No
podemos seguir considerando a la democracia como algo
establecido sobre la que ya no hay nada que decir.
Elecciones, Estado de Derecho, independencia de los
poderes, respeto y tolerancia, todo eso sí, pero el fardo
ya no aguanta más. Hay que renovar todos los conceptos,
desde la economía hasta el derecho mismo, desde la
concepción de la política hasta el criterio sobre los
liderazgos, desde lo que se considera un partido y la
determinación de su rol social hasta la organización
horizontal de los ciudadanos, desde la participación
permanente hasta una inclusión social progresiva y
acelerada. Hay gente que se empeña en hacer política con
los mismos instrumentos y las mismas declaraciones falsas.
Hay gente que funciona con gríngolas, sobre todo en este
país nuestro.
Las elecciones francesas tienen una importancia capital
porque se realizan en medio de una crisis general de la
democracia. A pesar de que ha habido elecciones por todas
partes yo no vacilo en calificar a esta francesa como la
primera del siglo XXI. La altísima votación, alrededor del
86 por ciento, es alentadora porque indica que los
candidatos lograron llegar a sus conciudadanos que
entendieron perfectamente lo que se jugaba.
Independientemente de lo que suceda en la segunda vuelta
(las matemáticas de Luis De Lión son implacables) no deja
de entusiasmar que Francia se haya masivamente volcado
sobre las urnas electorales y que, a pesar de las
críticas, el contenido de la campaña haya develado aristas
de lo que debe ser el futuro.
La democracia es invención, construcción permanente,
proceso inacabado, desafío a la imaginación y al talento.
Los que juegan y juzgan con sus moldes atávicos sembrados
en el interior de sus cerebros periclitados son los peores
enemigos de la democracia. La falta de empuje hacia
delante tiene consecuencias serias, si lo sabremos los
venezolanos. Aquí nos caracterizamos por un lenguaje
rancio, podrido y repugnante. No pretendo hablar mal del
gobierno, el gobierno habla mal de sí mismo cada vez que
abren la boca sus ministros. El Jefe del Estado habla
pésimo de sí mismo: “Salten, salten” y los cretinos
saltan. Desde el gobierno se nos recuerda que hemos dejado
de ser un país. Oír declarar a Manuel Rosales indica de
manera tajante e inapelable que con semejante líder la
oposición no llegará nunca a ninguna parte. Y oír sobre
las marchas lo hace sudar a uno patetismo: se sientan con
el gobierno a conversar sobre medidas de seguridad y lo
anuncian impúdicamente: habrá francotiradores y más de mil
policías. ¿Contra quien protege el gobierno a las marchas
oposicionistas sino es contra sí mismo? Con estas medidas
de seguridad lo que el gobierno se asegura es el control
de la marcha, con la anuencia de sus promotores estúpidos,
se asegura que esta “concesión” no se saldrá del ritmo que
ellos consideran normal en medio de declaraciones
altisonantes plena de advertencias sobre las violentas
reacciones que el oficialismo lanzará contra los
“golpistas” y contra los “aventureros”. Esta oposición es
patética, desequilibrada, mediocre e infame. Sobre marchas
“protegidas” por las autoridades, nerviosas y
esquizofrénicas, que le vayan a preguntar a Kasparov, el
brillante ajedrecista ruso líder de oposición contra Putin,
a quien meten preso cada vez que sale a la calle a
denunciar lo que considera la dictadura rusa.
El planteamiento teórico y conceptual sobre la democracia
lo hemos asumido en Venezuela unos pocos contados con los
dedos de una mano y sobran dedos. Ningún político ha
tomado las ideas hacia la práctica, lo que sí sucedió y
sucede en Francia. Lo que Ségolène Royal ha planteado no
tiene nada que ver con un socialismo del siglo XXI. Lo que
la señora Royal ha dicho se refiere a una democracia del
siglo XXI, para lo cual se ha nutrido de lo pensadores
excepcionales que tiene su país. En Venezuela asistimos a
espectáculos como la incorporación de la tarjeta “Mi
negra” al programa de gobierno de “Un nuevo tiempo”,
absoluta estupidez. Es necesario que la nación genere un
nuevo tejido político, nuevos líderes y se de una
oposición a tono con los tiempos presentes. El país que no
comparte las andanzas de este gobierno debe tener muy
claro que con este combo oposicionista no se va ni a la
esquina, que seguirá en el limbo, que con estos sujetos
que hablan un lenguaje lastimoso y decimonónico jamás
habrá un país diferente.
La democracia pierde, se diluye, tiende a desaparecer
entre nosotros, no sólo por las manifestaciones
demenciales del gobierno. Si la democracia se evapora
entre nosotros –y más allá, el país mismo se evapora- es
porque los políticos que tenemos dan vergüenza, son de una
mediocridad inestimable, son los restos balbuceantes de
alguna enfermedad tropical peligrosa y destructiva. Aquí
tenemos que aprender a construir una democracia y ese
empeño va a ser doloroso y largo. Mientras no aparezca una
oposición que merezca tal nombre, un liderazgo que se
pueda llamar tal, un empuje inteligente hacia la
renovación de los planteamientos, un aire fresco que
entusiasme y nos lleve a la lucha democrática con ímpetu y
emoción, nos seguirán ordenando “salten, salten” y
saltaremos, como saltaban aquellos payasos escondidos en
una cajita de madera, para lo que bastaba apretar un
botón.
tlopezmelendez@cantv.net