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La élite sobrepasada
por Teódulo López Meléndez  
lunes, 2 junio 2008


Ya no tienen con qué. Fueron “notables”, águilas de alto vuelo en las triquiñuelas del poder manejado entre güisquis y componendas, parlamentarios por décadas, dirigentes que asistían a las reuniones de la “dirección nacional” a tomar “gravísimas decisiones” (ejemplos: expulsar a alguien del partido, llegar a un acuerdo con otro partido para entubar alguna cuestión importante, intervenir alguna seccional partidista), arquetipos del político que rechazaba con un gesto de fastidio cualquier propuesta innovadora alegando que las cosas andaban muy bien. 

Ya no tienen con qué: se pasaron décadas en la dirección de los organismos empresariales pidiendo y pidiendo, molestándose con los presidentes que no les concedían todo, sacando comunicados en defensa de sus particulares intereses sin preocuparse por la situación social del país. Ya no tienen con qué: se engordaron en la dirección de un movimiento sindical burocratizado e ineficiente. Ya no tienen con qué: se pasaron décadas visitando a los sectores populares sólo en época electoral. Ya no tienen con qué: no leyeron un libro en su vida y con la Gaceta Hípica en la mano formulaban sus apuestas por la vigencia de la democracia. Ya no tienen con qué: se pasaron décadas escribiendo en los periódicos sólo pendejadas sin que aflorara una idea o un pensamiento. Ya no tienen con qué: se pasaron años medrando del poder instituido, recibiendo canonjías y haciéndose amigos de los gobernantes mientras el país se deslizaba y de sus plumas no salía nada, para luego, muchos de ellos, sumarse al “gobierno revolucionario”, como otro más del cual se espera el tratamiento digno de un poeta protegido.  

Aquellos a los que el país recurría como el non plus ultra de la sabiduría están muertos y los que quedan demuestran que no lo eran, refugiados como andan en el silencio, en el artículo comedido, en el retiro prudente y en la preservación del patrimonio familiar. Aquellos que utilizaron los medios de su propiedad para ensalzar, para elevar o para destruir y cerrar voces, para vengarse de que el gobierno de turno no les haya dado lo que su voracidad financiera exigía ahora se desgarran las vestiduras y algún asomo aún hacen de su viejo poder derruido.  

A las que fueron élites dirigentes se las llevó la polvareda del desierto. Eso es acaso lo que aflige a los que no ven dirigentes por ningún lado, una saudade de aquella dirección acomodaticia e impermeable que llevó a la república a este despeñadero. Lo que sucede es que aún se resisten en sus oasis prefabricados con la abundancia perdida, pero en los cuales una buena administración ha permitido conservar arrestos. Los dirigentes nuevos no existen porque la sociedad no los ve, porque quedó acostumbrada a los viejos procederes y ello la hace inepta para dar un vuelco, para buscarse a otros que la dirijan. Y los restos de la élite dirigente desmoronada se llenan la boca hablando bien de estudiantes y de juventud, pero esperando al acecho la reconquista del poder perdido. De manera que sirven cuando salen al pasto de las coincidencias, pero no sirve si lo que pretenden es convertirse en sustitutos.  

El país no ve a nadie porque tiene las pupilas y los iris atosigados de los viejos modelos. El país no produce dirigentes porque no sabe descubrirlos acostumbrado como anda a que lo traten de las mismas maneras en que la élite ya inexistente acostumbraba tratarlo. El país es incapaz de darse una sacudida y expulsar a las pulgas que le chupan la sangre, darse un baño de insecticida para eliminar a quienes se lo viven, porque no aprendió a desarrollar una visión renovada aunque fuese con anteojos de gran grosor. A ello contribuye la élite desaparecida, pero que aún maneja los hilos desde la ultratumba. Conservan restos del antiguo esplendor y lo usan. Administran los espacios que conceden, procuran que resalten los incondicionales, los chupamedias de este lado porque del otro la práctica ha alcanzando también niveles aberrantes. Son hábiles en mantener bajo control la alternativa frente a este poder desaforado al que sirvieron cuando aspiraba y al que sirvieron cuando se iniciaba, hasta convencerse de que el muchacho había salido gritón e incontrolable.  

La nueva dirigencia está, existe, respira y se pronuncia, sólo que es bien administrada, qué no se vaya muy adelante, qué no pretenda suplantar a los carcamales que aún manejan sus conversaciones podridas en los llamados “factores de poder” como si quedara alguno no golpeado y desleído. El país no está en capacidad de pasar por encima de la manipulación y determinar que se les acabó la hora de dirigir a esta república, porque este país no sabe mirar ni tiene fuentes alternas suficientes para darse cuenta que esto es el siglo XXI, que hay que hablar de otra manera y actuar con otros procedimientos. El país no tiene cohesión ni ha trabado suficientes y fuertes lazos de interacción social para darle una patada por el fondillo a estos lastres que siguen manipulando, componiendo, arreglando, adecuando, o conteniendo o esterilizando o hablando pendejadas.  

Si el país quiere salvarse, si la república puede tomar un nuevo rumbo tiene que decidir de una vez por todas la acometida de una patada histórica de grandes proporciones, la echada al cesto de la basura de estos carcamales en terapia intensiva y optar por los nuevos dirigentes. ¿Qué no los ven? Fabriquemos al pueblo unos grandes anteojos con el uso de la tecnología disponible,  con la presencia constante y decidida, con el rechazo absoluto a los elogios plantándose en la vieja frase “qué delito hemos cometido para que estos nos elogien”.  

Aquí está presente un cambio direccional y generacional de grandes proporciones. Los nuevos dirigentes no son necesariamente estudiantes. Son egresados universitarios, son gente formada en la lectura, son los intelectuales brillantes que pululan dando luz en la provincia, son quienes han decidido no dedicarse a ganar dinero sino al activismo social y a la solidaridad con la gente. Son los que están demostrando que entienden lo que es la política, un sacerdocio, una voluntad incólume de dedicarse a servir. Son los dirigentes de barriadas y de comunidades que hablan con más propiedad que las momias que se resisten al óxido del tiempo. Si el país no los ve serán candidatos los mismos de siempre. Si el país no los ve la vieja política degenerada seguirá campante. Si las encuestas para elegir candidatos no reflejan lo mismo que reflejan a la hora de las ubicaciones -que el 41 por ciento está harto de este lenguaje y de estos dirigentes- pues estaremos muy mal. En palabras claras, si a usted lo encuestan elija a alguien de este siglo para que las encuestas lo reflejen. No vuelva a mostrar preferencias por los adláteres de lo carcomido. Ese sería un buen paso para demostrar que el país mayoritario comienza a sacudirse, para comprobar que ya no le hacen efecto las manipulaciones de los dueños del valle novelados por Francisco Herrera Luque.  

Convénzanse: Los rostros y las voces a las que ustedes están habituados en la prensa, en las páginas sociales, en los espacios políticos, en la televisión, son cadáveres insepultos. Dispóngase a pulsar el botón de la cremación. Demuestre el país que ha aprendido a escuchar, a separar la arena de los granos que pueden florecer. Entonces comenzaremos a tener lo que he llamado una república de ciudadanos y entonces podremos construir una democracia del siglo XXI. 

tlopezmelendez@cantv.net

 
 

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