Está
en peligro la unidad de la nación. Mantener esa unidad es
ahora el deber fundamental de los militares. Las guerras
civiles encuentran combustible cuando las Fuerzas Armadas
se dividen y si bien las guerras civiles se llaman así
porque se enfrentan dos bandos no convencionales, la
historia moderna nos muestra como el factor de contención
es el mantenimiento de la unidad militar.
El deber de
los militares no puede ser tomar partido por uno de los
bandos porque entonces la nación se desmiembra. Miremos el
caso de los conflictos contemporáneos en África. Las
guerras civiles que afrontaron a Centroamérica en las
décadas pasadas pasaron por la conformación de un ejército
con poderoso armamento suministrado por elementos externos
que así pretendían hacer resistencia al gobierno en el
poder. Sin embargo, fue propiamente una guerra civil con
decenas de miles de muertos. El deber de los militares,
por encima de cualquier otra consideración, es evitar que
bandos armados de civiles se dediquen a la mutua
destrucción. El deber de los militares no es convertirse
en partido político armado al servicio del régimen de
turno, como no lo es, en ninguna circunstancia, dar un
Golpe de Estado.
El poder
armado de la nación debe estar bajo control civil y si los
civiles pretenden desbordarse en una matanza la obligación
militar es impedirlo y la única manera que existe es
dándole al paciente antiácidos o lo conveniente para
evitar la ulceración. A los militares se les ha confiado
el poder de las armas, que pasan por cuidar la soberanía y
la integridad territorial, pero también el del
mantenimiento del orden interno. Si vacilan en su
propósito en primer lugar se dividen, ocasionando así la
guerra total de todos contra todos, perdiendo el monopolio
de las armas y desvirtuando el mandato universal sobre el
uso de ese armamento al servicio de todos los ciudadanos y
no de una parcialidad.
La historia de
América Latina está llena de Golpes de Estado. Jamás deben
volver a incurrir los militares en semejante acción.
Cuando se afirma alegremente que “no necesitamos a los
militares” y se asegura que la historia venezolana está
llena de ejemplos en tal sentido, no sé que historia se
lee. En el continente, y especialmente en nuestro país, la
historia está llena de ejemplos en contrario, o militares
tumbando gobiernos democráticos o militares tumbando
gobiernos dictatoriales, en infinidad de ocasiones para
sustituir una dictadura por otra, o un caudillo por otro y
también, en ocasiones, para restituir la democracia. Pero
siempre la presencia militar hacia uno u otro sentido.
Las Fuerzas
Armadas están ante la responsabilidad más grande de la
historia venezolana contemporánea. Mi único interés está
en la preservación de la paz y de la unidad de la nación.
Lo que planteo ahora es un rompimiento de la dicotomía
militar que describo en el párrafo anterior. Ahora no es
ni una cosa ni la otra (y menos todo lo contrario). Ahora
se trata del ejercicio de una responsabilidad superior que
no pasa por defender un gobierno ni por sumarse a la
oposición. Hay valores superiores en juego. Son esos
valores los que la oficialidad y la tropa deben tener en
su mente a la hora de jugar un papel decisivo en evitar
que el país se nos vaya de la mano. Si no queda una
institución (especialmente la que controla las armas)
dispuesta a asumir el rol superior de garante de la unidad
nacional y de la resolución de los conflictos por vía
pacífica, las consecuencias las lamentaremos por mucho
tiempo.
Que quede
claro que no estoy pidiéndoles a los militares que se
conviertan en árbitros. No se me mal entienda. No les
estoy solicitando cabildeos, mediaciones ni interferencias
de ningún tipo ni en ningún sentido. Lo que les estoy
recordando es un deber superior. Una postura ética y moral
manifestada en comportamiento para, sin parcializaciones
ni argucias, hacer entender que no permitirán, unidos y
democráticos, que las posiciones extremas desangren a la
nación. Ellos verán como cumplen con este deber. Ellos
deberán encontrar los mecanismos para detener la caída al
precipicio. Insisto, no obstante, que exijo medidas de
contención, no contra quienes manifiesten con justicia su
indignación contra el vapuleo anticonstitucional de que
son víctimas, ni contra los partidarios del gobierno, pero
sí contra los elementos que causen, que estén causando o
puedan causar el estallido. Quiero decir que, sin
interferir en las decisiones de los civiles, hagan uso de
su honor para hacer saber que a las causas que nos dividen
no se les permitirá desarrollarse hasta el delirio de una
confrontación que se traduzca en muerte, en sangre, en
disolución nacional.
Escribo con la
mejor buena fe. Escribo armado de un profundo amor por la
nación. Este mensaje no tiene nada de subversivo, pues no
estoy planteando un alzamiento contra el orden
constituido. Estoy, creo, haciendo un servicio a las
Fuerzas Armadas al recordarle que preserven su unidad
interna por encima de todas las cosas, cediendo en los
momentáneos desacuerdos por más profundos que sean y
colocando por encima su deber de garantes de la
supervivencia de este país.
No estoy
pidiendo a los militares un papel protagónico en una
acción descabellada. Tengo presente, estimados oficiales,
la frase de que los militares cuando son sacados de los
cuarteles no se sabe cuando van a regresar. Tampoco creo
en gobiernos militares. Soy un civil y un demócrata. Creo
que las Fuerzas Armadas tienen roles específicos que
cumplir bajo un mando civil. Sin embargo, hay que recordar
que los militares están hechos de carne y hueso, que somos
los mismos, con la diferencia de que ellos tienen un
uniforme que les fue conferido para garantizar la
normalidad democrática, para impedir los excesos suicidas,
para garantizar la unidad de la nación. Den el primer
ejemplo de unidad manteniéndose unidos por causas
superiores, por principios fundamentales, por intereses
que superan las circunstancias y los avatares del momento.
Ese será el primer paso para garantizar la unidad de la
nación.
Me permito
recordar que si bien he comenzado hablando de guerra
civil, hay una división tan grave como aquella, la que
protagonizan dos bandos enfrentados fuera de la
concordancia democrática, aunque se aplace o se elimine el
uso de las armas. Esa división es tan mortal como la
primera. Con o sin armas, lo que está llegando a su fin es
la posibilidad de convivencia pacífica. No soy un
pacifista ni un comeflor. Cuando se me conculca un derecho
salgo a defenderlo. Lo que me permito subrayar es que hay
tres valores claves: libertad, democracia y justicia
social. Son esos tres valores los que permiten que una
sociedad funcione. Alguno, algunos o todos esos valores
deben estar fallando para que estemos en la situación en
que estamos. Todos los filósofos de la política han dejado
claro que una Constitución es el contrato social básico de
unión de todos bajo unas normas comunes.
Me he
permitido dirigirme a ustedes en concordancia con mi
artículo anterior titulado
La cuerda tensa y los demonios sueltos. Mucho me
temo que los demonios ya están sueltos y a la cuerda le
queda una hilacha. Toca a ustedes devolver los demonios al
infierno y hacer una labor de costura en la cuerda. Eso se
traduce es devolver los irritantes al control, garantizar
la democracia venezolana plena, permitir a todos por igual
el libre ejercicio de sus derechos (con plenas garantías
de equidad, sin abusos y sin trampas) y re-ganarse la
estima general de sus compatriotas, estima que anda muy
disminuida.
tlopezmelendez@cantv.net