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Los vaivenes entre revolución y reacción
por Teódulo López Meléndez  
lunes, 22 enero 2007


Confieso que estuve a dieta de medios. Sólo leí documentos serios sobre Venezuela. A ello, seguramente, debo el optimismo que por momentos me embargó. Al volver a escuchar y a leer una sensación de impotencia me asalta. Pareciera que la mediocridad no tiene límites, que el infantilismo es incurable, que la improvisación de quienes opinan sobre política no tiene cura, que encaminar a los venezolanos por la vía de una estrategia confiable es una tarea cuesta arriba.

Paralelamente uno comienza a escuchar voces que abandonan el histerismo y comienzan a desarrollar los principios de una defensa, de una que he insistido es la manera correcta de enfrentar, en cada área, los despropósitos del extremista. Parecen tomar el camino correcto, en el campo educativo, apelando a la participación de los padres, a organizar a los maestros en una resistencia inteligente a todo esfuerzo de ideologización. Es así como el optimismo comienza a recuperarse.

Que algunos columnistas de prensa se hagan la cabeza un kilo de estopa con la Ley Habilitante y la modificación de la Constitución no es que sea admisible, pero uno respira hondo y lo pasa. Lo intragable es que encumbrados juristas digan barbaridades sobre el comportamiento que debemos asumir los venezolanos. Una cosa es tener criterio jurídico y otra muy distinta es tener criterio político. El hecho de haber ejercido altos cargos en la magistratura no prueba que se tenga idea alguna sobre las estrategias de defensa que hay que desarrollar para enfrentar las dificultades tremendas que vienen.. El ejercicio de la política no es para improvisados con afán de figuración. Dicen, por ejemplo “no a la reforma constitucional”. ¿Qué significa eso en términos reales? ¿Si decimos “no” no hay reforma? Apelan a la Constitución del 99, una por la que no votaron o votaron en contra y de golpe la redescubren como el último vaso de agua en el desierto. Para enfrentar la modificación constitucional, o para apoyarla en parte, se requiere una línea estratégica que he señalado: usurpadora o no del Poder Constituyente, desglosada o no, con votación o abstención activa.

Uno se dedica pacientemente a escuchar y a leer y encuentra todavía el ejercicio permanente de los adjetivos calificativos como si ellos contribuyeran a algo. Me permito hacer algunas sugerencias: no hablen más de socialismo del siglo XXI si se quieren referir al extremista, hablen de marxismo-leninismo y de socialismo real del siglo XX; hablen de democracia del siglo XXI como el planteamiento correcto de avance social y de inclusión y de socialismo como el que describen Margarita López Maya y Heinz Sonntag, uno que presenta coincidencias de entendimiento y aproximación con la democracia del siglo XXI. Dejen de insultar. Me parece más que de mal gusto un error político incalificable lo que algunos están repitiendo de llamar PUS al partido que el extremista pretende fundar. Dejen de hacer boxeo de sombra y de exprimirse el cerebro para conseguir más adjetivos insultantes. Dedíquense a organizar la defensa en el campo educativo-cultural, en el campo social, en el campo económico, en el campo político.

Uno se encuentra en las páginas web convocatorias abiertas, o quizás deberíamos llamarlas “cordiales invitaciones a los panas”, a bloquear Caracas, como si se tratara de coordinar un viaje a la playa o de organizar una fiesta de fin de semana. Uno oye a dirigentes empresariales del comercio protestar contra todo de forma incoherente y mostrando una insólita ignorancia de lo que sucede. Uno asiste a la confusión entre Ley Habilitante y reforma constitucional que anida en la cabeza de más de uno y se pregunta que estuvo haciendo durante 45 años buena parte de la población de este país.

Uno ve las votaciones por “unanimidad” que se dan en la Asamblea Nacional, en el exparlamento, y se pregunta sobre la psicología del hombre, sobre la al parecer infinita capacidad que tiene de imitar al primitivismo y cuenta el tiempo que falta para que se produzca el primer brote de dignidad. Uno los observa en lo que llaman “parlamentarismo de calle” y comprueba que es labor proselitista, como una reunión más del partido, donde le dicen a la gente que deben aprenderse lo que dijo el extremista para que corran a apoyarlo; no hay absolutamente nada de consulta, de requerimientos de opinión; se trata de una farsa partidista disfrazada con el manto de uno de los poderes del Estado. Pero si alguien se lleva el palmarés es el extremista acumulando enemigos y costos políticos, metiendo en la cesta atada a su cuello rocas de gran tamaño. El extremista ya se ha ganado la enemistad de la prensa mundial (ahora ha sumado la de toda la prensa brasileña), el alerta por la reelección indefinida, la preocupación por la desaparición de una señal de televisión, los ojos abiertos por estatizaciones innecesarias. Ya lo dije en su momento: lo peor que le puede pasar al extremista es ganar las elecciones.

Uno oye al extremista proclamando que las Fuerza Armada Nacional deberá llamarse Fuerza Armada Bolivariana y así sucede de hecho: en desfiles, en actos, en noticias, sin importar que en el texto de la Constitución se llame todavía Fuerza Armada Nacional. Uno oye y ve al extremista desbocado en su carrera y recuerda los “piques” que algunos jovencitos hacen en la autopista “Francisco Fajardo” y piensa que puede terminar poniéndole la frente a una pared.

Uno lee las primeras consideraciones sobre la reforma político-territorial emanadas de uno de sus artífices, Manuel Briceño, y tiene que admitir que el proyecto es de alto interés. Sin embargo, hay que seguirlo atentamente, pues en este gobierno las desviaciones están a la orden del día. Me faltan detalles, pero la noción general establecida sobre el marco de una concepción racional del desarrollo me parece básicamente correcta. Lo llaman socialista, pero es otra cosa: simplemente una adaptación del territorio a un proyecto de desarrollo. En este país de hoy a todo hay que ponerle el adjetivo socialista, manía pura. Por el otro lado hay una oposición que sólo reacciona en contra y el que se dedica a esta práctica es reaccionario.

La gran acusación esgrimida contra el proyecto de Ley de Educación en el sentido de que elimina la alternativa de los padres de solicitar educación religiosa en las escuelas públicas me parece incorrecta. Este es un Estado laico y la educación es y debe ser laica. Los padres que tienen hijos en la escuela pública pueden dar educación de este tipo en el hogar o procurársela en el sitio adecuado. La educación religiosa debe ser impartida en los colegios católicos, en los musulmanes o en los judíos. Esa educación privada religiosa debe ser respetada. Como debe ser respetada la existencia de colegios privados laicos. Lo que hemos visto es la existencia de maestros exacerbados que dicen en el aula que el extremista es un dios o que algún icono revolucionario latinoamericano es tan grande como la Vía Láctea. Ya lo he dicho: la alianza de profesores, maestros y padres debe ocuparse de combatir la indeseable ideologización y me parece que por ese camino comienzan a andar, demostrando que una sociedad debe desarrollar medios eficaces de defensa. Ocúpense de las intenciones malsanas que van a venir en el campo de la educación y no pierdan el tiempo con lo adjetivo.

Con los pueblos hay que armarse de longanimidad, dijo alguien cuyo nombre no recuerdo, un estadista de esos que nos hacen falta, de esos que no se entretienen con lo inmediato sino que miran más allá. Una buena manera de definir la usó el sociólogo Amalio Belmonte, recordando Fiebre de Miguel Otero Silva: “Por ahora, Chávez permanecerá en el poder hasta la víspera”.

tlopezmelendez@cantv.net

 
 

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