o adecuada a nuestro
movernos inadecuadamente por los corredores aéreos de la
historia. En realidad nunca hemos volado respetando las
normas de altitud y de seguridad, jamás hemos tenido
aeropuertos con el instrumental propicio a un arribo no
temerario. Parecemos todavía Juan Vicente Gómez mirando la
demostración aérea en su Maracay adoptivo y ordenando que
se compraran algunos de esos aparatos que osaban alzarse
como insectos o como pesados dinosaurios convertidos en
aves. El futuro para nosotros ha sido un inestable sondeo
del fracaso. Tenemos la manía de que el mundo comienza una
y otra vez, mientras los telescopios descubren galaxias
extintas hace cinco mil millones de años.
Lo que hemos tenido en nuestra historia han sido breves
períodos donde las turbulencias se han visto disminuidas.
No hemos sabido tomar una ruta de crecimiento nacional ni
construir una conciencia estable ni hacer ciudadanos ni
crear instituciones garantes de un orden jurídico amplio y
adaptable que nos permitieran todos los cambios y
modificaciones necesarias pero manteniendo el control y
los objetivos claramente marcados sobre el mapa de nuestra
navegación histórica.
Venezuela no ha sido más que una tarabita, una mariposa de
lluvia que enloquece con los olores de la atmósfera
cargada y se estrella contra las paredes. Lo que para
otras naciones no son más que naturales episodios de
tropiezos históricos son para nosotros hábitos, más que
hábitos una especie de virus especialmente dañinos que se
aposentan en nuestro disco duro de navegación inmunes a
los esfuerzos de erradicación o al menos de un control
estimable de manera razonada en cuanto a gasto e
inversión.
Este último y desfachatado período que se aproxima a una
década tiene –como acostumbramos- de protagonistas al
grupo militarista, al grupo de pequeños oficiales que a
falta de guerra dedicó su tiempo a instrumentar la
planificación del asalto y del secuestro de la deteriorada
nave de la república. No son más que eso, aún cuando se
vistan de rojo y proclamen como su tarea revivir los
fantasmas del pasado siglo XX. Y del otro lado ya no
existe la voz civilista, la del reclamo de atención a los
valores superiores. Lo que tenemos, a cambio, no son voces
de la conciencia que nuestros muchos prohombres sembraron,
sino argumentistas de lo inmediato, recurrentes de las
frases que no se deben pronunciar, estructuras de remedo
que sueñan con el retorno de la alternativa de poder
simplemente para colocarse en el lugar de los sustituidos.
Hace falta un nuevo paradigma político, clama desde su
“Doctor Político” el buen ensayista que es Luis Enrique
Alcalá. ¿Y quien puede ponerlo en duda? Nadie en su sano
juicio puede no ver como necesaria la reorganización de
los esquemas formales de las palabras nominales y verbales
para organizar un conjunto que se sobreponga a las
verborrea desatada del gobernante de turno en este país
habituado al grupito que sale de las Fuerzas Armadas a
encaramarse en el poder bajo cualquier argumento, ahora el
de la revolución socialista del siglo XXI. Ese nuevo
paradigma político tan obviamente necesario –y
consecuencia de un trastoque generalizado de las
concepciones de la política, entre las cuales que su único
propósito es la obtención del poder- no encuentra raíces
en esta nave deteriorada de vuelo rasante. Escuchamos en
la oposición civil –civil porque no es militar- sólo
frases de ocasión. No es verdad, por ejemplo, que el
caudillo militar de turno recule hacia un referéndum
probable sobre la reforma curricular por una “victoria” de
quienes nos opusimos a semejante bodrio. Lo hace porque lo
único que le interesa es su permanencia en el poder y
entiende que la grave perturbación que venía por esa causa
iba a afectar aún más de lo que lo está sus posibilidades
en las elecciones regionales. Sucede que quienes no cargan
uniformes verde oliva o uniformes rojos no son un nuevo
paradigma, son apenas una nueva paradina, que no es otra
cosa que ese monte bajo de pasto por donde pasa a ras esta
república cual nave deteriorada, ese pasto donde se hacen
corrales para el ganado lanar o que asumen la otra
acepción, la de paradina como paredes ruinosas.
Aquí confundimos los movimientos tácticos con victorias o
los recules con oportunidad buena para dar una rueda de
prensa. Ni siquiera aprendemos las normas del combate, si
ni siquiera sabemos que cuando alguien recula uno avanza y
lo persigue, que cuando el adversario retrocede se va
sobre él. No, aquí se gana el referéndum de diciembre
pasado y nos vamos todos a cantar gaitas y a comer
hallacas. Aquí se retrocede en el propósito desvariado de
reducir nuestra educación a ensalzar un “hombre nuevo” que
viste uniforme y se parece al “comandante” y nos marchamos
a contemplar la paradina desde las ventanillas de este
vuelo rasante de una república incapaz de despegar.
Llámese en esta ocasión reducción simple al lanzamiento
indiscriminado de candidaturas, al juego impostor de
jugarle sucio hasta el propio partido mediante la
planificación –digamos- de la toma de Caracas para
prefabricar una candidatura presidencial.
Necesitamos una tripulación sustitutiva, una que alce la
república hacia el vuelo ascendente y seguro. Necesitamos
-qué duda cabe- a los actores del nuevo paradigma, al
nuevo paradigma que aprenda del lenguaje la construcción
verdadera de la oferta. El nuevo paradigma debe saber
aprovechar de las corrientes de aire que están allí, que
facilitan la ascensión, que hacen más fácil la navegación
hacia arriba.
Estamos hartos de este vuelo a ras del suelo de una
república propensa a estrellarse. Existimos venezolanos
que queremos elevarla no con un combustible disminuido por
mal refinado y hecho exclusivamente de petróleo. Ese
combustible –para ser breves- se llama ideas, pensamiento,
ejercicio de ciudadanía, comportamiento de pilotos ávidos
de encontrar un nuevo paradigma que no se arrastre en un
corral de ganado lanar.
tlopezmelendez@cantv.net