Cualquier manual de psicología
indica que un adolescente es inquieto y hablador, sufre
constantes cambios de humor, se descontrola con facilidad.
Venezuela no es un país joven, a pesar de su gran masa de
población juvenil. Tenemos un largo pasado donde, no
obstante, las gestas maduras hechas por jóvenes han tenido
lugar. Algunas de ellas extraordinarias, como la camada de
Padres Libertadores; otras, excepcionales en el
cumplimiento de un rol político, como la generación del
28; otras brillantes y frustradas, como la generación del
58. De resto lo que hemos visto han sido erupciones
momentáneas, brotes episódicos, anuncios incumplidos.
Ahora mismo la sociedad venezolana tiene comportamiento de
adolescente. Anda refunfuñando contra quienes, por su
propia incapacidad de generar democracia el proceso
histórico les puso a conducirla, y carecen de vigor y
madurez para enfrentarlos. Hacen de la protesta una
especie de “terapia ocupacional” para decir que hacen algo
de resistencia, pero con una inmadurez propia del
adolescente.
La realpolitik de América Latina impide el uso de los
organismos multilaterales para provocar cualquier
respuesta frente al régimen imperante. Aún, en otras
circunstancias, ya de por sí era difícil lograrlo, debido
a muchos factores, tales como la presencia de numerosos
mini Estados de lengua inglesa o la incoherencia propia de
un continente que repite a voces la necesidad de su
integración pero que se niega a ceder soberanía a estadios
supranacionales.
Uno oye las barbaridades más grandes, propias de una
inmadurez política que sólo puede conseguirse en la raíz
de la desidia, del abandono por décadas de cualquier
preocupación colectiva. Esta adolescente que es la
sociedad venezolana espera instrucciones para reaccionar
en contrario, es incapaz de tomar decisiones por sí misma
aunque haga alarde de la boca para afuera.
Esta es la paradoja de un país viejo, con una gran
población juvenil y que sin embargo tiene acné como algún
adolescente que se ha expuesto demasiado al sol. Observar
el comportamiento de los líderes estudiantiles indica que
quizás en este entrevero que es la Venezuela de hoy,
paralelamente tienen comportamiento de viejos, bajo la
imagen de que había que correr a refugiarse en los
partidos y hacerse allí dirigentes juveniles. Esa es una
imagen del pasado que no se compadece con la realidad
sociopolítica de hoy, pero las consecuencias fueron las
obvias: la disolución en las prácticas que los partidos
mantienen pues desconocen cualquier modalidad hacia la
actualización.
Uno se pregunta qué clase de sociedad es esta que
mansamente se resigna a mantenerse acosada. Una sociedad
madura tendría que mantener acosado al gobierno. Aquí sólo
hay manifestaciones episódicas de rebeldía, a la manera
del adolescente. Una sociedad con criterio iría todos los
días a poner el temario sobre la mesa, en lugar de esperar
que el padrastro perverso lo haga. Al gobierno hay que
acosarlo día a día y fijar la agenda sobre la cual se
discute, mientras aquí nos comemos “los límites con
Colombia”, “los ataques al imperio”, “el insulto procaz”.
Esta sociedad se queja de que no puede liberarse del yugo,
pero no se da cuenta de ser una adolescente en su
rebelión, esto es, inquieta y habladora, con constantes
cambios de humor y descontrolable con facilidad. A veces
las sociedades maduran debido a los golpes del destino,
como les sucede a muchos adolescentes. No obstante, este
golpe parece no haber hecho madurar a la nuestra. Uno
diría que el largo período democrático convirtió los
músculos en fofos apéndices y la conciencia histórica en
banalidades de manual. A ello hay que añadir la debilidad
del bienestar consumista, con el nacimiento del “yócrata”,
tal como lo analizo en el video que hemos colgado en You
Tube bajo el título “El rebrote del totalitarismo”. El
desapego por lo social lleva a la pérdida de la mirada, o
a la mirada extraviada, con que la sociedad venezolana
observa lo que le acontece. Es una mirada borrosa, incapaz
de distinguir, proclive a buscarse un guía que la lleve de
la mano. Mientras tanto tropieza con los obstáculos y se
hace moretones de los que culpa a todo el mundo, olvidando
que cuando se sabe caminar no se tropieza. O aún, si se
tropieza, se levanta y se reemprende el camino.
Los tropiezos de la sociedad venezolana a lo largo de su
viejo camino han sido muchos y variados. No obstante hemos
sobrevivido como nación, como sobreviviremos ahora, aunque
tengamos serias dudas sobre el sistema político bajo el
cual sobreviviremos. Guerras civiles, caudillos de todos
los pelajes, “revoluciones” que adoptaron las consignas
más estrambóticas y siempre alguna inteligencia
denunciante. Algún historiador asegura que tenemos
presente en la memoria a la democracia. Podríamos
igualmente preguntarnos si no tenemos también toda nuestra
historia de violencia y de pillaje. Inclusive, podemos
interrogarnos qué democracia tenemos en la memoria. Si la
democracia que tenemos en la memoria es la de la
conchupancia, la de las partidocracias, la de los
caudillos civiles haciendo y deshaciendo para alcanzar el
poder, pues tenemos una memoria corrompida. Nuestros
próceres civiles, en su casi totalidad olvidados, fueron
excepciones en tiempos de corrupción y de desolado
desierto.
No debemos representar, lo que debemos hacer es presentar.
Debemos presentar un camino de democracia de estos tiempos
de globalización, de postmodernismo, de crisis del
Estado-nación, inclusive, tiempo de rechazo al humanismo.
He dicho en infinidad de ocasiones que si perdemos el
sentido del hombre no podremos encontrar nada que merezca
la pena. No podemos continuar creyendo que las
instituciones democráticas son las que son y sobre ellas
no se puede innovar. No podemos continuar creyendo que los
viejos principios en que se cimentó la democracia son
únicos y que no pueden injertárseles docenas de nuevos. La
adolescente que es la sociedad venezolana no madurará si
no se le señala el camino democrático del siglo XXI con
perfecta definición y con auténtico diseño de metas. La
culpa de la inmadurez de la sociedad venezolana está en la
ausencia de una oferta sustitutiva del trasnocho del
padrastro insoportable. Hay una ecuación muy simple: a
oferta sustitutiva sigue la acción política coherente.
No debemos representar, lo que debemos hacer es presentar
la coherencia como norte, con ideas, pensamiento, diseño,
justicia, una que englobe un avanzando Estado Social de
Derecho que excede a la concepción nórdica de welfare, una
economía reducida a la primacía de la democracia, una
organización partidista horizontal, una organización de la
gente en redes sociales amplias e influyentes, una
república de ciudadanos, en suma. Debemos lavar con jabón
muchos principios correctos que han sido estiercolados por
el actual régimen. Deberemos redimensionar la libertad.
Debemos aprender a lograr la justicia. Si los venezolanos
escuchan sobre la factibilidad de una democracia que
nosotros hemos etiqueteado como del siglo XXI, si saben
que hay otra democracia esperando en el futuro, la madurez
aflorará y también las soluciones políticas y los
resultados tangibles
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