Los
monjes fueron agredidos por los soldados y comenzó la
rebelión en la antigua Birmania (hoy Myanmar). Yo, que
siempre disfruto escuchando un mantra budista, puedo
imaginarme el zumbido increíble de veinte mil monjes
entonando el "metta sutha" en las calles de Rangún y,
luego, como multiplicado por el viento, en Mandalay, en
Pakokku, en Sittwe, en todas las ciudades, ahora
acompañados los monjes por grandes multitudes. La frágil
(físicamente) Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz,
confinada desde hace años por el grave delito de haber
ganado las últimas elecciones de manera abrumadora, se
asomó a la puerta para rendir homenaje a la multitud y
para recibir el homenaje de la multitud. La rebelión
contra la dictadura del general Than Shwe está en marcha.
El pastor luterano Lászlo Tökés recibió el 16 de diciembre
de 1989 en su ciudad de Timisoara (Rumania) orden de
desalojo junto a su esposa embarazada. El delito por el
que se le echaba consistía en algunas críticas vertidas
contra el presidente Ceausescu. El Obispo de su Iglesia lo
destituyó del cargo a petición del gobierno. La gente
comenzó a reunirse delante de la casa del pastor. Ante una
multitud creciente el Alcalde de la ciudad declaró que la
orden de desalojo había quedado sin efecto, pero la
multitud comenzó a gritar consignas anticomunistas, con la
presencia inmediata de la policía y de la temible
Securitate. Era sólo el comienzo.
La jerarquía budista ordenó a los monjes regresar a sus
monasterios, pero la orden ha sido desobedecida. Y he aquí
que se extiende: a Masoeyein, a Mya Taung, a Bago, a
Monywa y Masoeyeih. El zumbido del mantra pica como
enjambre de avispas. Y los cuencos de recogida de ofrendas
apuntan hacia abajo en señal de protesta. La dictadura
militar parece encogerse, se refugia en una fortaleza. La
líder de la Liga Nacional por la Democracia (LN),
victoriosa en las ya lejanas elecciones, espera. Las
Naciones Unidas entra en alarma y asegura que peligra la
seguridad de todos los países del sudeste asiático.
Los manifestantes de Timisoara intentan incendiar la sede
del Comité Distrital del Partido Comunista Rumano. La
respuesta es gas mostaza y chorros de agua. La Securitate
hace su trabajo arrestando y golpeando. Los manifestantes
se refugian en la Catedral Ortodoxa y de allí de nuevo a
la calle. Queman los retratos de Ceausescu, pero esta vez
tienen enfrente al ejército. Tanquetas, disparos, muertos,
helicópteros. Los manifestantes responden cortando el
escudo socialista de la bandera rumana. El gobierno
convoca a sus partidarios a marchar en defensa del régimen
y, para los demás, ley marcial con prohibición de reunirse
más de dos personas. Los jóvenes desafían la prohibición e
izan la bandera, sin escudo socialista, en la torre de la
Catedral y cantan “Despierta rumano”, la antigua canción
nacionalista hoy himno oficial de la europea Rumania. En
la Plaza de la Victoria se cuentan los cadáveres de los
jóvenes. Los obreros responden declarándose en huelga.
La dictadura militar birmana dura desde 1962. Las últimas
elecciones legislativas fueron en 1990 cuando la frágil
(físicamente) Suu Kyi obtuvo una victoria resonante.
Cárcel para ella, Premio Nobel de la Paz para ella, cárcel
de nuevo para ella, y las Naciones Unidas no dijeron que
semejante situación amenazaba la seguridad de todos los
países del sudeste asiático. Los presos comienzan a
contarse por centenares. ¿Y porqué fue la primera protesta
de los monjes, la protesta inicial que ameritó la
arremetida del ejército dictatorial? Por el alto precio de
los alimentos. Ya las multitudes en las calles de Birmania
suman cientos de miles.
En la Plaza de la Ópera se concentran los obreros de
Timisoara. “Nosotros somos el pueblo”, es el grito de
guerra. “El ejército está con nosotros”, agregan,
provocando la deserción de los soldados. El gobierno
dictatorial envía a Timisoara trenes cargados con los
obreros comunistas a enfrentar a los manifestantes, pero
los obreros comunistas se suman a los obreros que
protestan. Las protestas comienzan a incendiar todo el
prado rumano y ya Timisoara no está sola, Sibiu, Brasov,
Arad y Tirgu Mureş están pie de guerra.
En Birmania ya hubo un levantamiento en 1988. Hubo 3 mil
muertos. Ahora mismo, ¿qué harán? En aquel año el gobierno
negoció, pero la dictadura quedó incólume. ¿Irán ahora los
birmanos hasta el final? Ahora esta Suu Kyi. Ella no
estaba en 1988, ella no había ganado las elecciones, ella
no era Premio Nobel de la Paz, ella no era el símbolo que
hoy es de libertad y democracia.
La revuelta llega a Bucarest. La dictadura rumana se
desmorona. Un pastor luterano de la lejana Timisoara había
incendiado la pradera. El todopoderoso, el que controlaba
las masas, el que tenía la lealtad absoluta de las fuerzas
armadas, el dictador omnipresente, el “padre” de los
rumanos, termina como termina. La provincia había dado el
ejemplo y avanzado hacia la capital de la Rumania hoy
flamante miembro de la Unión Europea. Un pastor luterano
bastó para acabar con una de las más sangrientas
dictaduras europeas. Gloria a la Rumania libre.
Birmania está allí, por verse. Con los monjes entonamos el
"metta sutha", el zumbido que puede llegar al cielo. Y
nuestros corazones laten con el de Aung San Suu Kyi, la
esperanza.
tlopezmelendez@cantv.net