Mientras
muchos hablaban Rómulo Betancourt recorría el país,
caserío a caserío, estructurando lo que sería Acción
Democrática. Ese recuerdo siempre viene a colación por la
aparición de los medios masivos de comunicación y su
implante como una especie de democracia radioeléctrica. Lo
que no deben olvidar los activistas políticos es que el
contacto personal jamás puede ser sustituido por una
aparición en pantalla. El buen ejemplo a seguir se llama
Enrique Mendoza. El ex-gobernador de Miranda desapareció
de los medios por años y más de uno habrá pensado que
vivía retirado o que no se reponía de las eventualidades
de la otrora Coordinadora Democrática. Por el contrario,
Enrique Mendoza seguía metido trabajando en Miranda, al
lado de sus habitantes, codo a codo. Si se producía una
inundación en Barlovento allí estaba el incansable Mendoza
de agua hasta la cintura compartiendo con sus paisanos.
Allí estaba, en su oficina, recibiendo quejas y problemas,
viajando por la geografía de su estado, ayudando en la
medida de sus posibilidades de ex-gobernador. Allí están
los resultados de Miranda. No quiero denegar la acción de
millares de voluntarios y otorgarle todo el mérito de los
resultados a Mendoza. No. Lo que quiero significar es que
sin Enrique Mendoza esa acción efectiva no se hubiera
realizado tan a la perfección.
Los excepcionales resultados de Miranda han provocado una
reacción inmediata, la de reabrirle un juicio por los
sucesos del 2002. El susto que aqueja al titular de la
gobernación es mayúsculo: si Mendoza vuelve a ser
candidato a gobernador de su estado va a arrasar. Hay que
poner fuera de circulación a Enrique Mendoza. Ese trabajo
paciente de Mendoza debe ser premiado y si se le dicta un
auto de detención millares de venezolanos debemos
acompañarlo en una manifestación impresionante. Y si
efectivamente va preso deberemos sacarlo de la cárcel con
cientos de miles de votos. Todos los que vivimos en
Miranda tenemos una obligación moral con Enrique Mendoza.
Es lo que ahora debe hacerse, el trabajo silencioso de la
hormiga. Hay que salir a recorrer cada barrio y cada
pueblo, cada casa y cada esquina, preparándose para las
elecciones de agosto de 2008 y, más allá o más acá, para
los sucesos políticos que el tiempo nos depare. Es tiempo
de poco frecuentar los medios y de mucho hacer. Hay que
visitar y conversar, hay que ir y venir, hay que hablar
con los buenos amigos que hasta ahora fueron partidarios
del gobierno, hay que escuchar qué candidato es el que le
gusta a la gente para alcalde de su municipio y para
gobernador de su estado, hay que dejar la mezquindad en el
fardo de las cosas inútiles, hay que aprender a
interpretar al pueblo y la única manera es ponerse cara a
cara con él. Es lo que desde siempre hemos denominado
trabajo político, algo que olvidamos hace mucho tiempo
ante la fascinación de los massmedias.
Cuando los adversarios de Betancourt levantaron la vista
se encontraron con un líder que tenía detrás a un pueblo
organizado. Cada partido puede salir –con todo derecho- a
hacer el trabajo por su cuenta, pero para sumar los
esfuerzos una vez que, decantados los aspirantes, se tenga
el unitario listo, porque entonces se sumarán los
esfuerzos y las diversas organizaciones se identificarán
en una sola voluntad. Trabajo político y más trabajo
político, es la consigna de la hora.
Esta interrupción de años –que tuvo un paréntesis con
motivo del referéndum constitucional- debe definitivamente
ser abortada. La desaparición del dirigente del sitio de
los acontecimientos –como diría algún periodista
televisivo- debe cesar para siempre. Ese dirigente
empantuflado que apenas se vestía para ir al canal de
televisión no nos sirve. Quedó claro con motivo del 2-D.
Salieron a la calle a hablar con la gente y los resultados
están a la vista. Hay que hacer el trabajo político sin
alharacas, sin bulla, sin pretensiones de figuración. La
cara del hombre del barrio, la cara de la mujer que vive
en la pequeña población, la observación atenta de lo que
dice la clase media, eso es lo que importa. Hay que
escuchar lo que la gente tiene que decir, no
autoescucharse el discurso. Hay que oír quién es el que ha
estado cerca de la gente y se merece ser alcalde. El líder
natural, el hombre o la mujer en que la gente confía
porque tiene un recuerdo de vecindad y solidaridad. Esa es
la encuesta, el verdadero resultado, la única manera de
elegir candidatos. Nada de cuotas partidistas, nada de
peleas, nada de divisiones absurdas. Ahora, como nunca,
hay que demostrar que los partidos son correas de
transmisión de la voluntad popular, no martillos que la
golpean.
Trabajo político y más trabajo político, esa es la
consigna, pero uno para limpiar de viejas mañas y de
escatológicos procederes del pasado, para devolver una
orientación horizontal a las organizaciones partidistas,
para que sean instrumentos de intermediación y no hoz para
cortar los liderazgos emergentes. Esperamos el
comportamiento adecuado de una política renacida sin
taras, o estaremos prestos a denunciarlos sin importarnos
los resultados electorales.
tlopezmelendez@cantv.net