Es
normal conseguirse una cajera de supermercado que mire a
un cliente, modesto comprador de lo indispensable, con
odio. Es posible conseguirse una cajera de supermercado
que le diga a uno que ha tenido un pésimo día pues la han
insultado varias veces. Es un pequeño tipo de nuestra
cotidianeidad para ejemplificar una conducta.
Se ha establecido un patrón de comportamiento, el del odio
social, el de la violencia, el de la mentira, el del
desprecio, el de un individualismo patológico que, para
poner un ejemplo aparentemente secundario, no soporta
fracciones de segundo para tocar la corneta del auto sin
importarle nada más. El cerebro humano funciona sobre la
base de reconocer patrones y esos que tenemos están siendo
copiados hasta un nivel insoportable. Se está uniformando
el comportamiento sobre los patrones deleznables. Y se
hacen hábito. La experiencia cotidiana se estructura y a
su vez estructura a la sociedad, esta que vivimos marcada
por los rasgos descritos. Podríamos decir que tenemos una
“cultura del desvarío”. Esta es la verdadera revolución
cultural del régimen que padecemos.
Nuestra manera de vivir en este mundo social es el del
mundo social. Reproducimos, así, el estado de violencia,
de desprecio, de mentira y de cerco. Esta es ya la manera
de vivir de los venezolanos. La revolución ha tenido éxito
en el cambio tan ansiado del comportamiento social. Ya
somos otros. Ahora somos un capital social disminuido. La
educación se está rediseñando para reforzar estos nuevos
contravalores. Por otro lado tenemos la convicción de la
derrota, sobre la base de la abstención en el actuar,
porque, según el módulo implantado, nada podemos hacer
sino adaptarnos. Dentro de esta sociedad reconformada se
está haciendo inviable el ejercicio democrático, no se le
considera forma de expresión lógica; como bien lo dice el
proyecto de reforma constitucional no se expresará el
poder popular por vía de elecciones. En otras palabras,
estamos dejando de ser votantes –asunto ratificado por la
abstención que encuentra así explicación psicológica (a
otra parte no se puede ir a buscar)- y hemos dejado de
exigir formas más abiertas y completas de participación,
puesto que el Estado está a punto de determinar en que
consiste, una, obviamente, determinada por el caudillo. El
Estado se yergue, no ya como garante, sino como “padre”
que ordena y manda.
No hacer es el nuevo hábito, pero lo compensamos con
reflejos amenazando con las acciones más violentas,
mientras acusamos, al que se mueve sobre la lógica, de
colaborar con la nueva estructura de hábitos y
comportamientos impuesta por la revolución de los
contravalores. Los principios esenciales han sido
trastocados y ya no funcionamos derivando de ellos, ahora
actuamos sobre los parámetros del régimen. De manera que
si trasladamos a términos de política actual la palabra
“colaboracionistas”, lo son –qué duda cabe- los que han
adoptado los hábitos y comportamientos de quienes
consideran sus adversarios.
Esto es, en este lamentable país de hoy el cuerpo social
copió los signos del invasor nacido de su propio seno. Es
posible cambiar la subjetividad humana, para bien o para
mal, y para cambiarla hacia algunos valores de lo que ha
sido la venezolanidad, más la suma de cese del egoísmo, de
la implantación de la solidaridad social y del abandono de
teorías ancianas como de teorías trasnochadas, es
necesaria la multiplicación de la voz de la inteligencia
hoy adormecida y echada en una hamaca. Por ejemplo, el
hábito del crecimiento ha sido cambiado por el hábito de
la supervivencia. El hábito de la tolerancia ha sido
cambiado por el hábito de la agresión. El hábito de no
rendirse ha sido cambiado por el hábito de perorar
palabras insultantes y anunciar violencia.
Es obvio que la conformación de hábitos y comportamientos
depende tanto del exterior como del interior. El exterior
lo conocemos en todas sus taras, pero el interior nos está
mostrado una profunda fragilidad psicológica, una falta de
densidad, una vulnerabilidad total, una falta
impresionante de consistencia en el prototipo venezolano.
Sin un mundo interior propicio no se internalizaría el
mundo exterior despreciable. Ni se produciría este círculo
de personas con los nuevos hábitos y comportamientos
constituyéndose en la sociedad devaluada. En consecuencia,
es necesario explicar e introducir una idea nueva. Si no
logramos hacerlo, si nos limitamos a repetir el rechazo
sin proponer alternativa, respetando la raíz en lo viejo
reciente que aquí se llama democracia y libertad, no habrá
nunca la posibilidad de una reacción colectiva de
verdadera resistencia, palabra que uso en su justa
dimensión, no en el de una acción política estrafalaria.
Ya lo dije hace tiempo: esto implica un nuevo lenguaje,
para empezar. Es obvia la necesidad de diseñar un futuro.
Con estos hábitos y estos comportamientos, si permitimos
que se establezcan endurecidos, esto es, que seamos una
sociedad totalitaria sin capacidad de resistencia, no se
podrá luego modificar nada, a no ser desde el final que
siempre llega y el reinicio desde el vacío. Si cada quien
no se autoanaliza y mira lo que hace a diario en la vida
cotidiana y se examina en sus reacciones frente a nuestro
actual drama, no tendremos inteligencia produciendo el
porvenir ni liderazgos emergentes que puedan conducirnos
hacia la reconstrucción de nuestro interior y de nuestro
exterior.
Esta adaptación a los hábitos de crisis impone este
comportamiento que se está haciendo natural en definición
de una normalidad enferma. Así como el cuerpo se calienta,
produce fiebre, como advertencia de que los anticuerpos
han comenzado a funcionar y el organismo se defiende, así
sería indispensable que esta sociedad nuestra en
disolución en la disolución sintiera conciencia de que el
cuerpo social es la suma de cada uno de nosotros y si cada
uno de nosotros se ha intoxicado uno a uno deberemos
desintoxicarnos. Sucede, a veces, que los pueblos
despiertan. El nuestro parece caracterizado por la
autoflagelación y sus respuestas, a lo largo de la
historia, se han tardado tanto que siempre terminamos
volviendo a empezar, dejando sobre el piso el tiempo
perdido y generaciones destruidas.
tlopezmelendez@cantv.net