A
un país se le deben dar respuestas respetuosas. En el
lenguaje está la importancia clave. No se trata de que yo
sea un escritor: cualquier psicólogo social podría dar una
extensa explicación sobre la conexión entre pensamiento y
lenguaje o entre estructura mental y expresión
lingüística. Cuando el lenguaje se desvirtúa toda la
psiquis colectiva se desmorona. Cuando ya lo que se dice
carece absolutamente de importancia se ha llegado al
extremo de la barbarie, al hombre primitivo, al
mantenimiento de los lazos sociales basados exclusivamente
en la alimentación, en la satisfacción de las necesidades
primarias y elementales, como los pueblos de la edad de
piedra. Cuando se llega a estos extremos el pensamiento no
pasa sino por la sobrevivencia, por los rasgos
elementales, se pierde toda conexión racional, prevalece
el instinto, desaparece toda posibilidad de estructuración
de conceptos.
Este es el lenguaje que tenemos: si la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos demanda a Venezuela
ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, lo hace
porque esos señores han sido tradicionales aliados de la
derecha, de los fascistas y golpistas venezolanos. Si se
produce una lamentable muerte a manos del hampa desatada
eso se asocia de inmediato a una conspiración malévola,
asesina y conspirativa de parte de un sector político
inadaptado. Si un mango se cae de una mata ante la
proximidad de mayo pues se debe a una conspiración del
imperio. Si de una manifestación de protesta se trata ante
el cierre de un canal de televisión el plato fuerte es un
espectáculo humorístico y rochelero.
Ya no cabe, siquiera, la queja ante la falta de
imaginación. Pretender imaginación está resultando
absurdo. La capacidad de imaginar está perdida porque el
interior lo que recoge del exterior es basura. No se puede
imaginar porque ya no se piensa. Venezuela sigue siendo un
conjunto pero uno que carece de ideas. No me refiero a
sesudos trabajos de pensamiento que conformen un cuerpo.
Ya ni siquiera logramos imaginar y pensar la
cotidianeidad. La cotidianeidad se ha tornado abrumadora.
El diario trajín es uno de ofensas contra el raciocinio de
la gente venezolana. Llega el momento del bloqueo
psicológico, del encierro en la familia y en los propios
intereses. Ya no se quiere oír más, ya no se quiere
pensar.
El irrespeto continuo, la dicotomía absurda, el
maniqueísmo llevado al grado de doctrina de Estado,
convierte a un país en un rebaño, pero con una
advertencia, una que pasa por una rebelión subyacente, en
estado de letargo momentáneo. La praxis política no se
destaca de esta anonimia. Uno ve al PPT y a Podemos, por
ejemplo, enzarzados en un dilema hamletiano, to be or not
to be, y provoca cantárselas, hasta con sentido amistoso:
un amigo columnista se preguntaba públicamente por una
explicación al comportamiento del gobernador sucrense
Martínez, con su llanto al sentirse agredido; la misma
explicación se debe buscar sobre estos dos partidos
atrapados en el drama de Shakespeare. Miren, amigos: si
van al PSUD estarán liquidados, si no van estarán
igualmente liquidados. Esa posición de decir que apoyan al
proceso a toda costa, aunque el jefe los eche, los insulte
y los mande a freír monos no conduce a nada. O les quita
la militancia y los reduce a un esqueleto sin carne o los
convierte en apéndice sustituible. Sólo tienen una manera
de salvarse y pasa por un acto de valentía; PPT y Podemos
deben fusionarse en un solo partido, proclamarse de
izquierda democrática (esto no es necesariamente social
democracia, como el jefe pretende enjaularlos, pues
matices hay en abundancia) y declararse libres: nadie les
pide que vayan a la oposición, manténganse en equilibrio,
apoyen lo que crean justo y discrepen de lo que no. Esa es
la única salida que tienen, pero pasa, de hecho, por el
abandono de las mieles del poder, pues sabemos que aquí no
se toleran diferenciaciones. Al menos podrán decir que lo
intentaron. Nadie sabe si correrán con buena suerte, pero
si uno observa las realidades mundiales, caracterizadas
por políticos valientes, uno se atrevería a apostar que
buen chance tienen de sobrevivir.
Pero es que la falta de imaginación, la imposibilidad de
romper el enclaustramiento maniqueo y sesgado, es lo que
caracteriza a la política venezolana de hoy. El gobierno
carece de explicaciones y cae en los absurdos y en un
estereotipo inadmisible. La oposición carece de ideas y
convierte una lucha por la democracia en un torneo de
banalidades, en una repetición constante del mismo ataque
ya inocuo e intrascendente. En medio, y mirando, está la
población venezolana, una perpleja y acogotada, una que no
oye nada, una que piensa que ya no hay destino colectivo,
que todo está perdido.
Es un deber inaplazable ir al rescate del lenguaje. No
pidamos peras al olmo, no esperemos que desde la
mediocridad gubernamental provenga semejante e impensable
cambio. Debe venir de quienes discrepamos del gobierno y
debe venir, fundamentalmente, de la población misma en un
acto de reacción de quien está en situación de extrema
presión. Allí hay una buena manera de iniciar el combate
democrático de otra manera: rechazar las expresiones
burdas, reflejar en todas partes y de todos los modos una
condena al estereotipo y al desprecio hacia los
venezolanos y su inteligencia por parte de los repetidores
de simplismos y de pequeñeces mentales. Las grandes
batallas comienzan por cosas aparentemente simples y
cuando cada ciudadano se alce desde sus derechos y desde
su dignidad a rechazar las repuestas condenables
comenzaremos a crear una sociedad capaz de corregir los
entuertos de la historia.
tlopezmelendez@cantv.net