Escribo
para hoy, pero también para mañana. No pretendo que se me
entienda hoy lo que escribí para mañana. En esto no soy
una excepción: he dicho muchas veces que a los
intelectuales o no se nos escucha o no se nos entiende o
simplemente se nos desprecia, lo cual, obviamente, no nos
calla.
Comienzan a mostrarse signos de impaciencia social, más
allá de las circunstancias políticas. Están allí, a la
vista de todos, pero sin que nadie los vea en toda su
complejidad y poder explosivo. Esta primera impaciencia
tiene que ver con el día a día de los venezolanos. Ya se
nos ha hecho rutina la calle en mal estado, las aguas
negras que circulan, la falta de vivienda o el peor de
todos, la inseguridad que cobra vidas a mansalva. Son
muchos, casi innumerables, los factores que perturban a la
población, a los que ahora se suma uno mortalmente
peligroso, la escasez. Comenzamos a ver largas e
impacientes colas ante un proveedor ante el rumor de que
llegó la leche y comienza a asomarse la reacción violenta
ante el sacrificio del madrugón insatisfecho. La gente,
ahora tocada en la alimentación, se está irritando hasta
tal extremo que presagia o imita o reproduce los signos
que nadie vio y que estuvieron allí en los días previos al
Caracazo. Estamos ante los síntomas de una explosión
social. Permítaseme aquí una digresión: el responsable de
la alimentación, seguramente con la mejor buena voluntad,
es un general de apellido Oropeza que ejerce la
titularidad del Ministerio de la Alimentación y que para
tal ejercicio luce su uniforme. Esto es, se identifica el
uniforme militar con un problema grave de perturbación
social. El general Oropeza seguramente es un funcionario
dedicado, pero nadie puede controlar el problema con la
política gubernamental de aplastar a los productores, de
sembrar miedo inhibidor de la inversión y de establecer
controles que atan la producción nacional. Diría yo, que
una buena medida del Alto Mando Militar sería la de
desligarse de este asunto retirando al general Oropeza de
ese cargo. Si a tanto no se atreviesen me permitiría
comentar, si la situación no fuese tan grave, que actuaran
como en el cuento archiconocido, que vendieran el sofá, lo
que aquí equivaldría a pedirle al general que trabaje sin
su uniforme.
Terminada la digresión, vuelvo a decir que si no vemos los
síntomas estaremos pecando gravemente de ceguera. A esos
síntomas inocultables se suma la crispación política. Una
alimentada por los extremistas, por los detestables
extremistas, siempre parecidos, aunque sean de signo
contrario. Lo que hemos escuchado en la Asamblea Nacional
es la manifestación patética del resentimiento, de la
frustración y de la actuación legislativa como ejercicio
terapéutico, de la venganza contra los fantasmas propios y
ajenos, contra los naufragios personales, contra los
malogros a los que la indigencia intelectual los condujo.
Del otro lado ya no se habla de abstención, sino de
impedir el referéndum “por todos los medios a nuestro
alcance”. Hago memoria y no encuentro caso alguno en que
se haya logrado impedir una elección. Para no llenar este
texto de ejemplos digo, simplemente, que por allá por los
años 60 el aparataje militar del MIR y del PCV ordenó
atacar a las elecciones y elecciones hubo. Aquí al lado,
en Colombia, las FARC han asesinado a 26 candidatos a las
elecciones locales –hasta donde tengo noticias- y en
Colombia habrá elecciones. Decir que se impedirá una
votación, como gesto de rebeldía, sabotaje o respuesta
política es simplemente aventurerismo y, si la palabra
cabe, una patética manifestación de ingenuidad.
¿Es este el país de los Escarrá? Uno en el gobierno y otro
en la oposición, ambos haciendo de las suyas. Mi posición
personal está más que clara: el día del referéndum iré a
votar NO. En un gobierno democrático normal creo
absolutamente en el voto. En un gobierno autoritario como
el que tenemos sólo creo en el voto como estrategia. Votar
no excluye la protesta. Es más, he insistido en que
debemos votar bajo protesta. Hasta sugerí ir a votar con
un pañuelo en la nariz, millones de venezolanos tapándose
las narices en el momento de utilizar el sufragio como
arma de denuncia contra un régimen salido de cauce. Iré a
votar, pues, porque es la vía estratégica correcta. Sólo
que este país está lleno de extremistas y de gente sin
sentido. Ahora recuerdo la amenaza sesentona de disparar
contra la fila de votantes y me pregunto cuál de los dos
Escarrá “disparará” contra la fila de votantes donde este
humilde ciudadano estará esperando para ejercer su
voto-protesta.
Los grupos armados obligan a los opuestos a armarse. Las
agresiones obligan a los agredidos a agredir. La violencia
deja de ser monopolio de quien se siente respaldado en sus
acciones por el gobierno. Cuando la violencia se
generaliza ante los ojos impávidos de quienes tienen el
poder de las armas por mandato constitucional, convertidos
en observadores pasivos, los observadores pasivos se
convierten en cómplices y auspiciadores de la violencia.
Es precisamente a poner término a esta complicidad pasiva
con la violencia a una de las cosas que he llamado.
Esta es una sociedad desmadrada. No hay límites
institucionales. Se procede al capricho y no conforme a
normas de convivencia. No hay mayor violencia que la
imposición de un sistema de vida y de un cuerpo normativo
contra la voluntad de al menos la mitad de la población.
Eso se llama terrorismo de Estado. Sobre una Constitución
no hay mayoría que valga. Una Constitución es el resultado
del consenso o no será aceptada. Y si una Constitución no
es aceptada termina el diálogo y comienza el
enfrentamiento fraticida. Comienza así la dictadura de la
mayoría, de una supuesta mayoría o de una mayoría
engañosa, es decir, la peor de las dictaduras. Se
resistirá a la dictadura y las consecuencias serán de
muerte, sangre, dolor y sufrimiento.
He titulado “Mensaje sin destino”, sin pensar inicialmente
en Don Mario Briceño Iragorry, a quien reconozco, pues
formó parte de esa pléyade de intelectuales lúcidos que
visualizó la nación. Cuando me doy cuenta de que he
titulado así celebro las jugarretas de mi cerebro de
escritor, pues era Don Mario católico ferviente y ahora
tenemos a los obispos, calificados como“fascistas con
sotana” y “enemigos del pueblo”, con las manos en las
cuerdas de las campanas, unas que están intactas y
poderosas, unas que tientan a monseñor Arias Blanco.
tlopezmelendez@cantv.net