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El generalísimo Miranda en el extremo
de una barra
por Teódulo López Meléndez  
lunes, 23 julio 2007


En estos días cargo a Denzil Romero en el recuerdo. Debe ser por alguna frase del generalísimo Miranda o tal vez por La carujada, en cualquier caso por el afecto. Ahora recuerdo a Denzil sentado en el extremo de una barra. Apenas me vio me hizo señas imperativas de sentarme a su lado, abrió una carpeta, sacó un montón de papeles y me leyó la introducción a su texto Tonatio Castilán o un tal dios sol, una de las cosas más bellas que he oído, y después leído, en mi vida. ¿Será que otra vez me leyó la entrada a Códice del Nuevo Mundo?

He leído completo a Denzil, pero también a Miranda. Cada letra que el generalísimo escribió ha pasado por mis ojos y lo cargo en la mente a propósito de la presente situación venezolana. A mi me parece que esta divagación mental en que ando me está conduciendo al Dr. José María Vargas. Uno anda recordando a la cantidad de hombres ilustres que hemos tenido ante la abundancia de Carujos que dominan la presente escena. Ahora caigo, el cumpleaños de Denzil es el 24 de julio. Los amores de Denzil con Miranda se explican, aquel hombre lo era desde la esfera de la universalidad y llegaba a un erotismo que era la fuente primigenia de la escritura de Romero, como bien queda constancia en los abordajes a Catalina y a Manuelita Sáenz.

Con Denzil no recuerdo haber hablado nunca de política, a no ser una grata conversación en Mérida sobre una supuesta tendencia fascista de Giuseppe Ungaretti sobre la cual el amigo me interrogaba, a lo que contesté que era el único poeta que recordaba había tenido un programa de televisión al retorno de la democracia en la Europa posfascista, un programa que los italianos mayores recuerdan y que vi después en videos ante mi interés en el asunto. Aquella voz ronca que salía de un rostro duro envuelto en una melena blanca constituía un espectáculo inolvidable. El gran poeta hablaba a su pueblo desde la poesía, la suya y la ajena, se comprometía con la palabra, como debe hacer un hombre cuyo oficio es el lenguaje.

Melena blanca la de Ungaretti quien suministró a la Italia destruida la base de recomponerse sobre la voz de un poeta, voz que reunía a todo un país en torno al televisor. Melena blanca la de Denzil, quien no tuvo pelos en la lengua para decir la suya sobre la historia y sus personajes, recreando y creando desde la imaginación que es la única realidad posible. Melena blanca la de Miranda, moviéndose en la cultura y en los libros, entre las mujeres que enseñan mucho, haciendo suyas las revoluciones de su tiempo e imprimiéndoles su vasta cultura.

Cuán lejos estamos de la Venezuela posible. Uno recuerda a Unamuno, “este es el templo del saber y yo su supremo sacerdote”, uno de los desafíos más grandes que la inteligencia ha lanzado sobre la brutalidad de las armas. Roberto Alifano, secretario de Borges y aún director de la revista “Proa”, fundada por el gran ciego que de ciego no tenía nada, me regaló en su última visita a Caracas un CD con la voz del magnífico rector de Salamanca. Se lo di a mi hijo mayor para que lo escuche hasta el cansancio.

Este país requiere el lanzamiento de un desafío. Ese desafío debe ser profundamente inteligente y administrado con la fuerza de un estratega. Con el poeta y embajador Martiniano Bracho Sierra fuimos en Buenos Aires a hablar con el general retirado que era la autoridad máxima de la Patagonia argentina. De tanto hablar el general cedió y nos dijo que tenía un galpón vacío y que podíamos poner allí la base “Simón Bolívar” para establecer un centro venezolano de investigaciones. La tentadora oferta fue transmitida al titular del MRE para entonces, quien seguramente pensó que se trataba de algo descabellado y eliminó la posibilidad de un plumazo. Allí, en el hielo, hay docenas de científicos investigando y estudiando, muchos de los cuales son tropicales.

El desprecio por lo nuevo, por la propuesta nueva, por el mensaje innovador ha sido la norma. El desoír la voz del ensayista o del intelectual es la norma. Castro Leyva murió en pésima hora, cuando comenzaba a alzarse como la conciencia intelectual. Hemos escuchado de nuevo su discurso televisado y creemos que uno que debe ser retransmitido es el de Arturo Uslar Pietri cuando se retiró del Senado. Allí está el listado de males y las consecuencias de las enfermedades. El viejo “Pizarrón” de Uslar languideció en su permanente reclamo, en su alerta sobre la riqueza petrolera, en su mensaje de entrar en una democracia moderna y eficiente.

El país requiere el abandono de la inopia, un mensaje fuerte que destranque los engranajes de una sociedad que languidece. De uno que deje de lado la repetición inconsciente de los cobros políticos, para entrar a descubrir el abanico de posibilidades. El país requiere salir de la politiquería banal, de lo menudo, de las idioteces, para trazar una estrategia que salte sobre las circunstancias adversas y se empine en un propósito. Si ese propósito se determina como votar masivamente y obligar al gobierno a incurrir en el fraude como único medio para aprobar la reforma constitucional, pues votemos todos y que el gobierno haga la suya y entonces veamos si los genes de los grandes hombres que hemos tenido aún mantienen vigor.

Denzil deberá excusarme que lo haya mezclado con esta reflexión sobre este país inerme y con la frase de Miranda, que bien traducida al presente deberá decir “pendejadas, pendejadas, pendejadas, este país no es más que pendejadas”. En mi descargo digo que no tengo la culpa, la tiene el propio Denzil quien se ha aparecido en mi memoria apuntándome con su dedo mocho y blandiendo su melena blanca para ordenarme, “siéntate ahí y escribe, comienza con mi nombre”.

tlopezmelendez@cantv.net

 
 

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