La
cuerda está tensa. Está al máximo de tensión. La cuerda
podría reventar y no sería por lo más delgado. El abuso
descarado y el desparpajo insolente han mellado la cuerda.
Se actúa con prepotencia y desfachatez. Hasta la bella
abuelita que me consigo en la carnicería tratando de
comprar algo me asegura que la cuerda no aguanta más. Se
respira en el aire un grado de obstinación. Como nunca se
percibe un estado de ánimo proclive a un estallido. Hace
muchísimos años este para entonces joven bachiller asistía
a sus primeras clases en la Facultad de Derecho de la UCV
y el inolvidable Arístides Calvani
describía una situación como esta y nos preguntó a los
alumnos que pasaría si lo que refería se materializaba.
“Una explosión social”, fue la respuesta de este para
entonces imberbe. El aula estalló en una carcajada y
también Arístides, dueño de una de las risas más sonoras y
gratas que recuerdo. Buena anécdota, solo que tantos años
después sigo pensando que esa fue la primera vez que en
Venezuela se usó la expresión “explosión social”.
El gobierno está jugando con
fuego. Sus adláteres hacen malabarismos con antorchas. El
comportamiento antidemocrático es demasiado evidente,
tanto que se convierte en grosería. Los espectáculos que
montan en el “Teresa Carreño” (según Ángel Rivero una
especie de castigo póstumo de la historia a la pianista
por sus loas a algún dictador) son un bochorno. Una
muestra de la intolerancia total, un show donde no se
admite disidencia, un lamentable espectáculo disfrazado de
“consulta al pueblo”. Me refiero a ese incidente donde
fueron golpeados estudiantes, periodistas y actrices,
porque a mi manera de ver tuvo una importancia psicológica
de alta importancia. Esa importancia la mido en lo que me
cuenta un médico sobre lo que fue la reacción de su
esposa. Ese día, y en ese momento, la cuerda se comenzó a
tensar y la paciencia a agotarse. Fue, apenas, un pequeño
toque a la psiquis colectiva, pero a la psiquis colectiva
en buena cantidad de casos le basta un pequeño toque. De
allí en adelante ha sido la Asamblea Nacional la encargada
de continuar cargando la psiquis colectiva, con sus manos
alzadas, con su proceder atropellante.
He visto a un diputado periodista hablar desde la tribuna
de oradores con sorna sobre las protestas de “Podemos” y
descartarlas como algo banal. Ha dicho algo así como sobre
la intrascendencia de procedimientos, de agenda del día,
de respeto por normas, pues un amigo le había preguntado
si estaba consciente de que estaba haciendo historia. A
mí, que soy parte de la psiquis colectiva, esa actitud me
cargó hasta la ira.
La sorna hincha. La
desvergüenza irrita. El abuso antidemocrático cubre la
piel de urticaria. El abusador se expone, en su demencial
manía, a las tormentas desatadas. El jefe máximo
contribuye, al proclamarse co-presidente
de Cuba o al disolver este país en una especie de
federación. Es el desparpajo absoluto, el desprecio
todopoderoso, el “aquí mandamos y al que no le guste que
se vaya”. Tal arrogancia no la soporta pueblo alguno, por
pacífico y democrático que sea. La advertencia de
“Podemos” sobre la posibilidad de una guerra civil ha
dejado de ser, por obra y gracia de los abusadores, una
frase tremendista para convertirse en una hipótesis que
ningún analista puede eliminar de su cuaderno de apuntes.
Mandan a quitar la cuña de
“Ciudadanía Activa”, mientras a cada rato nos ponen una
cadena nacional para loar la propuesta. “Moralmente
inaceptable” ha dicho la Iglesia Católica sobre la
reforma. No se puede aceptar lo que es “moralmente
inaceptable”. La Iglesia llama a la concordia y a la
unidad de los venezolanos, como corresponde a su tarea
pastoral, planteamiento que recogemos, aunque la Iglesia
misma sepa que no hay manera ni oportunidad de diálogo. La
Iglesia, prudente como le corresponde, no hace comentarios
sobre la ausencia oficial ante la muerte de
Rosalio Castillo Lara, pero el
país, sin hacer comentarios, toma nota y los decibeles
aumentan. Llegará el momento en que la Iglesia dejará de
lado la prudencia y entonces se recordará mi artículo
Las
campanas de la catedral. Los abusadores
tornan irreversible la transformación de este país en un
polvorín. Nada más ajeno a un escritor que la violencia.
Si en este país se desatan los demonios pagaremos todos
por igual, la división final de la sociedad venezolana
tendrá consecuencias indescriptibles.
La cuerda está tensa. Hay que
decirlo, por obligación, porque cuando los demonios se
sueltan no hay manera de recogerlos. La cuerda aún no se
revienta, pero ya da muestras de agotamiento. Nuestro
regreso al siglo XIX es patético. La intolerancia, la
brutalidad de los procederes y el desprecio absoluto por
quien discrepa se han convertido en doctrina de Estado.
Los vientos huracanados comienzan a mostrarse en el
horizonte y los demonios comienzan a saborear su papel
depredador. La tempestad lo anegará todo.
tlopezmelendez@cantv.net