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La oferta sustitutiva
por Teódulo López Meléndez  
sábado, 6 septiembre 2008


Cualquier manual de psicología indica que un adolescente es inquieto y hablador, sufre constantes cambios de humor, se descontrola con facilidad. Venezuela no es un país joven, a pesar de su gran masa de población juvenil. Tenemos un largo pasado donde, no obstante, las gestas maduras hechas por jóvenes han tenido lugar. Algunas de ellas extraordinarias, como la camada de Padres Libertadores; otras, excepcionales en el cumplimiento de un rol político, como la generación del 28; otras brillantes y frustradas, como la generación del 58. De resto lo que hemos visto han sido erupciones momentáneas, brotes episódicos, anuncios incumplidos.

Ahora mismo la sociedad venezolana tiene comportamiento de adolescente. Anda refunfuñando contra quienes, por su propia incapacidad de generar democracia el proceso histórico les puso a conducirla, y carecen de vigor y madurez para enfrentarlos. Hacen de la protesta una especie de “terapia ocupacional” para decir que hacen algo de resistencia, pero con una inmadurez propia del adolescente.

La realpolitik de América Latina impide el uso de los organismos multilaterales para provocar cualquier respuesta frente al régimen imperante. Aún, en otras circunstancias, ya de por sí era difícil lograrlo, debido a muchos factores, tales como la presencia de numerosos mini Estados de lengua inglesa o la incoherencia propia de un continente que repite a voces la necesidad de su integración pero que se niega a ceder soberanía a estadios supranacionales.

Uno oye las barbaridades más grandes, propias de una inmadurez política que sólo puede conseguirse en la raíz de la desidia, del abandono por décadas de cualquier preocupación colectiva. Esta adolescente que es la sociedad venezolana espera instrucciones para reaccionar en contrario, es incapaz de tomar decisiones por sí misma aunque haga alarde de la boca para afuera.

Esta es la paradoja de un país viejo, con una gran población juvenil y que sin embargo tiene acné como algún adolescente que se ha expuesto demasiado al sol. Observar el comportamiento de los líderes estudiantiles indica que quizás en este entrevero que es la Venezuela de hoy, paralelamente tienen comportamiento de viejos, bajo la imagen de que había que correr a refugiarse en los partidos y hacerse allí dirigentes juveniles. Esa es una imagen del pasado que no se compadece con la realidad sociopolítica de hoy, pero las consecuencias fueron las obvias: la disolución en las prácticas que los partidos mantienen pues desconocen cualquier modalidad hacia la actualización.

Uno se pregunta qué clase de sociedad es esta que mansamente se resigna a mantenerse acosada. Una sociedad madura tendría que mantener acosado al gobierno. Aquí sólo hay manifestaciones episódicas de rebeldía, a la manera del adolescente. Una sociedad con criterio iría todos los días a poner el temario sobre la mesa, en lugar de esperar que el padrastro perverso lo haga. Al gobierno hay que acosarlo día a día y fijar la agenda sobre la cual se discute, mientras aquí nos comemos “los límites con Colombia”, “los ataques al imperio”, “el insulto procaz”.

Esta sociedad se queja de que no puede liberarse del yugo, pero no se da cuenta de ser una adolescente en su rebelión, esto es, inquieta y habladora, con constantes cambios de humor y descontrolable con facilidad. A veces las sociedades maduran debido a los golpes del destino, como les sucede a muchos adolescentes. No obstante, este golpe parece no haber hecho madurar a la nuestra. Uno diría que el largo período democrático convirtió los músculos en fofos apéndices y la conciencia histórica en banalidades de manual. A ello hay que añadir la debilidad del bienestar consumista, con el nacimiento del “yócrata”, tal como lo analizo en el video que hemos colgado en You Tube bajo el título “El rebrote del totalitarismo”. El desapego por lo social lleva a la pérdida de la mirada, o a la mirada extraviada, con que la sociedad venezolana observa lo que le acontece. Es una mirada borrosa, incapaz de distinguir, proclive a buscarse un guía que la lleve de la mano. Mientras tanto tropieza con los obstáculos y se hace moretones de los que culpa a todo el mundo, olvidando que cuando se sabe caminar no se tropieza. O aún, si se tropieza, se levanta y se reemprende el camino.

Los tropiezos de la sociedad venezolana a lo largo de su viejo camino han sido muchos y variados. No obstante hemos sobrevivido como nación, como sobreviviremos ahora, aunque tengamos serias dudas sobre el sistema político bajo el cual sobreviviremos. Guerras civiles, caudillos de todos los pelajes, “revoluciones” que adoptaron las consignas más estrambóticas y siempre alguna inteligencia denunciante. Algún historiador asegura que tenemos presente en la memoria a la democracia. Podríamos igualmente preguntarnos si no tenemos también toda nuestra historia de violencia y de pillaje. Inclusive, podemos interrogarnos qué democracia tenemos en la memoria. Si la democracia que tenemos en la memoria es la de la conchupancia, la de las partidocracias, la de los caudillos civiles haciendo y deshaciendo para alcanzar el poder, pues tenemos una memoria corrompida. Nuestros próceres civiles, en su casi totalidad olvidados, fueron excepciones en tiempos de corrupción y de desolado desierto.

No debemos representar, lo que debemos hacer es presentar. Debemos presentar un camino de democracia de estos tiempos de globalización, de postmodernismo, de crisis del Estado-nación, inclusive, tiempo de rechazo al humanismo. He dicho en infinidad de ocasiones que si perdemos el sentido del hombre no podremos encontrar nada que merezca la pena. No podemos continuar creyendo que las instituciones democráticas son las que son y sobre ellas no se puede innovar. No podemos continuar creyendo que los viejos principios en que se cimentó la democracia son únicos y que no pueden injertárseles docenas de nuevos. La adolescente que es la sociedad venezolana no madurará si no se le señala el camino democrático del siglo XXI con perfecta definición y con auténtico diseño de metas. La culpa de la inmadurez de la sociedad venezolana está en la ausencia de una oferta sustitutiva del trasnocho del padrastro insoportable. Hay una ecuación muy simple: a oferta sustitutiva sigue la acción política coherente.

No debemos representar, lo que debemos hacer es presentar la coherencia como norte, con ideas, pensamiento, diseño, justicia, una que englobe un avanzando Estado Social de Derecho que excede a la concepción nórdica de welfare, una economía reducida a la primacía de la democracia, una organización partidista horizontal, una organización de la gente en redes sociales amplias e influyentes, una república de ciudadanos, en suma. Debemos lavar con jabón muchos principios correctos que han sido estiercolados por el actual régimen. Deberemos redimensionar la libertad. Debemos aprender a lograr la justicia. Si los venezolanos escuchan sobre la factibilidad de una democracia que nosotros hemos etiqueteado como del siglo XXI, si saben que hay otra democracia esperando en el futuro, la madurez aflorará y también las soluciones políticas y los resultados tangibles

tlopezmelendez@cantv.net

 
 

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