Primero
la tropa en el patio para que el padre diera consejos,
como que tuviesen cuidado con las cabalgaduras al
galopar por esas autopistas de Dios. El padre protector
cuidaba a los chicos antes de emprender la misión
heroica. Luego el viaje al aeropuerto fronterizo a
verificar que las helicópteros tienen aspas y puertas y
se les puede pegar calcomanías de la Cruz Roja. Así dio
la orden de partida hacia la gloria.
Desde el más allá muchos
contemplaban. Aníbal, recordó su travesía por Los
Pirineos y su llegada a la llanura del
Po y le pareció que sus
victorias sobre los romanos en
Tesino y Trebia eran
bagatelas ante lo que presenciaban sus ojos atónitos.
Alejandro maldijo a todos
sus generales por no tener a su lado a una Piedad en
momentos en que mancillaría al imperio Persa y luego a
Anatolia, Siria, Fenicia,
Judea, Gaza, Egipto,
Bactriana y Mesopotania. Lo
que sus ojos observaban era la gloria pura, una que
envidiaba.
Julio César maldecía no
haber dispuesto de helicópteros mientras añoraba el
cruce del Rubicón y su llegada a Roma para aplastar a
Pompeyo en la batalla de Farsalia.
Lo que ahora observaba era la perfección maravillosa del
más estupendo ejercicio militar de la historia. Su
aventura al dar los pasos del cruce prohibido era
cuestión de niños ante la maravilla estratégica que
constataba.
Napoleón se quejó ante sus
generales por haberse opuesto inicialmente a su
propuesta de una expedición para conquistar la entonces
provincia otomana de Egipto y señalándole los aviones
sin colitas de PDVSA y los flamantes helicópteros del
nuevo héroe militar les aseguró que eso costaba mucho
más que la gloria de pararse como conquistador ante las
pirámides.
Los grandes héroes militares
comenzaron a llegar a ese sitio de observación del más
allá, pero en la época en que estamos la aventura del
paracaidista dirigiendo la operación gloriosa era
también seguida con atención. El Pentágono había llamado
a todos sus altos oficiales a seguir por satélite lo más
grande que militarmente se había hecho desde la
antigüedad. Había que estudiar aquello, los generales
gringos debían aprender como se inspecciona un
helicóptero mientras se habla hasta por los codos. Si
Eisenhower hubiese visto
esta acción la Segunda Guerra Mundial hubiese sido un
paseo, jamás se hubiese producido una derrota en
Viet-Nam
y lo de Irak sería pan comido.
Del otro lado del mundo
Vladimir
Putin había convocado a todo
el Estado Mayor del ex-Ejército Rojo, hoy conocido como
el ejército putiniano para
observar el comportamiento de los alados vendidos a buen
precio. Hasta se permitió invitar al campeón mundial de
ajedrez Kasparov, su temible
oponente, para que se diera cuenta como se debe jugar
con alfiles, torres y caballos. Si imitaban al nuevo
héroe militar Rusia volvería a ser como cuando Pedro El
Grande decidió embarcarse a conocer Europa y cuando
Stalin (que la madrecita
Rusia recuerda con agradecimiento) construyó aquel
imperio que debía renacer de la imitación y del
seguimiento al Mariscal del Guaviare.
Hasta que las luces se
encendieron y las cámaras comenzaron a funcionar.
Entonces el Gran Mariscal de la Operación Transparencia
–debidamente uniformado- continuó con el show. Todos
comenzaron a preguntarse como se dirigía una operación
de esta envergadura hablando sin parar, haciendo
espectáculo, dando rienda suelta a la lengua. Asomó
Sarkozy de mano tomada con
Carla Bruni, la novia que le
regaló su amigo millonario y pensó que su amigo de
América Latina era más grande que un faraón y que
Luxor, donde disfrutaba de
un viaje propio de su desparpajo hacia el cargo de
Presidente de Francia, era una aldea comparada con la
grandeza de Caracas que albergaba en su seno al gran
héroe militar del siglo XXI. Algo tendría que hacer él,
tal vez colocarse la mano en el pecho uniformado,
escondida en la guerrera, como su antecesor Napoleón, al
que todos los ocupantes del Palacio del Eliseo deben
imitar por la grandeza de Francia.
II
Es obvio que celebramos la
liberación de secuestrados, de rehenes, de prisioneros
–como se les quiera llamar- en posesión, en propiedad,
de un grupo de alzados en armas. El secuestro –ya está
dicho- es uno de los crímenes más detestables. Sólo que
esta liberación está marcada por una frase inaceptable:
se trata, según las FARC, de un “acto de desagravio” al
Mariscal del Guaviare. Esto coloca al grupo irregular en
una situación de privilegio político, pues les hace
aparecer en beligerancia, casi como un Estado dentro del
Estado, como una facción reconocida que se permite
“desagraviar” al presidente de un país vecino. Por lo
demás, como acto “humanitario” de parte de la guerrilla
encumbrada por el Mariscal del Guaviare, es muy poco,
tomando en cuenta la gran cantidad de prisioneros que
mantienen en su poder.
Lo que esto implica es el
establecimiento –mejor el reconocimiento- de una
relación especial de entendimiento y amistad del
Mariscal del Guaviare con un grupo catalogado como
terrorista y que actúa en un país fronterizo. Las
implicaciones políticas y diplomáticas son muchas y muy
contraproducentes. Una vez que estas personas sean
rescatadas (así esperamos que haya sucedido) uno se
pregunta si el Mariscal continuará disfrazando de
“actuación humanitaria” su show de ingerencia y
perturbación en los asuntos internos de Colombia
acordando con las FARC “liberaciones” a cuenta gotas,
para que cada vez que el Mariscal insulte a las
autoridades del vecino país las FARC entreguen a alguien
y así el héroe militar del siglo XXI se luzca
fanfarroneando con sus inspecciones a aeronaves y
disputándole a Sarkozy su
rol de chico juguetón en el panorama de los massmedias
universales. No obstante –hay que admitirlo- el mundo ha
visto la conversión de un gesto de rescate de tres seres
humanos en un espectáculo televisivo, con profunda
aprehensión. Las FARC, colocadas ahora en el cenit de
los reflectores, ha manifestado su alianza con el
Mariscal del Guaviare y para ello bastaría el reportaje
de “El País” de Madrid sobre la presencia de la
narcoguerrilla en territorio venezolano.
III
El Mariscal del Guaviare ha
podido tapar por unas horas su derrota. Por unas horas
el Mariscal ha jugado a ocultar que el pueblo venezolano
lo derrotó el 2 de diciembre, pero el tiempo pasa
inexorable y el espectáculo televisivo llega a su fin.
Entramos en un nuevo año en el cual la derrota le pesará
más que nunca. Ahora debería –según la ingenua
oposición- dedicarse a gobernar, pero olvida que este
hombre jamás aprenderá a hacerlo. Ahora debería
enfrentar la ineficacia de su vicepresidente y las
torpezas amontonadas de sus ministros, pero no tiene
donde escoger, pues está rodeado de ineptos. Ha perdido
la magia, una que no ha recuperado con su “operación
militar” gloriosa y, en consecuencia, el tufo que
despide a derrotado le comenzará a ser cobrado con
anarquía y deserciones. Aquí hay secuestrados y presos
políticos, pero liberándolos no molesta a nadie.
Como un niño que trata de
resarcirse de la pérdida de un juguete ha recurrido a
sus condiciones de showman para alimentar su psicología,
pero se ha hundido más en lo efímero del espectáculo. Es
una imagen y como todas desaparece cuando se apaga la
pantalla. Es grandes afiches en las calles, pero el agua
los deslíe con la misma velocidad con que la lluvia cae.
El espectáculo cansa, irrita, obstina. Toca a los
venezolanos bajarle el telón a este
talk show.