El
problema de fondo, la real disyuntiva, el verdadero asunto
que había que decidir desde el inicio mismo de este
gobierno, era uno muy sencillo y al mismo tiempo de
extrema complejidad: empujar al gobierno hacia la
dictadura abierta o moverse en las apariencias
democráticas que el régimen permitía. Las direcciones
partidistas venezolanas decidieron por lo segundo, lo que
no voy a calificar como cobardía, como error estratégico o
como una opción aceptable, por la sencilla razón de que
esta no es hora de andar haciendo ese tipo de balance. En
cualquier caso, y esto sí hay que decirlo de manera
meridiana, la decisión estuvo influenciada por una
profunda ignorancia de los propósitos de Chávez, por el
desconocimiento de que iría estrechando cada vez más los
espacios en el cumplimiento de sus propósitos, de que
tenía una idea clara y precisa de hacia donde marchaba.
La gran intuición colectiva, la gran decisión común de la
población venezolana, se produjo cuando impuso a las
direcciones partidistas la abstención en las elecciones
parlamentarias del 4 de diciembre de 2005. Sin darse plena
cuenta de lo que hacía, la población optó por empujarlo
hacia la dictadura, pues otra cosa no significaba dejarlo
con una Asamblea Nacional absolutamente bajo su control.
Se produjo la abstención masiva y, como siempre, las
direcciones partidistas no supieron leer. Todo siguió bajo
la más absoluta normalidad, al día siguiente los medios
estaban cubriendo la “fuente” de una Asamblea Nacional a
todas luces ilegítima y los políticos opinando en sus
ruedas de prensa de los lunes sobre tal o cual discusión
que se daba en el seno de un parlamento exactamente igual
a los de la era perezjimenista.
Y las direcciones partidistas siguieron sin entender, esta
vez alentados por un país que pensaba que abstenerse no
había servido de nada. Comenzaron a aparecer los
precandidatos presidenciales, lo cual era lo lógico, algo
absolutamente entendible, y que había que manejar con sumo
cuidado. Propuse, entonces, que no se podía ir contra un
deseo claro y preciso de un país donde aún bullía una
conciencia democrática y que, en consecuencia, debían
lanzarse todos los aspirantes a recorrer el país, terminar
con la selección de uno y marchar hacia una campaña fuerte
y decidida. Recuerden que entonces comenzaron los
problemas con las elecciones primarias que propugnaba
“Súmate”, saboteadas por uno de los aspirantes que pensaba
que de esa manera él no sería el elegido. Terminaron
eligiendo a Rosales, porque era el que mejor aparecía en
las encuestas, por lo que habría que recordarles a los
venezolanos que aún hablan pestes que ese candidato no
salió de la nada, fue electo por voluntad mayoritaria.
El asunto clave era que después de la abstención en las
elecciones parlamentarias no se podía ir a las
presidenciales, el candidato que saliera electo debía
retirarse, pero el país, en conjunto con las direcciones
partidistas, se volvió a equivocar. Se impuso de nuevo la
tesis de utilizar los espacios “democráticos” que el
régimen permitía. La disyuntiva inicial, la única, la
verdadera, en que nos hemos debatido todos estos años
volvió a surgir. Se pensó que se debía reunir una votación
de un 40 por ciento, provocar el fortalecimiento de
algunos partidos y seguir haciendo oposición en medio de
la falsa normalidad. Ese fue el error de fondo. Se olvidó
que el reclamo nacional porque supuestamente no se había
“cobrado” iba a llegar al cielo y que se legitimaba a un
gobierno que de democracia no quería saber y que se
lanzaría por el camino de la carrera hacia la imposición
de su proyecto. Recuerden diciembre de 2006, comenzando
por el insulto a Páez, siguiendo por el ataque contra el
vicepresidente Rancel, el anuncio de reforma
constitucional, la partidización de las fuerzas armadas y
demás hierbas aromáticas. Esta es la explicación de porqué
digo que este país vota cuando no debe y cuando debe no
vota. Al respecto recibo correos electrónicos pidiéndome
que señale “condiciones objetivas” para votar o no votar,
cuando las condiciones no son tales, las condiciones
provienen de la fijación de una línea estratégica, de la
asunción de esta bendita disyuntiva que ha sido la única y
sobre la cual nos equivocamos y pretendemos seguir
equivocándonos.
Por eso repetir que con este CNE y con este REP está
cerrada la opción electoral es un craso error. Ya han
aparecido las voces que piden que nos lancemos a exigir un
nuevo CNE. Ese es el CNE y punto. He leído barbaridades
como esta: es “delictual” siquiera plantearse ir a
elecciones con este CNE y con estos reservistas del Plan
república. Me permito recordar que lo “delictual” es ser
bruto. Si he contado esta breve historia es para decir que
hay que tener mucho cuidado con la decisión de fondo para
enfrentar la reforma constitucional. Todo lo que se diga
de ello es cierto, que es un golpe constitucional, que
viola los procedimientos establecidos por el texto
constitucional vigente, que si es reforma o enmienda, que
es otra Constitución, que si se necesitaría una
constituyente. Todo es verdad, pero no sirve para nada. Lo
que tenemos delante es una opereta de someter tal
mamotreto a tres discusiones parlamentarias (a lo mejor
Ismael García produce alguna noticia que sería la única) y
luego someterla a referéndum. Eso es lo que el régimen
quiere y dígame usted cómo hacer para lo contrario.
¿Demandar ante el TSJ o llamar a Papá Dios o poner de
vocera de la oposición a esta señora columnista que llama
“delictual” a lo que no entiende? Lo único que hay que
decidir es si se va o no se va a votar en el bendito
referéndum. No queda otra. Es como los plebiscitos de
Pérez Jiménez, se iba o no se iba, al igual que ahora,
porque la disyuntiva clave, la verdadera, nunca fue
atendida, inclusive porque algunos todavía no saben que es
la verdadera. Eso es lo que el régimen impone y frente a
esa imposición no queda más que saltar o encaramarse.
Lentamente me voy inclinando por encaramarme. Frente a las
parlamentarias de 2005 AD se mostró intransigente hasta el
último momento, al fin cedió, porque era obvio que nadie
iba a votar e iban a hacer el ridículo. AD entendió y se
mantuvo firme frente a las presidenciales, se mantuvo en
la única posición correcta y aceptable, aún pagando el
alto precio de que un grupo de dirigentes se lanzaran por
el camino de las apariencias y abandonaran el partido.
Ahora, AD no puede andar loqueando. Vemos al presidente
del partido, el señor Bolívar, declarando un lunes que
todos los partidos de la oposición están de acuerdo en
oponerse a la reforma constitucional. Si hacemos de
cínicos, diríamos que la noticia hubiera sido que algún
partido de la oposición estaba a favor. Lo que esa
declaración significa es que hay serias discrepancias
sobre la manera de enfrentar el mamotreto. De ello me
alegro, pues quiere decir que hay gente recapacitando. La
disyuntiva de siempre ha llegado a su punto culminante y
las paradojas de la historia indican que ahora la manera
de empujarlo hacia donde ha debido ser empujado en el
inicio mismo es haciendo uso de los mecanismos
democráticos. Sólo que, a mi entender, se va a quedar con
las ganas si se hace lo que hay que hacer.
tlopezmelendez@cantv.net