El
derecho no es un cuerpo rígido, una especie de cadáver
tieso o una tabla bajada de la montaña para ser aplicado
con un golpe seco sobre la cabeza de los hombres o de los
Estados. El derecho se renueva para cubrir las realidades
que nacen en el seno de las comunidades humanas y en las
relaciones entre Estados. El principio de soberanía está
muy limitado por la creciente conformación de bloques
regionales y se subsume en una renuncia voluntaria a favor
de órganos multilaterales. El principio de inviolabilidad
territorial se ha visto afectado por la aparición del
terrorismo como fenómeno malicioso en los finales del
siglo pasado, uno que ha propiciado numerosas resoluciones
de las Naciones Unidas sobre la prohibición a los Estados
de albergar en su propio territorio organizaciones que los
usen como santuarios para incurrir en actos de esta
naturaleza.
Los gritos de reclamo de soberanía son estentóreos en un
mundo globalizado donde las instancias voluntarias
establecidas por los Estados asumen cada vez más
competencias. Los bloques regionales –caso Europa- han
avanzado más –es cierto- que las mismas Naciones Unidas en
la conformación de mecanismos supranacionales, pero aún
así hay avances como el establecimiento de la Corte Penal
internacional, institución que contó en su momento con el
rechazo norteamericano ante el temor de que sus propios
soldados pudiesen ser juzgados allí luego de alguna
intervención en el exterior.
Escuchar hablar de soberanía en la Europa de hoy es algo
así como un contrasentido, cuando las instituciones que se
han construido (Banco Central Europeo, Comisión Europea,
Parlamento Europeo, Corte Europea, etc.) son
establecimientos depositarios de renuncia a ese viejo
concepto. En América Latina los atrasos son siempre la
norma. Los procesos de integración son frenados porque se
alega que esa o aquella institución “afecta la soberanía
nacional”. La fijación de un arancel externo común es
violado repetidas veces, en los procesos de creación de un
aro externo conjunto, porque los Estados se permiten
alegar que aquella disposición –o la de más allá- afecta a
algún producto agrícola o industrial. Es por ello que la
Comunidad Andina de Naciones fue débil y que el MERCOSUR
es un cuerpo informe que se niega a tomar forma. En este
continente seguimos viviendo de la “soberanía” como un
principio irrefutable, causa por la que la integración
sigue siendo una entelequia.
Los escasos y débiles mecanismos que ha logrado construir
la OEA sirven mientras no se metan conmigo “Estado
soberano”. El ejemplo patético lo tenemos cuando el
entonces presidente Fujimori se retiró de la Corte
Interamericana porque produjo una sentencia que le era
desfavorable. Hay que admitir, no obstante, que esa medida
unilateral tomada por el entonces Estado peruano
contribuyó al proceso de caída de un presidente que
pretendía eternizarse en el poder mediante mecanismos
fraudulentos.
Lo que hemos visto en el debate del Consejo permanente de
la OEA es un desfase total en el plano jurídico. Lo
personalizo en la muy atrasada intervención del embajador
argentino con su rotundo “no”, uno que encarnaba el
desconocimiento de la nueva realidad mundial con la
aparición del terrorismo. Un Estado no puede albergar en
su seno –especialmente si es consentido- a una
organización calificada de terrorista y muchísimo menos a
una que está en actividad para derrocar al gobierno de
otro Estado. No obstante, para el atrasado Estado
argentino los principios jurídicos son inmutables,
inmodificables, eternos, Son los devaluados populistas los
que gritan el devaluado principio de la soberanía.
Veamos ahora los bordes de la palabra-concepto llamada
agresión. Un Estado agrede a otro cuando ataca ciudadanos
o bienes de ese país, causando muertos o heridos o
destrucción física. En el caso que nos ocupa el Estado
colombiano atacó a un grupo de sus propios ciudadanos
alzados en armas para derrocar a su gobierno legítimo, no
causó ningún daño a ciudadano ecuatoriano alguno y en el
plano físico destruyó algunos árboles, lo que, si
abandonamos la seriedad por un momento y nos ponemos
jocosos, bien podría repararse con una siembra masiva de
alguna planta que el Ecuador considere adecuada a su medio
ambiente.
Como diplomático admito que la decisión del Consejo
Permanente de la OEA ha sido equilibrada. Al fin y al cabo
ha reconocido lo innegable –fuerzas armadas colombianas
entraron en territorio del Ecuador-, ha nombrado una
comisión investigadora y ha convocado lo conveniente: una
Reunión Extraordinaria de los Ministros de Relaciones
Exteriores, una que no irá más allá de lo decidido por el
Consejo Permanente, pero cuyos lapsos contribuirán a bajar
la presión diplomática. Como político debo ocuparme de los
desequilibrios. He seguido paso a paso la actuación del
presidente Correa y debo decir que es un desequilibrado.
Este hombre está muy lejos de calzar los zapatos de un
estadista. Es un individuo voluble, influenciable, marcado
por un nacionalismo extemporáneo. Su declaración de
Caracas, en reunión con su par venezolano, en el sentido
de que si la OEA no condena a Colombia lavará por sus
propios medios la afrenta, es una declaración de un
muchacho loco que ejerce chantaje contra una instancia
multilateral y deja planteada la opción bélica.
El problema jurídico-político que la OEA deberá enfrentar
–y que no está en capacidad de afrontar por sus
debilidades intrínsecas- es, sin embargo, muchos más
grave. Es el novedoso de Estados miembros albergando en su
seno organizaciones dedicadas a derrocar al gobierno de
otro Estado y, por si fuera poco, vinculadas al
narcotráfico y a la práctica de delitos aborrecibles como
el secuestro. Aquí no se trata de las viejas
conspiraciones latinoamericanas desarrolladas en otros
territorios para derrocar a alguna dictadura militar,
sucedidas, por lo demás, en una OEA llena de dictaduras.
Esto no es siquiera la ingerencia cubana exportando su
revolución y que se resolvió con la expulsión de Cuba de
la OEA. Estamos ante hechos inéditos. Dos Estados han
estado negociando con las FARC, y al menos uno de ellos
financiándolas y proporcionándoles logística de guerra.
Pobre OEA: los viejos principios a los que se ha aferrado
siempre se diluyen ante sus ojos, lo que se ha denominado
sistema interamericano, uno que no tenía fuerza siquiera
para afrontar los conflictos tradicionales, ahora deberá
ocuparse de asuntos que trastocan las viejas concepciones
jurídicas y que ponen patas arribas las antiguas
soluciones políticas. Por si fuera poco, a lo de los
Estados involucrados en las prácticas aborrecibles, deberá
sumar un conjunto de Estados miembros que denominaré
“patinetas”. Lo hago porque el otro día estuve caminando
en un parque y descubrí que las patinetas ya no tienen
dobles ruedas, sólo una delante y otra atrás y un eje en
el medio que hace que los niños muevan todo el cuerpo para
orientarla y mantenerla en equilibrio. Estados “patinetas”
son Argentina y Brasil, por ejemplo.
El verdadero asunto no es que el gobierno venezolano saque
de paseo a sus soldados o que el inmaduro Correa nos
compruebe que el querido Ecuador se la pase eligiendo
presidentes buenos para alcalde de pueblo. El verdadero
asunto está en que una vez más la comunidad
latinoamericana enfrenta dilemas sobre los cuales no tiene
la menor idea de cómo proceder. Y como no la tiene, ni la
tendrá, jamás podrá aferrar el asunto gravísimo de Estados
protectores de organizaciones terroristas, lo que
conllevará a que el asunto escape completamente del ámbito
regional para pasar a ser tema de política internacional
con pronunciamientos de las potencias y competencias
jurídicas de las instituciones establecidas por el mundo
que supo desde hace tiempo como se enfrentan las nuevas
perturbaciones y los nuevos requerimientos al derecho. En
otras palabras, seremos, una vez más, un continente en el
limbo para el cual las resoluciones de sus conflictos caen
siempre en el azar.
tlopezmelendez@cantv.net