No
hay combate político sin ideas. El que frunza la nariz
porque alguien se dedique a pensar es un necio. La pelea
en el terreno de las ideas es tan importante como el
enfrentamiento de la cotidianeidad oprobiosa que nos
atosiga. Ambas batallas hay que darlas en simultáneo, sin
tregua en ninguna de las dos, sin pausa para perder el
tiempo. Nadie puede decir que, en lo personal, no hago
ambas tareas.
Tenemos enfrente una oferta de
“socialismo del siglo XXI” y hay que producir una
respuesta que he considerado no puede ser otra que “la
democracia del siglo XXI”. Al respecto hemos creado “La
sociedad de las ideas”, sin junta directiva, como un
intercambio horizontal de pensamiento político, para
analizar las fallas que la democracia ha presentado y
presenta, para incluso modificar conceptos, para tratar de
darle vuelo a un sistema que es el único posible.
Para quienes se burlen del
pensamiento recordemos los ejemplos de los “think
tanks” norteamericanos, con
numerosas fundaciones y miles de millones de dólares
gastados en la producción de ideas. Ellos son
norteamericanos y lo hacen a su manera, pero allí está en
Francia “La república de las ideas”, dirigida por el
profesor Rosanvallons, que
dirige este instituto en la universidad de
Grenoble y a donde van los
intelectuales franceses a analizar temas como los que
hemos propuesto, con influencia y oídos atentos en las
élites dirigentes y en el común de los interesados en los
asuntos públicos.
Hemos estado pensando sobre
“el socialismo del siglo XXI” y llegado a conclusiones que
van desde el pensamiento político cubano del siglo XIX
marcado por el “destino manifiesto”, desde el pensamiento
jacobino pasando por la “filosofía del resentimiento” del
sociólogo francés Pierre Bourdieu
con su "teoría de la violencia simbólica" hasta los
viejos moldes vistos en el siglo XX, sumados los elementos
populistas y militaristas propios de América Latina. Si no
sabemos lo que enfrentamos no sabremos como combatir. Por
supuesto que nadie ha venido a asistirnos como a las
fundaciones norteamericanas ni nadie nos ha dado cobijo
como lo tiene “La república de las ideas” de Francia. Es
así, vivimos en Venezuela, un país donde pensar es una
tontería y un acto banal.
Hemos deliberado, claro está,
sobre “la democracia del siglo XXI”, y hemos llegado a
algunas conclusiones. La primera, obviamente, es que no se
puede seguir hablando de democracia pensando que es un
sistema donde se vota o donde hay representatividad o
participación. A la democracia tenemos que hincarle los
dientes, revisar todo y ahora mismo estamos sobre el
concepto de política. Indispensable entrar en él porque en
este país la gente dice estar “harta de política” cuando
en verdad lo que está es harta
de falta de política. Política no es la actividad que
realizan los políticos. Política es participar en la
actividad social. Es necesario terminar con la
desnaturalización del concepto mismo, la creencia
generalizada de una particularización “profesional”.
Ejemplos: La medicina la ejercen los médicos, la
ingeniería los ingenieros, la política los políticos. Toda
acción sobre la vida pública o, dicho de otra manera,
sobre los intereses colectivos, es una acción política.
Otra cosa distinta es lo que podríamos denominar
“actividad política” (proselitismo, búsqueda del poder,
etc.) que es propia de los políticos.
La sociedad venezolana ha
olvidado que es la democracia. Con su rechazo a un pasado
al que no quiere regresar, está incurriendo en un error
garrafal de percusión, con la excepción de valores claves
como libertad y limpieza electoral, y es aquí donde se
justifica plenamente el planteamiento de conceptuar la
democracia. Lo que no se renueva perece; lo que ante los
ojos de la gente es ya conocido, con sus virtudes y
vicios, carece de la atracción de la novedad. Hay que
conceptuar para la demostración práctica de una democracia
sin adjetivos, sólo ubicada en un contexto de tiempo:
siglo XXI, con todo lo que ello implica.
La sociedad venezolana está
atomizada por muchas causas: desvío y confusión por la
profusión de “aprendices de brujo” que pululan en los
medios radioeléctricos, la conversión de los encuestadores
en analistas con las consecuentes barrabasadas, la
determinación de los medios de “escoger” cuidadosamente
quienes asisten a sus programas de entrevistas, los
negociantes que se dirigen a sobrevivir en el actual
régimen. La sociedad venezolana ha perdido la capacidad de
reacción, está sentada frente al televisor esperando que
la pantalla le diga como debe comportarse. Consecuencia:
la sociedad venezolana está imposibilitada de generar
dirigentes. La sanación del cuerpo social implica un largo
proceso que debe partir de la inserción en la
cotidianeidad.
Sin entrar a discutir si
terminó la era de los partidos y su sustitución por cortes
transversales de gente que encuentra elementos de lucha
común y objetivos compartidos (tema que está incluido en
el segundo punto de la discusión), podemos percibir que
estamos en un momento que bien puede definirse como
“limbo”: los partidos están minusválidos pero los grupos
emergentes (denominados tribus urbanas por los sociólogos)
no terminan de conformarse. No obstante, el gobierno prevé
la materialización de la nueva forma de organización
social legislando para controlar las ONG. La ausencia de
política (la verdadera enfermedad que nos atosiga) es la
causa directa del fatalismo actual de la población
venezolana. Se releva que no hay nadie que encarne los
“intereses generales”. La política está ausente, es
necesario bajarla de la ausencia y sembrarla en lo
cotidiano, única posibilidad de que reencontremos lo
social.
En eso andamos en “La sociedad
de las ideas”. Diagnosticando la oferta del adversario y
tratando de preparar la propia. El que se quiera sumar
bienvenido será: la única condición es saber pensar.
tlopezmelendez@cantv.net