Confieso
que estuve a dieta de medios. Sólo leí documentos serios
sobre Venezuela. A ello, seguramente, debo el optimismo
que por momentos me embargó. Al volver a escuchar y a leer
una sensación de impotencia me asalta. Pareciera que la
mediocridad no tiene límites, que el infantilismo es
incurable, que la improvisación de quienes opinan sobre
política no tiene cura, que encaminar a los venezolanos
por la vía de una estrategia confiable es una tarea cuesta
arriba.
Paralelamente uno comienza a escuchar voces que abandonan
el histerismo y comienzan a desarrollar los principios de
una defensa, de una que he insistido es la manera correcta
de enfrentar, en cada área, los despropósitos del
extremista. Parecen tomar el camino correcto, en el campo
educativo, apelando a la participación de los padres, a
organizar a los maestros en una resistencia inteligente a
todo esfuerzo de ideologización. Es así como el optimismo
comienza a recuperarse.
Que algunos columnistas de prensa se hagan la cabeza un
kilo de estopa con la Ley Habilitante y la modificación de
la Constitución no es que sea admisible, pero uno respira
hondo y lo pasa. Lo intragable es que encumbrados juristas
digan barbaridades sobre el comportamiento que debemos
asumir los venezolanos. Una cosa es tener criterio
jurídico y otra muy distinta es tener criterio político.
El hecho de haber ejercido altos cargos en la magistratura
no prueba que se tenga idea alguna sobre las estrategias
de defensa que hay que desarrollar para enfrentar las
dificultades tremendas que vienen.. El ejercicio de la
política no es para improvisados con afán de figuración.
Dicen, por ejemplo “no a la reforma constitucional”. ¿Qué
significa eso en términos reales? ¿Si decimos “no” no hay
reforma? Apelan a la Constitución del 99, una por la que
no votaron o votaron en contra y de golpe la redescubren
como el último vaso de agua en el desierto. Para enfrentar
la modificación constitucional, o para apoyarla en parte,
se requiere una línea estratégica que he señalado:
usurpadora o no del Poder Constituyente, desglosada o no,
con votación o abstención activa.
Uno se dedica pacientemente a escuchar y a leer y
encuentra todavía el ejercicio permanente de los adjetivos
calificativos como si ellos contribuyeran a algo. Me
permito hacer algunas sugerencias: no hablen más de
socialismo del siglo XXI si se quieren referir al
extremista, hablen de marxismo-leninismo y de socialismo
real del siglo XX; hablen de democracia del siglo XXI como
el planteamiento correcto de avance social y de inclusión
y de socialismo como el que describen Margarita López Maya
y Heinz Sonntag, uno que presenta coincidencias de
entendimiento y aproximación con la democracia del siglo
XXI. Dejen de insultar. Me parece más que de mal gusto un
error político incalificable lo que algunos están
repitiendo de llamar PUS al partido que el extremista
pretende fundar. Dejen de hacer boxeo de sombra y de
exprimirse el cerebro para conseguir más adjetivos
insultantes. Dedíquense a organizar la defensa en el campo
educativo-cultural, en el campo social, en el campo
económico, en el campo político.
Uno se encuentra en las páginas web convocatorias
abiertas, o quizás deberíamos llamarlas “cordiales
invitaciones a los panas”, a bloquear Caracas, como si se
tratara de coordinar un viaje a la playa o de organizar
una fiesta de fin de semana. Uno oye a dirigentes
empresariales del comercio protestar contra todo de forma
incoherente y mostrando una insólita ignorancia de lo que
sucede. Uno asiste a la confusión entre Ley Habilitante y
reforma constitucional que anida en la cabeza de más de
uno y se pregunta que estuvo haciendo durante 45 años
buena parte de la población de este país.
Uno ve las votaciones por “unanimidad” que se dan en la
Asamblea Nacional, en el exparlamento, y se pregunta sobre
la psicología del hombre, sobre la al parecer infinita
capacidad que tiene de imitar al primitivismo y cuenta el
tiempo que falta para que se produzca el primer brote de
dignidad. Uno los observa en lo que llaman
“parlamentarismo de calle” y comprueba que es labor
proselitista, como una reunión más del partido, donde le
dicen a la gente que deben aprenderse lo que dijo el
extremista para que corran a apoyarlo; no hay
absolutamente nada de consulta, de requerimientos de
opinión; se trata de una farsa partidista disfrazada con
el manto de uno de los poderes del Estado. Pero si alguien
se lleva el palmarés es el extremista acumulando enemigos
y costos políticos, metiendo en la cesta atada a su cuello
rocas de gran tamaño. El extremista ya se ha ganado la
enemistad de la prensa mundial (ahora ha sumado la de toda
la prensa brasileña), el alerta por la reelección
indefinida, la preocupación por la desaparición de una
señal de televisión, los ojos abiertos por estatizaciones
innecesarias. Ya lo dije en su momento: lo peor que le
puede pasar al extremista es ganar las elecciones.
Uno oye al extremista proclamando que las Fuerza Armada
Nacional deberá llamarse Fuerza Armada Bolivariana y así
sucede de hecho: en desfiles, en actos, en noticias, sin
importar que en el texto de la Constitución se llame
todavía Fuerza Armada Nacional. Uno oye y ve al extremista
desbocado en su carrera y recuerda los “piques” que
algunos jovencitos hacen en la autopista “Francisco
Fajardo” y piensa que puede terminar poniéndole la frente
a una pared.
Uno lee las primeras consideraciones sobre la reforma
político-territorial emanadas de uno de sus artífices,
Manuel Briceño, y tiene que admitir que el proyecto es de
alto interés. Sin embargo, hay que seguirlo atentamente,
pues en este gobierno las desviaciones están a la orden
del día. Me faltan detalles, pero la noción general
establecida sobre el marco de una concepción racional del
desarrollo me parece básicamente correcta. Lo llaman
socialista, pero es otra cosa: simplemente una adaptación
del territorio a un proyecto de desarrollo. En este país
de hoy a todo hay que ponerle el adjetivo socialista,
manía pura. Por el otro lado hay una oposición que sólo
reacciona en contra y el que se dedica a esta práctica es
reaccionario.
La gran acusación esgrimida contra el proyecto de Ley de
Educación en el sentido de que elimina la alternativa de
los padres de solicitar educación religiosa en las
escuelas públicas me parece incorrecta. Este es un Estado
laico y la educación es y debe ser laica. Los padres que
tienen hijos en la escuela pública pueden dar educación de
este tipo en el hogar o procurársela en el sitio adecuado.
La educación religiosa debe ser impartida en los colegios
católicos, en los musulmanes o en los judíos. Esa
educación privada religiosa debe ser respetada. Como debe
ser respetada la existencia de colegios privados laicos.
Lo que hemos visto es la existencia de maestros
exacerbados que dicen en el aula que el extremista es un
dios o que algún icono revolucionario latinoamericano es
tan grande como la Vía Láctea. Ya lo he dicho: la alianza
de profesores, maestros y padres debe ocuparse de combatir
la indeseable ideologización y me parece que por ese
camino comienzan a andar, demostrando que una sociedad
debe desarrollar medios eficaces de defensa. Ocúpense de
las intenciones malsanas que van a venir en el campo de la
educación y no pierdan el tiempo con lo adjetivo.
Con los pueblos hay que armarse de longanimidad, dijo
alguien cuyo nombre no recuerdo, un estadista de esos que
nos hacen falta, de esos que no se entretienen con lo
inmediato sino que miran más allá. Una buena manera de
definir la usó el sociólogo Amalio Belmonte, recordando
Fiebre de Miguel Otero Silva: “Por ahora, Chávez
permanecerá en el poder hasta la víspera”.
tlopezmelendez@cantv.net