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Mensaje a los viejos que observan la historia
por Teódulo López Meléndez  
jueves, 31 mayo 2007


La abuela me contaba las historias del abuelo, seguramente magnificadas por el amor y la admiración. Él salió –decía- con el pecho descubierto a enfrentar a los soldados que rodeaban la casa de la hacienda y los soldados huyeron. Los cuentos de la abuela sobre el abuelo –coronel de guerrillas en los estertores del siglo XIX- estimularon mi imaginación de adolescente. Esos cuentos fue lo primero que escribí, textos costumbristas que en su momento lancé a la papelera. Ante mi inocultable inclinación a la política el abuelo me llamó un día y me lo dejó claro: “Nieto, en este país para graduarse de hombre hay que haber estado preso”. No me dijo “desiste”, me dijo lo que en su criterio me esperaba. Era la expresión de un hombre del siglo XIX, de uno que había vivido guerras y montoneras, de un hombre de un tiempo donde la incivilidad prevalecía y cada caudillo se alzaba con el pretexto de una “revolución”.

Cuando leí por vez primera los poemas de mi bisabuelo italiano de apellido Benso y nombrado Edoardo, entrado por las Antillas y cambiado su apellido a Penso por algún escribiente de una revolución triunfante, poemas en el más puro estilo del romanticismo-modernismo, entendí que aquel emigrante europeo me había traído el valor de la palabra. En las dos ramas, en la del hombre rudo y en la del delicado y frágil poeta, entendí que sería ambas cosas, político y escritor. Hoy entiendo los compromisos generacionales y me permito decirles que a los viejos nos toca evitar que esta generación que está en la calle termine de formarse, de madurar, de hacerse hombres y mujeres en la cárcel o en el destierro.

Si los jóvenes tienen una responsabilidad inmensa la de nosotros los mayores no es más pequeña. En mi familia pasaban los sustos en silencio. Nadie me dijo “no vayas”. Nadie me preguntó si los golpes recibidos me dolían. Simplemente me respetaban, tragando grueso. Estamos frente a una generación que emerge. Ese apelo a los padres para que “controlen” a sus hijos es una estupidez. Lo que tienen que hacer los padres es respetar a sus hijos, porque los mayores tenemos la obligación de impedir que vivan los avatares del siglo XIX y los avatares del siglo XX, que sean asesinados como lo fue Leonardo Ruiz Pineda en una emboscada que privó al país de un líder, y con Ruiz Pineda a tantos otros, de todas las tendencias y en diversos tiempos.

La falta de líderes no es casualidad. La falta de líderes tiene explicación en dos vectores: la guerra de guerrillas de los años sesenta llevó al exterminio a una pléyade de brillantes jóvenes de la izquierda y, del otro lado, la implacable acción contra la generación socialcristiana del 58 disolvió en el olvido a decenas de líderes excepcionales. Si ambos errores históricos no se hubiesen materializado no tendríamos en el poder a estos ignorantes de hoy, sino a una generación estupenda, y en la oposición a excepcionales líderes, no a estos asomados que salen a la palestra a decir “existo y propongo un referéndum para que el país decida si vuelve la señal del canal de televisión”.

Los muchachos de hoy que han caído presos han sido víctimas de una antigua recurrencia histórica. Les ha tocado graduarse de hombres a la vieja manera. El imaginario que los mayores debemos transmitir a estos muchachos no es de miedo, es de respeto. Lo que debemos transmitirles es que estamos dispuestos a impedir que vuelvan a la cárcel, que deban marcharse al exilio a leer los libros que deben leer y a patear las universidades del mundo por fuerza mayor y no por el ejercicio impecable de la búsqueda del conocimiento y del saber. Lo que decimos a los jóvenes es una marca, lo que le contamos e informamos es una herencia invalorable. Ese es el ejercicio de la pedagogía con todas sus consecuencias. A los mayores nos toca hacer posible que en el siglo XXI no sigamos viviendo el peligro que vivimos otras generaciones, nos toca hacer posible que estos muchachos y muchachas se quemen las pestañas para dirigir a esta nación en paz y en un aire respirable.

Que la manifestación convocada por la UCV para este martes no sea un “enjaulamiento”, una “institucionalización” de este surgimiento. La UCV está obligada a otra cosa, a decirle al país que es Alma Mater, que continúa siéndolo. Espero que esa manifestación sea un poderoso rugido que respalda, la oferta generosa de una boina azul que canta las ideas, canto del orfeón universitario caído, de aquel que perdimos y que resucita de las entrañas del Atlántico.

Que la experiencia la tenemos cuando ya no es útil, es algo muy repetido y muy falso. En algún libro mío la he definido como una acumulación progresiva de recuerdos y que lo que se sabe sirve apenas para el momento. Los mayores debemos utilizar lo que sabemos y este es el momento.

tlopezmelendez@cantv.net

 
 

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