Mary
Shelley, mientras mantenía su “ménage à trois” con Percey
Shelley y Lord Byron - las malas lenguas dicen que hasta
dormían los tres juntos - fue desafiada una noche de
tormenta a escribir un cuento de horror. Estaban en
Ginebra bajo rayos y centellas. Mary, por sus orígenes,
tenía en la mente aquel personaje del folclore medieval y
de la mitología judía, el Golem, el mismo que tan
destacada resonancia tiene en la Kabbalah, como ser creado
desde materia inanimada, y hasta en la Biblia, que lo
menciona como sustancia embrionaria.
La joven escritora conocía de los experimentos científicos
de su tiempo (1818), puesto que todo escritor, quiéralo o
no, es influenciado por lo que vive. Su personaje creador,
su alter ego, sería el doctor Víctor Frankenstein, el
científico que tomaría la materia inanimada para, durante
dos años de ardua labor, crear el resultado que el cine,
las tiras cómicas y la moderna mitología massmediática
elevaría a calidad de icono del horror. Aquella noche de
Ginebra nació la ciencia-ficción, sin imaginarse nadie,
menos el extraordinario escritor Lord Byron, que cada
lenguaje cambia y el Golem sería sinónimo de tonto en
yiddish.
La modernidad ha visto otro sin fin de intentos de
reconstrucción de un cuerpo, de pujos por parte de
políticos de alzarse como nuevo Prometeo definiendo
líderes desde la materia inanimada. Mary Shelley
desarrolló su trabajo en tres narraciones, con muchas
cajas chinas, hasta llegar al momento en que el personaje
sin nombre, bautizado Frankenstein por su creador, se
independizó y echó a andar con pretensiones de
independencia. El doctor Víctor se sumió en la impotencia
y todo su esfuerzo se dirigió a detener a su creación. De
las tres narraciones que tiene el libro original apenas
estamos en la segunda en nuestra versión de los hechos,
quiero decir que falta una y media. La primera se reduce a
la colaboración intensa con el personaje embrionario, la
segunda al intento de hacer de su presencia ya viva una
cotidianeidad aceptada y a una colaboración en el
desarrollo de su poder hasta que la realidad demuestra que
es imposible. Comienzan entonces los deseos de ocultarlo y
como el personaje bautizado con el nombre de su creador
anda alzado pues vienen las reuniones y algunos
interesantes personajes enriquecen la trama. Es siempre,
sin embargo, el doctor Víctor Frankenstein, desdoblado y
por ende con dos cabezas, el que maneja los hilos de la
con-fabulación.
Es el deber de Víctor Frankenstein liberar al mundo de su
creación. Los aliados de la creación deben decir “Amén”,
sin dejar de jorungar. La creación del anticuerpo toma
tiempo, es menester que la creación con nombre de su
creador no se ponga demasiado nerviosa. Los personajes
consultan con Víctor Frankenstein, hombre sabio sin duda,
quien aconseja prudencia, dos pasos hacia delante y uno
hacia atrás, una proclama de democracia y una voluntad de
pertenecer al único, a la materia inyectada de vida por
uso de la electricidad. Pero es siempre Víctor
Frankenstein, al que los inocentes creían dormido,
desaparecido e inerme, el que sabe lo que hace, ahora en
estrecha alianza con el ex-segundo de a bordo. Suponemos
que vigilados por los servicios de seguridad del Estado,
recordando los viejos tiempos de militancia común bajo la
égida del maestro que decía “el único político muerto es
el que está bajo tierra”, el dúo llamado Víctor
Frankenstein espera pacientemente llegar al tercer
capítulo, aquel en que la criatura debilitada esté lista
para desaparecer de escena. Sólo así el doctor Víctor
Frankenstein habrá concluido felizmente la novela.
tlopezmelendez@cantv.net