Son
admirables y son miles. Es una oleada que desconcierta al
gobierno y a la oposición, por la sencilla razón de que no
los entienden. Para el gobierno son subversivos y en buena
parte lo son, pero de otra manera: lo que procuran es el
ejercicio pleno de los derechos establecidos en el
ordenamiento jurídico mundial y nacional y eso en
Venezuela es, sin lugar a dudas, subversivo. Para alguna
oposición los muchachos salieron a tumbar al gobierno, lo
que es absolutamente falso. Esos muchachos no están en la
calle para tumbar al gobierno, por lo que resulta
desestimable que se les hable de alianzas con los partidos
y se planteen situaciones como si estuviésemos viviendo un
replay del 23 de enero de 1958. Por ello sueltan
barbaridades como proponer un paro nacional o argumentar
–como ya lo hacen- que se está perdiendo la oportunidad
por la inmadurez de Yon Goicoechea y de sus compañeros o
que dan muestras de debilidad porque se entrevistan con
las instituciones existentes. Oímos también los lugares
comunes sobre “el estudiantado como factor de primera
importancia” o “la nobleza de los jóvenes”.
Nada de eso. Esta oleada incontenible nos recuerda cada
día los derechos que han sido violados, citando artículo
tras artículo y los textos legales –supranacionales o
nacionales- mancillados. No miran quien domina, manipula u
ordena las instituciones, sino que van a ellas en perfecto
orden, Defensoría del Pueblo, Asamblea Nacional, Tribunal
Supremo de Justicia. Estos muchachos admirables –y que
miles son- dicen a los periodistas que los abordan en sus
marchas que esperen las ruedas de prensa, asisten a los
programas ridículos simplemente a utilizar sabiamente el
espacio televisivo mediante la lectura de sus comunicados
y negándose a contestar preguntas. Lo hacen con una
seriedad y con una sabiduría que a uno lo conmueven.
Son extraordinarios y son miles. No son otra cosa que una
gran oleada de defensa de los derechos civiles. Ellos lo
repiten a cada instante y pareciera que a los oídos de
muchos venezolanos aquello les suena a música extraña e
incomprensible. Miren las batallas de Martín Luther King y
comiencen a comprender. Recuerden como este extraordinario
líder cambió para siempre la faz de los Estados Unidos de
América. Nuestros muchachos están tocando el que es,
quizás, el asunto más importante de todos: el de la
discriminación, el del apartheid, el de que una parte de
la población tenga derechos y la otra sea excluida de los
mismos. Eso se llama en cualquier idioma lucha por los
derechos civiles.
La acción de estos muchachos –admirables, extraordinarios
y que son miles- va a cambiarlo todo. Podríamos
argumentar, incluso, que no están en la calle en defensa
del derecho a la libre expresión. En su largo listado de
derechos ese es otro más, importante, fundamental, vital,
pero uno de la lista, de los centenares de derechos
civiles que ellos reclaman. No los elenquemos todos,
mencionemos algunos, como igualdad ante la ley, derecho al
libre tránsito, derecho a la protección que el Estado debe
a los ciudadanos en ejercicio de sus derechos, valga la
expresión circular que todo lo abarca.
Esta gran oleada está instalando el porvenir. Los efectos
serán múltiples. Voy a un punto que ha sido el esencial en
mi batalla de estos tiempos, la lucha por una democracia
del siglo XXI, de manera que diré lo que no volvería y lo
que sería factible cuando se reinstale el ejercicio pleno
de los derechos civiles que estos admirables muchachos y
muchachas buscan en las calles. Es decir, cuando estos
muchachos ganen la batalla, que la ganarán.
No volvería la democracia que se fue derrumbando en medio
de la componenda y la corrupción. Se procuraría una
democracia plena de justicia, de equidad, de inserción, de
eficacia contra la marginalidad. No volverían partidos
políticos con “cogollos” haciendo y deshaciendo en
violación de los más elementales derechos de sus
militantes. Se construirían organizaciones horizontales
basadas sobre el respeto y la tolerancia, instrumentos de
intermediación y no de opresión y de castración. No
volverían dirigentes políticos como los que compraban
medios para el apoyo de sus campañas, que daban tantos
senadores y tantos diputados a los medios para recibir su
apoyo. Vendría un parlamento libre donde cada quien
votaría según su conciencia y no según los dictados de una
orden partidista. No habría medios que se vendieran por
curules, que se vendieran por pautas publicitarias. No
volverían medios convertidos en líderes políticos o medios
que convertirían a los políticos en instrumentos bastardos.
Limpiaríamos de estiércol todos los principios correctos
que este gobierno ha desvirtuado y prostituido. Tendríamos
una sociedad de ciudadanos-políticos que ejercerían sus
derechos y la eliminación de la prepotencia y del abuso
insertados como cáncer en el cuerpo democrático.
Nos montaríamos sobre los principios de la transparencia,
sobre la necesidad de un Estado Social de Derecho y de una
economía inclusiva donde se respete al mercado pero se le
corrija hacia el beneficio social. Tendríamos una sociedad
vigilante de sus líderes, una sociedad que mantuviese los
ojos puestos sobre el Estado en sus diversas
manifestaciones y categorías, para corregir y sancionar
democráticamente.
Esas son algunas cosas factibles de tener como
consecuencia de la batalla por los derechos civiles de
estos admirables muchachos que son miles. En una sola
frase: podríamos dejar claramente demostrado que la
democracia no es una momia sino un proceso continuo y
maravilloso de creación.
Dejen de lanzar sobre estos muchachos y muchachas los
análisis falsos y las frases estereotipadas. Preocúpense
por entender lo que hacen y respétenlos. Yo los respeto y
por ello me permito soñar con un porvenir que instale en
su seno una democracia de este siglo. Quizás mi fe sólida
en ellos se robustece en una fuente: si no son entendidos
ni por el gobierno ni por la oposición, significa de
manera clara, una que no admite prueba en contrario, que
son el porvenir.
tlopezmelendez@cantv.net