La experimentada educadora
venezolana (doctorados, conferencias, proyectos realizados
y otros realizándose) me dice entre café y café:
“Cada vez que habla yo me
siento ofendida”. Y agrega:
“Mi hija se sintió muy
ofendida cuando dijo que cada venezolano debe aprender a
manejar un arma o tener una. Dijo que prefería no ver más
a sus hijos antes que verlos con un arma”.
Desde ese momento cargo
conmigo la palabra ofensa y he aquí que la única manera de
exorcizarla es escribiendo. La condición de escritor me
lleva primero a preguntarme sobre el origen de la
palabra. Ofensa viene del griego
eskándalo,
tiene que ver con hacer tropezar y llevar a la víctima a
una trampa. Me digo que la mayor ofensa del mundo antiguo
fue el rapto de Helena, esposa de
Menelao, por parte de París, con la consecuencia de
la guerra de Troya. Aquí, y ante nuestros ojos, raptaron a
Ἑλένη
δημοκρατία que no es otra que nuestra Helena Democracia.
Me voy al campo de la moral y
de la ética para determinar que ofensa en un daño al honor
o a la dignidad. La ofensa puede tomar la forma de una
burla, de un desprecio, de un insulto. En la ofensa hay
injusticia y exige reparación. El ofensor es un deudor.
Me digo que el
maniqueismo lleva al
sectarismo ¿Por qué el cuerpo social venezolano no se da
por ofendido? ¿Pueden los venezolanos borrar la realidad
de la ofensa continua simplemente con un manotón? ¿Es que
el horror tiene la extraña posibilidad de convertirse en
parte de la cotidianeidad? Ciertamente que puede y lo
hemos visto en todos los regímenes totalitarios. Lo que
hacen los venezolanos que no se ofenden frente a la
diatriba permanente es integrarse a una deformación
cultural y convertirla en una especie de
divertimento
perverso. Lo vemos en la burla permanente que se hace de
la ofensa, una que es un retorcimiento del espíritu que
logra en lo sardónico evitar darse por ofendido. El
escritor que soy recuerda la descripción de Roberto
Bolaños en Un narrador
en la intimidad donde se describe como alguien
que siempre está luchando aunque sabe que siempre, haga lo
que haga, será derrotado, pero se enfrenta a su oponente.
Ofendido, agrego yo, por la sencilla razón de que con mi
amiga plena de sabiduría educativa, yo sí reacciono ante
la ofensa.
El abogado que también soy se
da cuenta que, sin proponérselo, al titular “contexto de
la ofensa”, está utilizando un término jurídico. Es la
laxitud absoluta de los límites institucionales lo que
permite el delito de la ofensa. Me pregunto sobre la pena
a este delito, uno que no requiere de prueba. Esta ofensa
objetiva, pues está en todos los discursos, o en forma de
insulto o en forma de burla, no puede ser llevada a los
tribunales de la justicia ordinaria y no quiero caer en la
rimbombante expresión del “tribunal de la historia”. No
hay otro tribunal que aquél que definiremos como el de los
que se sienten ofendidos y cobran la afrenta mediante su
incorporación a la propia jerarquía existencial y piensan
en un proyecto de vida sin que el máximo representante del
Estado ofenda. Se trata de pertenecer a un territorio
donde se está dispuesto a dar una lucha por vencer a la
ofensa y al ofensor no permitiendo que la ofensa se haga
parte de la cotidianeidad hasta el grado de no
percibirla.
Vivimos en el territorio de la
violencia que impone el ofensor y los venezolanos parecen
no darse cuenta que se requiere una medicina. Quienes no
se ofenden son cómplices. No ver la ofensa pasa a ser un
ejercicio del día a día. Podemos entonces hablar de un
cuerpo social ajurídico,
amoral, enfermo.
En el plano de la ética
filosófíca-jurídica-política
se requiere una pena para la trasgresión llamada ofensa
que va sobre los valores sociales y que conforme al
Derecho Natural es menester preservar para el bienestar de
los hombres. Como no estamos en el campo del Derecho Penal
hay que ir a lo ético, a lo axiológico, y concluir que el
terror de la ofensa terminará cuando los venezolanos se
den por ofendidos, cuando cambien la intromisión
normalizada de la ofensa en sus vidas cotidianas por la
reacción airada del agredido.
Estamos en un terreno
extrajurídico, porque el
ofensor ha violado todo ordenamiento con saña. Estamos en
el territorio de los valores que los venezolanos deben
rescatar. La pena que debemos imponer al trasgresor es
impedirle que actúe en la comisión de su delito.
Salimos entonces de las
consideraciones jurídicas para entrar de lleno en las
consideraciones políticas. La condición política para
salir del estado de violencia es la determinación de no
permitirla más. Cuando un cuerpo social decide no
autorizar la injuria, la burla torpe y descabellada, la
ofensa, llegamos al territorio del reclamo moral que no es
otro que la solicitud de justicia. Ese estado moral es la
plataforma desde la cual se construyen las alternativas
políticas frente al régimen ofensor.
Los venezolanos contestan la
ofensa con burlas en la intimidad de la protección
representada por familia y amigos. Los venezolanos se
muestran gente de bien recurriendo al derecho cuando
derecho no hay, cuando Estado de Derecho no hay, y llenan
así, a la justicia perforada por el poder, de demandas que
invariablemente son resueltas en contrario. Los
venezolanos se aferran, por cobardía o por convicciones, a
procedimientos democráticos formales para evitar la
injuria insostenible de “golpìstas,
“oligarcas”, escuálidos”. Los venezolanos miran al
exterior en procura de ayuda desconociendo absolutamente
las realidades de la política internacional. Sucede que
los venezolanos han estado olvidando, o, tal vez
escondiendo en los pliegues del recule, el asunto
fundamental: toda resistencia política tiene una base
moral, una base de defensa de la dignidad propia y que se
puede resumir diciendo “no permito más las ofensas diarias
de Chávez, las burlas de Chávez, los delitos éticos de
Chávez”. Cuando los venezolanos decidan darse por
ofendidos, cuando se sientan ofendidos frente al
ofensor-agresor, entonces comenzará el fin de la
pesadilla, porque la traducción de la resistencia moral a
acciones políticas concretas será tan transparente y
fluida como el agua y no será necesario que este ciudadano
en ejercicio de lo político les recuerde que están siendo
ofendidos.
tlopezmelendez@cantv.net