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La verdadera disyuntiva
por Teódulo López Meléndez  
jueves, 26 julio 2007


El problema de fondo, la real disyuntiva, el verdadero asunto que había que decidir desde el inicio mismo de este gobierno, era uno muy sencillo y al mismo tiempo de extrema complejidad: empujar al gobierno hacia la dictadura abierta o moverse en las apariencias democráticas que el régimen permitía. Las direcciones partidistas venezolanas decidieron por lo segundo, lo que no voy a calificar como cobardía, como error estratégico o como una opción aceptable, por la sencilla razón de que esta no es hora de andar haciendo ese tipo de balance. En cualquier caso, y esto sí hay que decirlo de manera meridiana, la decisión estuvo influenciada por una profunda ignorancia de los propósitos de Chávez, por el desconocimiento de que iría estrechando cada vez más los espacios en el cumplimiento de sus propósitos, de que tenía una idea clara y precisa de hacia donde marchaba.

La gran intuición colectiva, la gran decisión común de la población venezolana, se produjo cuando impuso a las direcciones partidistas la abstención en las elecciones parlamentarias del 4 de diciembre de 2005. Sin darse plena cuenta de lo que hacía, la población optó por empujarlo hacia la dictadura, pues otra cosa no significaba dejarlo con una Asamblea Nacional absolutamente bajo su control. Se produjo la abstención masiva y, como siempre, las direcciones partidistas no supieron leer. Todo siguió bajo la más absoluta normalidad, al día siguiente los medios estaban cubriendo la “fuente” de una Asamblea Nacional a todas luces ilegítima y los políticos opinando en sus ruedas de prensa de los lunes sobre tal o cual discusión que se daba en el seno de un parlamento exactamente igual a los de la era perezjimenista.

Y las direcciones partidistas siguieron sin entender, esta vez alentados por un país que pensaba que abstenerse no había servido de nada. Comenzaron a aparecer los precandidatos presidenciales, lo cual era lo lógico, algo absolutamente entendible, y que había que manejar con sumo cuidado. Propuse, entonces, que no se podía ir contra un deseo claro y preciso de un país donde aún bullía una conciencia democrática y que, en consecuencia, debían lanzarse todos los aspirantes a recorrer el país, terminar con la selección de uno y marchar hacia una campaña fuerte y decidida. Recuerden que entonces comenzaron los problemas con las elecciones primarias que propugnaba “Súmate”, saboteadas por uno de los aspirantes que pensaba que de esa manera él no sería el elegido. Terminaron eligiendo a Rosales, porque era el que mejor aparecía en las encuestas, por lo que habría que recordarles a los venezolanos que aún hablan pestes que ese candidato no salió de la nada, fue electo por voluntad mayoritaria.

El asunto clave era que después de la abstención en las elecciones parlamentarias no se podía ir a las presidenciales, el candidato que saliera electo debía retirarse, pero el país, en conjunto con las direcciones partidistas, se volvió a equivocar. Se impuso de nuevo la tesis de utilizar los espacios “democráticos” que el régimen permitía. La disyuntiva inicial, la única, la verdadera, en que nos hemos debatido todos estos años volvió a surgir. Se pensó que se debía reunir una votación de un 40 por ciento, provocar el fortalecimiento de algunos partidos y seguir haciendo oposición en medio de la falsa normalidad. Ese fue el error de fondo. Se olvidó que el reclamo nacional porque supuestamente no se había “cobrado” iba a llegar al cielo y que se legitimaba a un gobierno que de democracia no quería saber y que se lanzaría por el camino de la carrera hacia la imposición de su proyecto. Recuerden diciembre de 2006, comenzando por el insulto a Páez, siguiendo por el ataque contra el vicepresidente Rancel, el anuncio de reforma constitucional, la partidización de las fuerzas armadas y demás hierbas aromáticas. Esta es la explicación de porqué digo que este país vota cuando no debe y cuando debe no vota. Al respecto recibo correos electrónicos pidiéndome que señale “condiciones objetivas” para votar o no votar, cuando las condiciones no son tales, las condiciones provienen de la fijación de una línea estratégica, de la asunción de esta bendita disyuntiva que ha sido la única y sobre la cual nos equivocamos y pretendemos seguir equivocándonos.

Por eso repetir que con este CNE y con este REP está cerrada la opción electoral es un craso error. Ya han aparecido las voces que piden que nos lancemos a exigir un nuevo CNE. Ese es el CNE y punto. He leído barbaridades como esta: es “delictual” siquiera plantearse ir a elecciones con este CNE y con estos reservistas del Plan república. Me permito recordar que lo “delictual” es ser bruto. Si he contado esta breve historia es para decir que hay que tener mucho cuidado con la decisión de fondo para enfrentar la reforma constitucional. Todo lo que se diga de ello es cierto, que es un golpe constitucional, que viola los procedimientos establecidos por el texto constitucional vigente, que si es reforma o enmienda, que es otra Constitución, que si se necesitaría una constituyente. Todo es verdad, pero no sirve para nada. Lo que tenemos delante es una opereta de someter tal mamotreto a tres discusiones parlamentarias (a lo mejor Ismael García produce alguna noticia que sería la única) y luego someterla a referéndum. Eso es lo que el régimen quiere y dígame usted cómo hacer para lo contrario. ¿Demandar ante el TSJ o llamar a Papá Dios o poner de vocera de la oposición a esta señora columnista que llama “delictual” a lo que no entiende? Lo único que hay que decidir es si se va o no se va a votar en el bendito referéndum. No queda otra. Es como los plebiscitos de Pérez Jiménez, se iba o no se iba, al igual que ahora, porque la disyuntiva clave, la verdadera, nunca fue atendida, inclusive porque algunos todavía no saben que es la verdadera. Eso es lo que el régimen impone y frente a esa imposición no queda más que saltar o encaramarse.

Lentamente me voy inclinando por encaramarme. Frente a las parlamentarias de 2005 AD se mostró intransigente hasta el último momento, al fin cedió, porque era obvio que nadie iba a votar e iban a hacer el ridículo. AD entendió y se mantuvo firme frente a las presidenciales, se mantuvo en la única posición correcta y aceptable, aún pagando el alto precio de que un grupo de dirigentes se lanzaran por el camino de las apariencias y abandonaran el partido. Ahora, AD no puede andar loqueando. Vemos al presidente del partido, el señor Bolívar, declarando un lunes que todos los partidos de la oposición están de acuerdo en oponerse a la reforma constitucional. Si hacemos de cínicos, diríamos que la noticia hubiera sido que algún partido de la oposición estaba a favor. Lo que esa declaración significa es que hay serias discrepancias sobre la manera de enfrentar el mamotreto. De ello me alegro, pues quiere decir que hay gente recapacitando. La disyuntiva de siempre ha llegado a su punto culminante y las paradojas de la historia indican que ahora la manera de empujarlo hacia donde ha debido ser empujado en el inicio mismo es haciendo uso de los mecanismos democráticos. Sólo que, a mi entender, se va a quedar con las ganas si se hace lo que hay que hacer.

tlopezmelendez@cantv.net

 
 

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