Ya
no tienen con qué. Fueron “notables”, águilas de alto
vuelo en las triquiñuelas del poder manejado entre
güisquis y componendas, parlamentarios por décadas,
dirigentes que asistían a las reuniones de la “dirección
nacional” a tomar “gravísimas decisiones” (ejemplos:
expulsar a alguien del partido, llegar a un acuerdo con
otro partido para entubar alguna cuestión importante,
intervenir alguna seccional partidista), arquetipos del
político que rechazaba con un gesto de fastidio cualquier
propuesta innovadora alegando que las cosas andaban muy
bien.
Ya no tienen
con qué: se pasaron décadas en la dirección de los
organismos empresariales pidiendo y pidiendo, molestándose
con los presidentes que no les concedían todo, sacando
comunicados en defensa de sus particulares intereses sin
preocuparse por la situación social del país. Ya no tienen
con qué: se engordaron en la dirección de un movimiento
sindical burocratizado e ineficiente. Ya no tienen con
qué: se pasaron décadas visitando a los sectores populares
sólo en época electoral. Ya no tienen con qué: no leyeron
un libro en su vida y con la Gaceta Hípica en la mano
formulaban sus apuestas por la vigencia de la democracia.
Ya no tienen con qué: se pasaron décadas escribiendo en
los periódicos sólo pendejadas sin que aflorara una idea o
un pensamiento. Ya no tienen con qué: se pasaron años
medrando del poder instituido, recibiendo canonjías y
haciéndose amigos de los gobernantes mientras el país se
deslizaba y de sus plumas no salía nada, para luego,
muchos de ellos, sumarse al “gobierno revolucionario”,
como otro más del cual se espera el tratamiento digno de
un poeta protegido.
Aquellos a los
que el país recurría como el non plus ultra de la
sabiduría están muertos y los que quedan demuestran que no
lo eran, refugiados como andan en el silencio, en el
artículo comedido, en el retiro prudente y en la
preservación del patrimonio familiar. Aquellos que
utilizaron los medios de su propiedad para ensalzar, para
elevar o para destruir y cerrar voces, para vengarse de
que el gobierno de turno no les haya dado lo que su
voracidad financiera exigía ahora se desgarran las
vestiduras y algún asomo aún hacen de su viejo poder
derruido.
A las que
fueron élites dirigentes se las llevó la polvareda del
desierto. Eso es acaso lo que aflige a los que no ven
dirigentes por ningún lado, una saudade de aquella
dirección acomodaticia e impermeable que llevó a la
república a este despeñadero. Lo que sucede es que aún se
resisten en sus oasis prefabricados con la abundancia
perdida, pero en los cuales una buena administración ha
permitido conservar arrestos. Los dirigentes nuevos no
existen porque la sociedad no los ve, porque quedó
acostumbrada a los viejos procederes y ello la hace inepta
para dar un vuelco, para buscarse a otros que la dirijan.
Y los restos de la élite dirigente desmoronada se llenan
la boca hablando bien de estudiantes y de juventud, pero
esperando al acecho la reconquista del poder perdido. De
manera que sirven cuando salen al pasto de las
coincidencias, pero no sirve si lo que pretenden es
convertirse en sustitutos.
El país no ve
a nadie porque tiene las pupilas y los iris atosigados de
los viejos modelos. El país no produce dirigentes porque
no sabe descubrirlos acostumbrado como anda a que lo
traten de las mismas maneras en que la élite ya
inexistente acostumbraba tratarlo. El país es incapaz de
darse una sacudida y expulsar a las pulgas que le chupan
la sangre, darse un baño de insecticida para eliminar a
quienes se lo viven, porque no aprendió a desarrollar una
visión renovada aunque fuese con anteojos de gran grosor.
A ello contribuye la élite desaparecida, pero que aún
maneja los hilos desde la ultratumba. Conservan restos del
antiguo esplendor y lo usan. Administran los espacios que
conceden, procuran que resalten los incondicionales, los
chupamedias de este lado porque del otro la práctica ha
alcanzando también niveles aberrantes. Son hábiles en
mantener bajo control la alternativa frente a este poder
desaforado al que sirvieron cuando aspiraba y al que
sirvieron cuando se iniciaba, hasta convencerse de que el
muchacho había salido gritón e incontrolable.
La nueva
dirigencia está, existe, respira y se pronuncia, sólo que
es bien administrada, qué no se vaya muy adelante, qué no
pretenda suplantar a los carcamales que aún manejan sus
conversaciones podridas en los llamados “factores de
poder” como si quedara alguno no golpeado y desleído. El
país no está en capacidad de pasar por encima de la
manipulación y determinar que se les acabó la hora de
dirigir a esta república, porque este país no sabe mirar
ni tiene fuentes alternas suficientes para darse cuenta
que esto es el siglo XXI, que hay que hablar de otra
manera y actuar con otros procedimientos. El país no tiene
cohesión ni ha trabado suficientes y fuertes lazos de
interacción social para darle una patada por el fondillo a
estos lastres que siguen manipulando, componiendo,
arreglando, adecuando, o conteniendo o esterilizando o
hablando pendejadas.
Si el país
quiere salvarse, si la república puede tomar un nuevo
rumbo tiene que decidir de una vez por todas la acometida
de una patada histórica de grandes proporciones, la echada
al cesto de la basura de estos carcamales en terapia
intensiva y optar por los nuevos dirigentes. ¿Qué no los
ven? Fabriquemos al pueblo unos grandes anteojos con el
uso de la tecnología disponible, con la presencia
constante y decidida, con el rechazo absoluto a los
elogios plantándose en la vieja frase “qué delito hemos
cometido para que estos nos elogien”.
Aquí está
presente un cambio direccional y generacional de grandes
proporciones. Los nuevos dirigentes no son necesariamente
estudiantes. Son egresados universitarios, son gente
formada en la lectura, son los intelectuales brillantes
que pululan dando luz en la provincia, son quienes han
decidido no dedicarse a ganar dinero sino al activismo
social y a la solidaridad con la gente. Son los que están
demostrando que entienden lo que es la política, un
sacerdocio, una voluntad incólume de dedicarse a servir.
Son los dirigentes de barriadas y de comunidades que
hablan con más propiedad que las momias que se resisten al
óxido del tiempo. Si el país no los ve serán candidatos
los mismos de siempre. Si el país no los ve la vieja
política degenerada seguirá campante. Si las encuestas
para elegir candidatos no reflejan lo mismo que reflejan a
la hora de las ubicaciones -que el 41 por ciento está
harto de este lenguaje y de estos dirigentes- pues
estaremos muy mal. En palabras claras, si a usted lo
encuestan elija a alguien de este siglo para que las
encuestas lo reflejen. No vuelva a mostrar preferencias
por los adláteres de lo carcomido. Ese sería un buen paso
para demostrar que el país mayoritario comienza a
sacudirse, para comprobar que ya no le hacen efecto las
manipulaciones de los dueños del valle novelados por
Francisco Herrera Luque.
Convénzanse:
Los rostros y las voces a las que ustedes están habituados
en la prensa, en las páginas sociales, en los espacios
políticos, en la televisión, son cadáveres insepultos.
Dispóngase a pulsar el botón de la cremación. Demuestre el
país que ha aprendido a escuchar, a separar la arena de
los granos que pueden florecer. Entonces comenzaremos a
tener lo que he llamado una república de ciudadanos y
entonces podremos construir una democracia del siglo XXI.
tlopezmelendez@cantv.net