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¿Y ahora qué, Mariscal del Guaviare?
por Teódulo López Meléndez  
sábado, 29 diciembre 2007


Primero la tropa en el patio para que el padre diera consejos, como que tuviesen cuidado con las cabalgaduras al galopar por esas autopistas de Dios. El padre protector cuidaba a los chicos antes de emprender la misión heroica. Luego el viaje al aeropuerto fronterizo a verificar que las helicópteros tienen aspas y puertas y se les puede pegar calcomanías de la Cruz Roja. Así dio la orden de partida hacia la gloria.

Desde el más allá muchos contemplaban. Aníbal, recordó su travesía por Los Pirineos y su llegada a la llanura del Po y le pareció que sus victorias sobre los romanos en Tesino y Trebia eran bagatelas ante lo que presenciaban sus ojos atónitos. 

Alejandro maldijo a todos sus generales por no tener a su lado a una Piedad en momentos en que mancillaría al imperio Persa y luego a Anatolia, Siria, Fenicia, Judea, Gaza, Egipto, Bactriana y Mesopotania. Lo que sus ojos observaban era la gloria pura, una que envidiaba. 

Julio César maldecía no haber dispuesto de helicópteros mientras añoraba el cruce del Rubicón y su llegada a Roma para aplastar a Pompeyo en la batalla de Farsalia. Lo que ahora observaba era la perfección maravillosa del más estupendo ejercicio militar de la historia. Su aventura al dar los pasos del cruce prohibido era cuestión de niños ante la maravilla estratégica que constataba. 

Napoleón se quejó ante sus generales por haberse opuesto inicialmente a su propuesta de una expedición para conquistar la entonces provincia otomana de Egipto y señalándole los aviones sin colitas de PDVSA y los flamantes helicópteros del nuevo héroe militar les aseguró que eso costaba mucho más que la gloria de pararse como conquistador ante las pirámides. 

Los grandes héroes militares comenzaron a llegar a ese sitio de observación del más allá, pero en la época en que estamos la aventura del paracaidista dirigiendo la operación gloriosa era también seguida con atención. El Pentágono había llamado a todos sus altos oficiales a seguir por satélite lo más grande que militarmente se había hecho desde la antigüedad. Había que estudiar aquello, los generales gringos debían aprender como se inspecciona un helicóptero mientras se habla hasta por los codos. Si Eisenhower hubiese visto esta acción la Segunda Guerra Mundial hubiese sido un paseo, jamás se hubiese producido una derrota en Viet-Nam y lo de Irak sería pan comido. 

Del otro lado del mundo Vladimir Putin había convocado a todo el Estado Mayor del ex-Ejército Rojo, hoy conocido como el ejército putiniano para observar el comportamiento de los alados vendidos a buen precio. Hasta se permitió invitar al campeón mundial de ajedrez Kasparov, su temible oponente, para que se diera cuenta como se debe jugar con alfiles, torres y caballos. Si imitaban al nuevo héroe militar Rusia volvería a ser como cuando Pedro El Grande decidió embarcarse a conocer Europa y cuando Stalin (que la madrecita Rusia recuerda con agradecimiento) construyó aquel imperio que debía renacer de la imitación y del seguimiento al Mariscal del Guaviare. 

Hasta que las luces se encendieron y las cámaras comenzaron a funcionar. Entonces el Gran Mariscal de la Operación Transparencia –debidamente uniformado- continuó con el show. Todos comenzaron a preguntarse como se dirigía una operación de esta envergadura hablando sin parar, haciendo espectáculo, dando rienda suelta a la lengua. Asomó Sarkozy de mano tomada con Carla Bruni, la novia que le regaló su amigo millonario y pensó que su amigo de América Latina era más grande que un faraón  y que Luxor, donde disfrutaba de un viaje propio de su desparpajo hacia el cargo de Presidente de Francia, era una aldea comparada con la grandeza de Caracas que albergaba en su seno al gran héroe militar del siglo XXI. Algo tendría que hacer él, tal vez colocarse la mano en el pecho uniformado, escondida en la guerrera, como su antecesor Napoleón, al que todos los ocupantes del Palacio del Eliseo deben imitar por la grandeza de Francia. 

II

Es obvio que celebramos la liberación de secuestrados, de  rehenes, de prisioneros –como se les quiera llamar- en posesión, en propiedad, de un grupo de alzados en armas. El secuestro –ya está dicho- es uno de los crímenes más detestables. Sólo que esta liberación está marcada por una frase inaceptable: se trata, según las FARC, de un “acto de desagravio” al Mariscal del Guaviare. Esto coloca al grupo irregular en una situación de privilegio político, pues les hace aparecer en beligerancia, casi como un Estado dentro del Estado, como una facción reconocida que se permite “desagraviar” al presidente de un país vecino.  Por lo demás, como acto “humanitario” de parte de la guerrilla encumbrada por el Mariscal del Guaviare, es muy poco, tomando en cuenta la gran cantidad de prisioneros que mantienen en su poder.  

Lo que esto implica es el establecimiento –mejor el reconocimiento- de una relación especial de entendimiento y amistad del Mariscal del Guaviare con un grupo catalogado como terrorista y que actúa en un país fronterizo. Las implicaciones políticas y diplomáticas son muchas y muy contraproducentes. Una vez que estas personas sean rescatadas (así esperamos que haya sucedido) uno se pregunta si el Mariscal continuará disfrazando de “actuación humanitaria” su show de ingerencia y perturbación en los asuntos internos de Colombia acordando con las FARC “liberaciones” a cuenta gotas, para que cada vez que el Mariscal insulte a las autoridades del vecino país las FARC entreguen a alguien y así el héroe militar del siglo XXI se luzca fanfarroneando con sus inspecciones a aeronaves y disputándole a Sarkozy su rol de chico juguetón en el panorama de los massmedias universales. No obstante –hay que admitirlo- el mundo ha visto la conversión de un gesto de rescate de tres seres humanos en un espectáculo televisivo, con profunda aprehensión. Las FARC, colocadas ahora en el cenit de los reflectores, ha manifestado su alianza con el Mariscal del Guaviare y para ello bastaría el reportaje de “El País” de Madrid sobre la presencia de la narcoguerrilla en territorio venezolano.  

III

El Mariscal del Guaviare ha podido tapar por unas horas su derrota. Por unas horas el Mariscal ha jugado a ocultar que el pueblo venezolano lo derrotó el 2 de diciembre, pero el tiempo pasa inexorable y el espectáculo televisivo llega a su fin. Entramos en un nuevo año en el cual la derrota le pesará más que nunca. Ahora debería –según la ingenua oposición- dedicarse a gobernar, pero olvida que este hombre jamás aprenderá a hacerlo. Ahora debería enfrentar la ineficacia de su vicepresidente y las torpezas amontonadas de sus ministros, pero no tiene donde escoger, pues está rodeado de ineptos. Ha perdido la magia, una que no ha recuperado con su “operación militar” gloriosa y, en consecuencia, el tufo que despide a derrotado le comenzará a ser cobrado con anarquía y deserciones. Aquí hay secuestrados y presos políticos, pero liberándolos no molesta a nadie.  

Como un niño que trata de resarcirse de la pérdida de un juguete ha recurrido a sus condiciones de showman para alimentar su psicología, pero se ha hundido más en lo efímero del espectáculo. Es una imagen y como todas desaparece cuando se apaga la pantalla. Es grandes afiches en las calles, pero el agua los deslíe con la misma velocidad con que la lluvia cae. El espectáculo cansa, irrita, obstina. Toca a los venezolanos bajarle el telón a este talk show.

tlopezmelendez@cantv.net

 
 

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